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El fallecimiento del autor de 'Rayuela'

Poeta, humanista, cronopio

"La yuxtaposición de la visión infantil y de la visión adulta hacen al poeta, al criminal, al cronopio y al humanista". El cronopio que murió ayer en París, triste por la pérdida de su compañera Carol Dunlop, con quien escribió su libro Los autonautas de la cosmopista, angustiado por la situación de aislamiento y acoso de su admirada Nicaragua revolucionaria, y cansado por la enfermedad que le consumía, tenía todavía fuerzas y esperanzas para seguir proyectando obras y vidas por encima de ésa que ha resultado tan corta. Su amigo Mario Muchnick acaba de publicar Nicaragua tan violentamente dulce, donde recoge varios artículos y trabajos sobre el país centroamericano. Estaba terminando otro libro del mismo tenor sobre Argentina y, para mayo, estaba lista ya la publicación de Salvo el crepúsculo, donde recogía su obra poética, prácticamente desconocida, fuera de Pameos y Meopas, que publicó en 1971. Los cajones de su mesa estaban llenos de papeles y proyectos de nuevas narraciones y libros, piensan los amigos. Su aspecto de niño enorme y desgarbado, que ni la tristeza ni la enfermedad pudieron minar, confirmó hasta el último momento su plena adscripción a la clase de los cronopios.Ese cronopio excepcional nació, hijo de padre argentino y madre francesa, en 1914 en Bruselas. Se hizo como escritor en Buenos Aires, a donde se llevó -ya de por vida- su inconfundible erre gutural de buen francófono y la influencia de Alfred Jarry, los surrealistas, Apollinaire, Cocteau... Las masas peronistas no fueron del agrado de aquel joven alto y esteticista y en 1952 se trasladó a Europa, después de publicar en Buenos Aires Los Reyes (1950) y Bestiario (1951). En 1956 vieron la luz los cuentos de Final del juego, y en 1959 Las armas secretas. El gran narrador de distancias cortas era ya un hecho. Algunas de las piezas de estos dos libros forman parte de la mejor narrativa castellana de todos los tiempos, como El perseguidor, sobre el cual se inspiró Antonioni para su Blow-up. En esta década ideó ese catálogo humano que permite clasificar a nuestros congéneres como cronopios y famas, y que se materializó en Historias de cronopios y de famas (1960).

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El momento de la plétora creativa, a principios de los sesenta, le llegó al doblar una esquina de su pensamiento y de su ideología. Una nueva edición de Final del juego añadió un buen número de cuentos a su obra ya hecha y, después de su primera novela Los Premios, ya en 1963, sus lectores empezaron a saltar y a escribir ellos mismos esa Rayuela, una novela que se presentaba como protagonista de ella misma y que inventó la cooperación interpretativa mucho antes que los sabios de la lingüística del texto. Pero ese Cortázar que empezaba a ser traducido y admirado en todo el mundo había viajado en 1961 a la Cuba revolucionaria. El escritor esteticista y molesto con el populismo peronista tomó partido por el socialismo cubano, como inicio de una nueva era para los pueblos latinoamericanos, junto con gran número de escritores de todo el subcontinente y de Europa. A su muerte, sólo él y Gabriel García Márquez persistían en su compromiso político y en su amistad hacia Cuba, ensanchado ahora a Nicaragua.

"Yo no creería en el socialismo como destino histórico para América Latina si no estuviera movido por razones de amor", explicó en noviembre a este periódico, en una de sus últimas entrevistas. La pasión con que alentó y siguió la experiencia del Chile de Allende, su participación en los trabajos del Tribunal Bertrand Russell y últimamente su insistencia en no conceder entrevistas ni hacer manifestaciones públicas si no era para defender la revolución sandinista, son los hitos de su compromiso político.

Un cierto reflejo del paso por esta esquina aparece en Todos los fuegos el fuego (1966), una nueva colección de cuentos, entre los que destaca La autopista del sur, esa autopista que volverá a recorrer con Carol Dunlop. En 1968 regresa a Rayuela con la propuesta de ampliación del capítulo 62 que es 62. Modelo para armar. Su universo de cronopios y de famas resurge en La vuelta al día en ochenta mundos (1967), que como último round, acude al collage y amplía la pura visión del mundo del narrador en un calidoscopio de retazos autobiográficos, documentos y géneros.

En esta época Cortázar compone textos motivados por fotografías: Buenos Aires, Buenos Aires (1968), Prosa del observatorio (1972), El Bestiario de Aloys Zotl (1976), Silvalandia (1975), y publica El libro de Manuel (1974),-donde el compromiso de su escritura con la realidad política latinoamericana inpregna hasta la última línea del collage. Pero las narraciones de Octaedro (1974) y Alguien que anda por ahí (1977), o las más recientes de Deshoras (1983), muestran al Cortázar de siempre.

Sus últimos años han sido de intensificación de su compromiso político y de desgracia personal. Antes de morir pudo consolar el dolor de la desaparición de su último y joven amor, Carol Dunlop, retornando al Buenos Aires de la nueva democracia argentina y hallando el calor de su primera mujer Aurora Bernárdez, con quien ha vivido sus últimos meses.

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