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Lily Lerena

Recibió en Madrid el Premio Pro Derechos Humanos concedido a su mando, el general Seregni, encarcelado en Uruguay desde hace 10 años

"Señoras y señores: Por la propia índole de las tareas que se le encomiendan, todo representante debería ejercer su función con la más apagada humildad posible...". Lily Lerena no pudo siquiera pronunciar estas palabras, que daban comienzo a su alocución, en la entrega del premio anual de la Asociación Pro Derechos Humanos 1983, concedido a su marido, que se celebró el domingo en Madrid. La mujer de Líber Seregni, general del Ejército uruguayo, prisionero político de la dictadura militar de su país desde el golpe de Estado de 1973, adoptado por el primer grupo español de Amnistía Internacional, rompió directamente a llorar ante todos los presentes: ante el ministro Maravall, el alcalde Tierno, José María Mohedano. Como ella dice, "es que son muchos años aguantando. Nunca me he considerado protagonista de nada, y al enfrentarme a un muchedumbre, me sentí sola y tuve miedo".

Todavía no se explica cómo puede pasarse de vestir de sedas y puntillas las interioridades de las mujeres uruguayas a estar todo el día pendiente de llevar la comida al marido preso o de las horas de visita al general, al que ella llama siempre Seregni. Tampoco hace tanto tiempo que cosía los encajes de los ajuares para novias, unos encajes que encontraba ajenos, según dice, pero que le encantaban, y le permitieron hacerse amiga de sus clientas teniendo como vehículo la lencería fina. Eran los años en que ella, cuando llegaban estas fechas, no necesitaba creer que son unos días como tantos otros, "porque sin Seregni prefiero no pensar que es Navidad".Lily Lerena nació, hace 67 años, en el departamento de Florida, en el centro de Uruguay, y, pese a que toda la enseñanza en su país es completamente gratuita, no pudo ir a la universidad, porque era la mayor de cuatro hermanos y tuvo que salir a trabajar "muy temprano". Después de casarse, en 1940, siguió cosiendo durante más de 30 años. "Entonces el sueldo de un militar era modesto, y además, Seregni siempre protegió a sus padres".

Cuando, hace 10 años, el general, que fue designado, a finales de 1971, presidente del Frente Amplio de cara a las elecciones, encabezó la resistencia civil contra la represión desencadenada por sus propios compañeros de armas, y acabó en la cárcel, a Lily Lerena se le vino el mundo encima. Reaccionó rápido, pero para cuando empezó a privar a los enemigos de su marido del espectáculo de verla hundida -"A veces la gente quisiera verme llorar, ¿entendés?"-, ya se había convertido, irremisiblemente, en una indeseable. Hoy se apoya en sus dos hijas y otras tantas nietas, y en la solidaridad del pueblo uruguayo.

El día en que llegó a Madrid dijo en televisión que si explicara cómo están los derechos humanos en Uruguay no podría volver a su país. Es una osadía que le da el interés internacional por su marido, que la lleva al convencimiento de que "no va a lograrse así la libertad de Seregni, pero sé que no lo van a matar. Yo hablo así por las mujeres que no pueden hacerlo". Es, no obstante, una inmunidad relativa. Lajamilia militar, como ella la llama, acaba de sorprenderla concediéndole un pasaporte -el Ministerio de Asuntos Exteriores español ha hecho alguna gestión al respecto- con la letra B, de ciudadana a medias, sospechosa, "entre lo bueno y lo malo", como dice. Los ciudadanos A son los aceptables, los afines, y los C, los "totalmente liquidados, sin derechos".

Vive Lily Lerena con la consideración de viuda, pues cobra una pensión, y no el sueldo de su marido, que ha dedicado 42 años a las fuerzas armadas. Cuando llegue la sentencia definitiva y Seregni quede expulsado del Ejército, su mujer ya no verá un peso. "Pero tengo mil proyectos. A mi edad nadie me va a emplear, pero puedo hacer comida y tartas para la gente que viva cerca de mi casa".

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