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Las liturgias de las iglesias les vienen grandes a Els Joglars

El Centre Dramátic presentó anteayer en el Romea el último espectáculo de Els Joglars. Asistí, hace exactamente un mes, al estreno mundial de Teledéum en Alicante y, a decir verdad, muy poco tengo que añadir a lo que ya dije, en aquella ocasión (véase EL PAIS del 7 de diciembre de 1983).La representación de ayer en el Romea me ha confirmado en mi impresión de que el ecumenismo y la liturgia de las iglesias les viene grande a Els Joglars o, dicho de otro modo, que a Boadella se le terminaron las pilas, y que ese Teledeum, a pesar de su fama de bomba corbeille lista para atentar contra lo más sagrado, no pasa de ser una comedieta de sotanas y casullas, como la definió el propio Boadella, y que a duras penas llega a eso, a comedieta, y encima con cuatro o cinco chistes baratos, por no decir francamente malos.

Vamos, que se trata de un producto indigno de Boadella y, por descontado, de subir al escenario de un Centre Dramátic de la Generalitat de Catalunya. Sigo pensando que, para ciertos catecúmenos, el número fuerte ha de ser sin duda el del Catsupchríst. Esa variante sacramental del catsup con el que intentamos vanamente disimular el sabor a carne de burro que tienen determinadas hamburguesas, no es otra cosa que un invento del representante de la iglesia anglicana -uno de los concelebrantes del Teledeum-, gracias al cual puede administrarse la comunión en una mezcla de ambas especies, el pan y el vino, aunque, claro, "con un ligero sabor a tomate", como nos dice el anglicano.

Estas escenas son, al parecer, las que indignan a ciertos feligreses -aunque anteayer, en el Romea, nadie manifestó ninguna repulsa, más bien todo lo contrario-, la parte fuerte del espectáculo. Yo, en cambio, la considero la parte más fácil, más barata, a la altura de esa escena en que un participante del Teledeum, creyendo que nadie le ve ni le escucha, se tira, por gusto, un pedo detrás del altar de la concelebración, con tan mala fortuna que el pedo, recogido por los micros que no habían sido desconectados, se convierte en trueno apocalíptico; o esa otra en la que al cardenal italiano le sienta mal el Catsupchrist y Io vomita, creando un verdadero problema en los estudios de televisión donde, claro está, todavía no han inventado la bayeta-patena... Todo eso es muy barato, querido Boadella.

A mí, la escena fuerte de la comedieta se me antoja otra: la de la confesión de los concelebrantes. En esa escena nos damos cuenta de que los concelebrantes son unos indeseables. El que no es un sarasa, es un ladrón y el que menos es carne de Frenopático, a excepción, tal vez, del cardenal, el cual, debido a su edad no está para ciertos trotes. Y ahora viene lo fuerte de la escena. Cuando todos han confesado sus fechorías o aberraciones sexuales, por utilizar un lenguaje clínico, salta un monje de Montserrat -cómo iba a olvidarse Boadella de la santa montaña- y dice que a él también le atormenta un gran pecado. ¿Cuál?, le preguntan rijosos los demás, y el monje confiesa: ¡Qué no creo en Dios! Y los demás, al oírlo, le dan la espalda despreciativamente, dando a entender que eso de no creer en Dios es algo completamente superado, vamos, que ni siquiera es pecado.

La acogida fue buena, francamente buena, pero, desengáñense, no fueron aquellos triunfos a los que no tenían acostumbrados Els Joglars. La gente de la profesión teatral, por los comentarios que pude oír, salió bastante desencantada, juzgando el espectáculo como algo muy flojo, muy por debajo de lo que suele ofrecer Boadella.

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