Los recursos de Pegasus
Pegasus es algo sintomático. Todos sus componentes son capaces, han tenido momentos de rara inspiración y pertenecen a una generación de músicos que, una vez fuera de la vanguardia y las innovaciones del rock, siguen realizando su trabajo (funky, ramalazos morunos, sinfonismo ...) sobre la base de una competencia musical ya probada y dosis mediadas de verdadera sensibilidad y del más puro truco.Es lo malo de la experiencia. ¿Cómo va a resistirse Kitflus a jugar con los efectos de sus teclados y sus ingenios electrónicos para que el personal alucine un poco? ¿Cómo Rafael Escoté no va a coger un ritmillo con el bajo que impulse las manos de las gentes unas contra otras? ¿Cómo va a dejar Santi Arisa de hacer unos solos que más parecían una clase de batería que un desarrollo musical lógico? Y finalmente, ¿cómo va a olvidar Max Suñé sus muchas horas de trabajo y trinos sobre una guitarra?
Pegasus
Sala Morasol, 8 y 9 de febrero, Madrid
Olvidar lo aprendido
Sería pedir demasiado que olvidaran de repente sus recursos y se lanzaran a idear libremente. Porque no son culpables de parecer vacíos o incluso cínicos, porque no lo son. Ellos son músicos educados en una época, y ahora tratan de echarle la mayor afición posible y también cierto sentido del humor.
Sus filigranas instrumentales dicen poco a estas alturas, pero aquí y allá surgen detalles, como ciertos párrafos de un solo muy tierno de Max, de lo poco sentido que nos fue dado escuchar. Y son honrados.
Exprimen hasta el fondo sus conocimientos adquiridos en estos últimos años y parecen saber dónde acaba la concesión al público y dónde empieza la prostitución. Mucho más excitante era el trío formado por Max, el bajista Carles Benavent y el batería Salvador Niebla.
Aquello, que sucedió hace un par de años, estaba muy bien, pero era jazz casi puro. Y eso no vende mucho, y todas las personas deben comer. Los componentes del grupo Pegasus parecen más artesanos que artistas, pero eso no es pecado.