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Tribuna:El conflicto de Oriente Próximo
Tribuna
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Ser Hussein de Jordania no es oficio descansado

Manuel Fraga puede ser tenazmente incombustible, Hiro Hito escasamente mortal, Hassan II empeñado en sobrevivirlo todo, pero nadie como el rey Hussein de Jordania es inmutable, eterno sucesor de sí mismo, experto en salvamentos y evitador de naufragios, amigo permanente, aliado variable, boya flotante de todos los océanos. Un florentino de maneras poco renacentistas, con revólver al cinto, señor de beduinos, crecido en Sandhurst, Harrow y el desierto.Ese monarca que heredó el trono al proclamarse en 1952 la demencia de su padre, Talal; nieto de Abdullah, fundador del reino transjordano; 44 sherif de La Meca en la línea directa de Alí, el yerno de Mahoma, no debería haber llegado con arreglo al más científico cálculo de probabilidades a festejar más de tres décadas de reinado, y a ostentar, con ello, el título de decano de todos los jefes de Estado del mundo árabe.

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Escepticismo y esperanza en los territorios ocupados

En esos más de 30 años de mandato sobre un territorio delineado a compás por el entonces ya declinante imperio británico, con una población dividida entre beduinos de las nómadas arenas y palestinos extranjeros en la tierra tomada al oeste del Jordán, Hussein ha transitado por una quincena de complós, sin faltar en ellos un intento de envenenarle un plato de pescado y el escamoteo de sus gotas nasales por ácido mortal; ha extenuado al gran líder árabe del pueblo egipcio, Gamal Abdel Nasser, hasta hacerle cejar en el esfuerzo de minar su reinado; ha expulsado tras una breve guerra menos que civil a la guerrilla del pueblo palestino, que quería arrebatarle Jordanla desde dentro en el septiembre negro; y ha resistido a la amputación del territorio practicada por Israel, conquistador déla margen occidental en la hecatombe de los seis días.

El monarca de la 'baraka'

La crónica portentosa del reinado hachemita gusta de decir que el soberano tiene baraka, un especial estado de gracia de aquellos a los que Alá protege contra el político infortunio, pero, en realidad, Hussein, el mago del regate, lo que tiene es olfato, percepción extrasensorial de los peligros, sentido acrobático de las alianzas. En resumen, un estilo cortesano y deportivo de la vida, hecho a mitades de placeres mundanos y correosa permanencia de un saber dinástico, como no se veía igual desde los tiempos de la Italia dividida y bajomedieval. Que eso es el Oriente Próximo, tallado a reinos y repúblicas hermanas en conflicto permanente, pero afirmado en la sólida creencia de que un día al final de los siglos, la unidad nacional habrá de ser inevitable.

Y en ese entramado el rey aviador, el rey-soldado -único entre los soberanos y presidentes de la zona en haber combatido al frente de sus tropas en dos guerras contra el enemigo israelí- el rey-padre de diez hijos, y el rey-esposo de cuatro matrimonios, dos divorcios y una viudez, ha reunido en su persona la representación coral de todos los papeles. A la vez un Lorenzo de Medici y su secretario Niccoló Machiavelli; condottiero de los americanos y sufragáneo de la CIA; independentista árabe al plazo más largo como un diplomático Savonarola; biógrafo de sí mismo, modesto escriba al lado de Guicciardini, en su obra Mi oficio de rey; y supremo jugador, en todo instante, del ajedrez político en la abigarrada cuadrícula oriental.

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El rey jordano resume tan espesa movida con un escueto titular para la historia: "Reinar en el Oriente no es un oficio descansado". Ser Hussein de Jordania es una tarea agotadora, tan sólo digna del monarca de Amman.

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