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Intelectuales españoles y latinoamericanos recuerdan la figura literaria de Cortázar

Sigue causando sorpresa y una extraña emoción el comprobar que la muerte de Julio Cortázar, fallecido en febrero en París, ha suscitado tan amplio e imprevisible fenómeno de consternación, tanto en los medios de comunicación como en el público y, por supuesto, en los círculos intelectuales de todo el mundo. Concluyó el pasado viernes la semana de homenaje a Julio Cortázar organizada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI), que se desarrolló en tres mesas redondas, y la exhibición, el último día, de la película Cartas a mamá, basada en textos del autor.Pese a que a Julio Cortázar no le guistaron nunca este tipo de homenajes necrológicos (cosas de famas, diría él), y así se encargaron de recordarlo algunos de los amigos suyos que participaron en las mesas redondas, tal vez no habría dejado de sentirse conmovido por la cantidad de gente que abarrotó todos esos días la sala de actos del ICI, y especialmente el que entre ellos hubiese tantos jóvenes. Así lo señaló Rafael Conte en su intervención, que puso de relieve la eterna juventud de los textos de Cortázar y en especial de Rayuela, que durante 30 años ha venido siendo una madura novela de juventudes, acumulando en su auditorio a varias generaciones, todas ellas fieles a Cortázar.

Y es que la diferencia entre la muerte de este inusual autor y la de otros notables escritores fallecidos recientemente fue que Cortázar ha sido y es muy leído. No son los premios internacionales ni los reconocimientos institucionales los que logran ese eco: son los lectores que a su muerte se han puesto de pie en un minuto de silencio, y han descubierto que eran numerosísimos, una muchedumbre sin fronteras.

El paraguayo Augusto Roa Bastos, nacionalizado español, tomó la palabra por los lectores y entonó, porque se trataba de la más tierna canción, un cuento suyo titulado Sobre uno de los temas de Julio Cortázar, que casi dejó sin voz la mesa redonda informal que quiso realizar Cristina Peri Rossi. Pero frente a este momentáneo clima de devoción hubo que apuntar ciertas cosas. Cortázar era humano, con todas y precisamente con cada una de esas letras: comía, cantaba, lavaba platos en casa de los amigos, bromeaba y tomaba el pelo a quienes en su momento lo merecían, amaba el jazz, las mujeres, el boxeo, y en esto abundaron las infaltables anécdotas de los que le conocieron.

Hubo algunas discrepancias de gusto con respecto a la obra de Cortázar, pero casi todos los que participaron en las mesas re dondas quisieron señalar una idea que se había filtrado en va rios artículos publicados a la muerte de Cortázar con respecto a su ingenuidad. Unos, como Antonio Martínez Sarrión, protestaron airadamente; otros, como Hortensia Campanella, Salvador Clotas y Cristina Peri Rossi, lo hicieron más serenamente, pero sin ceder a la versión que lo acusa de ingenuo política y vivencialmente. Cortázar era consciente y consecuente como pocos con sus ideas de la realidad, y lo de ingenuo quizá podría tomarse solamente en su acepción de pureza. Cortázar actuaba sin dobleces, no como quisieron insinuar algunos medios y personas opuestas a su ideología.

Un par de 'cronopios'

Intervino el público apoyando esta tesis, discrepando también con los gustos literarios de los expositores, y no faltaron un par de cronopios, cuyas espontáneas expresiones fueron, por supuesto, bien recibidas, como en familia.El uruguayo Eduardo Galeano, en su participación al final de la rueda el primer día, pudo ya resumir lo que se diría en las reuniones sucesivas con emotivas y sencillas palabras para el amigo. El amigo a quien en Nicaragua se le tenía prevista una sorpresa que no llegó a conocer: un libro preparado para fines de 1983 pero que por demoras explicables por la situación de aquel país saldrá en estos días, en el que alrededor de 20 autores amigos suyos le hacían un homenaje. Homenaje titulado con las únicas palabras que se hubieran podido decir a todo esto: "Queremos tanto a Julio".

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