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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una irrupción de la España 'negra'

LA DECISIÓN del Patrimonio Nacional de negar el patio de los Reyes del monasterio de El Escorial para que se represente la ópera de Verdi Don Carlos alega que dicha obra "revive la trama de la España negra". Realmente, la España negra revive en ellos mismos y su prohibición: son inquisidores residuales, hereditarios y, finalmente, caricaturescos. Don Carlos, de Schiller (1787), es una obra en la que el poeta alemán hizo una metáfora histórica (uso común en el teatro mundial) para defender la libertad y los principios de la democracia frente a la tiranía y la autocracia. Verdi, al tomar ese tema para su ópera (1867), repetía la misma intención frente a otra época. La historia tétrica de Felipe II y su hijo el infante don Carlos fue relatada por primera vez en España y por un español, la Relación de la muerte y honras fúnebrés del señor príncipe don Carlos (1568), y fue entonces inmediatamente prohibida. El drama que dedicó Lope de Vega a don Carlos desapareció sin dejar rastro. Y poco después surgía ya la figura de don Carlos en el teatro como lo mandaba la leyenda blanca u oficial: el dolor del padre, Felipe II, al tener que recluir al hijo tirano y estúpido (Enciso, Montalbán, Cañizares). Hubo que esperar el aire del liberalismo y de las revisiones históricas para comenzar a ver de otra forma la historia siniestra (Núñez de Arce). Hay que señalar una leyenda española que imaginó a don Carlos huyendo de su padre y esperando el momento de volver para librar de la tiranía al país (El pastelero de Madrigal, la sospecha de que fuese el padre Gregorio López, que terminó de herborista y ermitaño en México, 1596). Cierto que la reforma embistió después, y desde fuera, contra Felipe II.No es éste lugar para intentar un análisis histórico sobre la realidad del reinado de Felipe II y la profundidad del conflicto con su hijo, pero sí para señalar que ya entonces había ya una resistencia española contra lo que se calificaba de tiranía y abuso de poder y en favor de una modernidad: que a esa resistencia aniquilada se la llamó la anti España y que esta expresión es lo suficientemente contemporánea, y sabemos de su uso lo bastante, como para repudiarla. Verla utilizar ahora a los, miembros del Patrimonio, imbuidos de una soberbia histórica que sigue calificando los sucesos de entonces como trama -en el sentido de compló, conspiración, conjura extranjera-, estremece, sobre todo cuando la avalán algunos nombres de otra trayectoria de pensamiento libre.

Don Carlos fue una utilización literaria y política de Schiller y de otros dramaturgos y escritores para defender las libertades. La siguen utilizando autores decididamente españoles (Carlos Muñiz, Tragicomedia del serenísimo príncipe don Carlos, 1980), y la obra misma de Schiller se representa habitualmente en España (en versión de Llovet y dirección de José Carlos Plaza, 1979). La ópera de Verdi forma parte del repertorio mundial, y en España se canta con gran frecuencia: como siempre sucede con la ópera, patrocinada y sufragada por el Estado español. Alguna de sus versiones se ha transmitido recientemente por televisión. En ninguno de los casos nadie ha proferido gritos de escándalo, a no ser los residuales representantes de la verdadera España negra.

Esto es: por encima de la interpretación de la historia, más allá incluso de su utilización para la defensa de las libertades frente a las tiranías de cada momento, la obra literaria y su versión musical forman parte de un patrimonio de la cultura mundial a la que difícilmente se puede oponer el Patrimonio Nacional en nombre de remilgos antiguos o de miedos contemporáneos. La oferta de la Scala de Milán de montarla en El Escorial con su propia orquesta y coros, con José Carreras y con la prestigiosísima dirección de Franco Zeffirelli, que iba a tener una irradiación mundial simultánea con la televisión y posterior con el cine, no se puede negar por una defensa de, la España de Felipe II y por falta de respeto a la verdad histórica, tan mal establecida y tan repentinamente asumida. Va esta prohibición más allá del oscurantismo y más allá del miedo que puedan sentir a la resurrección de los inquisidores: es un acto perfectamente ridículo.

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