De Pabón a Carlos Seco
Es grata verdad que un maestro de historiadores como Carlos Seco -lo es para sus discípulos, con los que trato- cite continuamente a "su" maestro Jesús Pabón, y mi alegría musical es grande cuando leo que no falta, cuando es necesaria, la referencia a músicos, la que ha faltado últimamente al escribir sobre Cortázar, desdeñando o ignorando una faceta importantísima de su sensibilidad de argentino-parisiense. Jesús Pabón, con su gracia de sevillano fino, me dijo un día: "Sé algo de historia, mucho de medicina y muchísimo de música". Ciertísimo lo de su sabiduría musical como aficionado de excepción, de los que antes y después de oír, leen. Estar a su lado en un concierto era una fiesta: los inevitables huecos en la programación los llenaba con una cuidadosa, meditada, elección de discos. Su justa fama de "desentrañador de líos históricos" se puso bien de manifiesto en el espléndido trabajo sobre Lola Montes. No debemos olvidar que, a pesar de circunstancias adversas, sacó a flote el Conservatorio de Sevilla en la primera etapa de la República. En la selección de autógrafos enmarcados para su sitio de trabajo destacaban dos: el de Churchill y el de Manuel de Falla. En lo que nos queda de sus trabajos sobre Narváez hay una cita sobre la interpretación que Scherchen hace de La batalla de Vitoria, que es auténtico detalle de especialista en música; pero no menos, y de manera egregia, en los estudios sobre la época de Napoleón.Jesús Pabón figura muchas veces en el libro de recuerdos que preparo. Carlos Seco, en la introducción del libro sobre Narváez, alude muy discretamente a sus depresiones: de alguna fui testigo, e incluso confidente, cuando viajamos juntos en un crucero por el Báltico. Muchos días llegaba al desayuno contento, fumador de un cigarro enorme y exquisito, y era una gloria anticiparnos lo que íbamos a ver en Leningrado y sentando la doctrina, confirmada estos últimos días, de que sin el paso de Leningrado a Moscú la revolución hubiera seguido rumbo distinto. Su cara se ponía radiante cuando el biógrafo de Cambó hablaba un catalán purísimo con sus vecinos de mesa. A veces se iba al rincón más apartado de cubierta a buscar el refugio y, el remedio de la opresión: la lectura de la Biblia. Si venía hacia mí, un saludo desde lejos era signo de diálogo sobre un tema al cual volvía continuamente: el tema de la conversión sin re, o sea, de la religiosa.
Historia viva
Empecé a tratarle cuando yo, misacantano, dirigí una serie de, meditaciones cuaresmales, y mi susto fue muy hondo al presentarse para charlar. La amistad, por mi parte, respetuosa siempre, y él, celando desengaños y adivinadas penas, a las que hace referencia cariñosa su discípulo y colaborador. Cuando fue elegido director de la Academia de la Historia, cifraba su orgullo en la siguiente ternura: "Cuando mis nietas sean mayores se pavonearán diciendo que soy en la Academia lo que fue Menéndez Pelayo". Mucho hablábamos entonces, y casi había juego de escondite porque él, como director de la Academia de la Historia, y yo, como secretario de la mía, urdíamos la intriga a ver quién llegaba primero para arañar del presupuesto lo necesario para nuestras respectivas obras. Rompió el mutuo recelo una deliciosa carta suya, escrita en clave, señalando las astucias de los mandamases. En la posguerra, aparte del absurdo culpable del confinamiento, fue un gran solitario, pues siempre, como auténtico liberal, estaba al lado de la comprensión, del diálogo. Con tierna humildad me dijo mucho después: "Hay que trasladar las cóleras a los silencios". Vaya toda mi gratitud a Carlos Seco, al discípulo que quiere seguirlo siendo: la musicalidad de Jesús Palbón la veo como música de fondo de esos análisis suyos de retratos que abren bien bellos horizontes a una iconografía que une despaciosa visión, cultura e intuición de historia viva.
Babelia
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