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Intereses gerontológicos

¿No pensáis que es maravilloso? Ya tenemos, en este raro año de 1984, a los dos dueños del mundo escogidos entre el ramillete de los más viejos o casi. No por sabios de la tribu, sino por viejos, que no es estrictamente lo mismo. Parece que con el control de la natalidad cada vez hay menos jóvenes. Y, en este sentido, que tanto el Este como el Oeste estén regidos por dos ancianos no deja de ser representativo de las inclinaciones del planeta. El acceso de Chernienko al poder tiene muchas ventajas. El mundo se nos ha vuelto simétrico. En Moscú y en Washington mandan dos personajes paralelos; dos almas gemelas, diría yo. Está claro que si Reagan no se entendía con Andropov era por que el soviético resultaba excesivamente joven y el gap generacional aparecía demasiado acusado. Ahora, Reagan ha encontrado la horma de su zapato: un compañero de 72 años, uno menos que él mismo. Hay una hermandad gerontológica de consecuencias positivas incalculables. El anciano norteamericano puede contarle al anciano moscovita sus cosas, seguro de ser correspondido. De sillón a sillón, estirando la oreja si no hay micrófonos, los los abuelos tienen tanto de qué hablar.

No quisiera ser desagradable, pero a esa edad la muerte les hermana con lazos mucho más estrechos que cualquier diferencia ideológica, No olvidemos que, en palabras del profesor Ruiz Torres, "ser viejo significa, morfológica y funcionalmente, un estado de contrarregulación frente a una muerte que se avecina". Esto es muy serio.

Veamos a nuestros dos ancianos al microscopio. Analicemos el fenómeno del desgaste. Dice la ciencia que para impedir este desgaste se pone en marcha un mecanismo regulador cuya misión es sostener zonas que se derrumban, reparar y rellenar espacios parenquimatosos que quedan libres al desaparecer células.

No nos dejemos engañar. Aunque veamos a Reagan montando a caballo, en su rancho y a Chernienko paseando adustamente por los alrededores de su dacha, la triste realidad es que sus tejidos y órganos de sostén se hacen cada vez más insuficientes en su función al empobrecer la materia fundamental: el hueso pierde calcio y sustancia fibrilar, apareciendo una verdadera osteoporosis; la piel se pone lacia, es delgada y frágil al reducirse el contenido colágeno del cutis. ¿A qué seguir? Basta con ver un primer plano televisivo del rostro de Reagan. El caso es que el envejecimiento es un fenómeno de involución. De involución parenquimatosa, dirían los científicos. De involución pura y simple, diría el hombre de la calle.

Así es como tenemos a nuestros dos abuelos vistos a través de la lupa. ¡Son tan parecidos, aunque simulen lo contrario! Dicen que Chernienko enrojece con facilidad y que tiene cierta dificultad oratoria, a pesar de que utilice rebuscadas metáforas. Ahí está Reagan, con su cutis rosa transparente, que, al parecer, tampoco puede decir dos palabras seguidas si no las lleva aprendidas de memoria. Ambos lucen blancas cabelleras, características de los que poseen el poder máximo, la fuerza, absalones preparados por el tiempo para sentarse en las cúspides.

Sentados, pues, el uno junto al otro -decía-, pueden transmitirse experiencias comunes: cómo van las células, qué tal el colágeno, de qué manera sienten el empobrecimiento cerebral. La

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temática es infinita. En este aspecto, cuánta sabiduría ha de mostrado el Comité Central del PCUS al elegir a este anciano reservón, de la misma manera que hace unos años fue sabio el pueblo norteamericano al escoger a Reagan. Ambos estaban llamados a encontrarse. Entre el rancho. y la dacha ya no hay distancias.Desde el punto de vista político, todo son buenos auspicios. La involución parenquimatosa proporciona a los dos abuelos unas altas dosis de conservadurismo. Son conscientes de que lo reaccionario no es sólo consecuencia de su situación física personal, sino de que se trata de la única fórmula honorable de conducir a sus respectivas sociedades y, por ende, al mundo entero. Estimo que podemos estar tranquilos. Lo peligroso eran los tiempos en que el imberbe Kennedy se enfrentaba al longevo Jruschov. Pero ahora el equilibrio -no del terror, sino de los intereses gerontológicos- inaugurará una nueva etapa de diálogo y entendimiento.

El único problema es la precariedad de la salud de ambos ancianos. Por muchos potingues que se echen encima, la amenaza está ahí, a la vuelta de la esquina. Un rápido fallecimiento de alguno de nuestros dos abuelos quebraría la paridad del sistema. Por el momento, lo que cabe esperar es que no vengan unos cuantos jovenzuelos sabihondos a encizañar una relación emocionante, de la que cabe esperar los mejores frutos.

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