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El Gobierno del cambio

De repente, todo el panorama político español parece haberse paralizado, y no, desde luego, porque hayamos vivido en los meses pasados unos meses de metamorfosis o cambios políticos sustanciales y decisivos, sino porque la iniciativa gubernamental que en ellos se ha venido dando -buena, mala o regular- da la impresión de haberse agotado o quizá de darse por muy satisfecha con lo hecho y de haberse vuelto sorda respecto a las críticas o meras indicaciones sobre todo aquello que en diversos departamentos ministeriales no funciona precisamente del modo más eficaz, por no decir que, con harta frecuencia, con una incoherencia que no está muy lejana del surrealismo.El Gobierno del señor González ha recibido, por lo demás, un tan gran espaldarazo político con la reciente decisión francesa acerca de los refugiados vascos en su territorio que, si esta decisión se advera como el primer paso para la erradicación total de las bases del terrorismo de ETA en Francia, es lógico y comprensible que se quiera rentabilizar todo lo posible esta baza. Y, sin duda, es justo, por otra parte, porque, en realidad, por primera vez un Gobiemo de la democracia habría logrado transformar los datos objetivos de un fenómeno tan importante como el del terrorismo, que se había enquistado en un círculo sin salida.

Pero, por esto mismo, los ciudadanos españoles tienen derecho a exigir y esperar también que el Gobierno se muestre tan tesonero y efectivo en todos los otros aspectos de su gestión, que de otro modo podrían deteriorarse extraordinariamente o, lo que es lo mismo, entrar en el Olimpo de las autosatisfacciones. Y precisamente en este instante estamos quizá asistiendo a un estado de cosas algo inquietante en este sentido. Porque, salvo el ministro de Economía y Hacienda, señor Boyer, que no ceja de advertir sobre lo precario de nuestra situación económica y la más que probabilidad de que tampoco en este 1984 pueda ser superada ni se hagan reales las expectativas de un pequeño despegue o reactivación, todos los demás responsables de los restantes departamentos ministeriales parecen opinar que nos encontramos en el mejor de los mundos y, en consecuencia, dan la impresión de manejar los asuntos con una inercia y una seguridad en ella dignas del más firme conservadurismo. (...)

, 17 de enero

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