El cine latinoamericano presente en el festival de Huelva huye de la imagen cinematográfica del subdesarrollo
ENVIADO ESPECIAL Las películas latinoamericanas presentadas en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva muestran que sus autores han marginado definitivamente las propuestas de hacer un cine imperfecto o del subdesarrollo. Por otra parte, en lo que respecta al pase puntual de las películas, hay que señalar que un discreto aplauso final cerró la proyección de la esperada película de Pilar Távora, Nanas de espinas, que suponía la primera participación española en la sección competitiva del Festival de Huelva. La decepción fue prácticamente general habida cuenta de que el rodaje del espectáculo teatral original del grupo La Cuadra de Sevilla se ha transformado en una película confusa, culturalista, de impenetrable significación que poco apoya los montajes de ese grupo de teatro sevillano y menos aun la formación cinematográfica de la directora.
Pilar Távora fue el pasado año quien protagonizó la protesta por la precipitada y boba decisión de la dirección del Festival de Sevilla de proteger de forma incompleta el incipiente cine andaluz.Desgraciadamente, Nanas de espinas no propone con mayor claridad una visión interesante de Andalucía en el cine. Con su enrevesado conjunto de inexplicables y aburridas imágenes pretende ofrecer una visión más real que la que propagaban aquellas películas folklóricas de los años cincuenta. Pero ni la mejora ni la anula: es, simplemente, otra cosa. Pilar Távora ha colocado caprichosamente sus cámaras ante la libre versión que escenificó su padre sobre Bodas de sangre de García Lorca, sin un conocimiento real de la significación del encuadre, de la narrativa ni del ritmo cinematográfico. El suyo es un trabajo apasionado, de gran valor si se tienen en cuenta las dificultades para desarrollar una cinematografía autóctona, pero de caminos alejados a los del cine que hoy se exigen.
Lejos del cine imperfecto
Es fácil deducir del conjunto de las películas latinoamericanas presentadas en el festival que sus autores han marginado definitivamente aquellas propuestas de hacer un cine imperfecto o del subdesarrollo. Parecen haber aceptado que la presencia de sus obras en el mercado internacional pasa por exigirles esa perfección técnica que antes se marginó en el mundo de los teóricos del Tercer Mundo. Glauber Rocha y Julio García Espinosa fueron dos de los propagadores de tal posición estética. Puede ocurrir entre las películas que se ofrecen en Huelva, que la mala calidad de los medios técnicos utilizados abaraten su resultado final. Pero no es tanto una opción militante como una carencia económica.
Dos de las películas que más destacan hasta ahora del concurso son pruebas evidentes de ello. La ya comentada hace días Ardiente paciencia, de Antonio Skarmeta, que recoge con emoción los últimos años de la vida íntima de Pablo Neruda completada con un fondo preciso de los trascendentes acontecimientos políticos que destrozaron su vida, y Pra frente Brasil!, de Roberto Farias, que denuncia la existencia de torturas y policías paralelas con una estructura narrativa de filme de suspense. En ambas, las intenciones están por encima de sus resultados visuales aunque no por ello se elimine completamente su valor: sobre todo en el caso del filme sobre Neruda, la impronta poética de su director supera con creces la insuficiencia industrial que padece.
En todo caso, o con excepción del largometraje Los refugiados de la cueva del muerto, del cortometrajista cubano Santiago Álvarez, que insiste con entusiasmo en alegorías patrióticas finales, los planteamientos narrativos del cine latinoamericano de hoy parten de una mayor ortodoxia narrativa: El arreglo, de Fernando Ayala, es el mejor ejemplo de ello, como ya hemos comentado anteriormente.
La nostalgia
Una película argentina que revisa con ternura y acidez los primeros años cincuenta de la historia de su país, Espérame mucho, de Juan José Jusid, pertenece también a una cierta tradición narrativa: aquella que pone en narrativa: aquella que pone en primer lugar la nostalgia de los espectadores por las épocas en que se abrieron al mundo. Un adolescente mira con asombro a su alrededor descubriendo la amistad del sexo, la admiración y el odio, mientras el director de la película ilustra su desarrollo con documeritales que recogen la actitud política de Perón y el mito de Eva. Quizás desde una lectura propiamente argentina, la película tenga significados dispares. En Huelva, conectó emocionalmente con los espectadores, a los que no costaba trabajo reconocer en la memoria de Jusid recuerdos muy propios: ninguna diferencia educacional entre los argentinos y españoles de aquellos años.
Naturalmente, es una película realizada con el temor de la censura y, por lo tanto, más ambigua de lo que su autor hubiera pretendido. Pero se trata de un filme que no niega su aspecto coyuntural aunque, paradójicamente, responda a motivaciones perennes de quienes la rodaron. Tiene ahora el cine argentino una urgencia por recuperar los recientes años perdidos y por hacer su inventario. No es un proceso distinto al vivido en España tras la muerte de Franco aunque ahora el dolor sea más reciente para los cineastas bonaerenses. El arreglo osa denunciar corrupciones actuales; Espérame mucho, su posible raíz. La cinematografía argentina es la que más se separa de los planteamientos estéticos de otros países latinoamericanos. Su industria es antigua y sólo precisa ahora de facilitar la resolución del reciente trauma.
Ha interesado de forma especial el filme brasileño Parahyba, mujer macho, de Tizuka Yamasaki. Es una película con grandes medios de producción, no siempre bien utilizados por la autora. De cualquier forma, destaca su intento de biografiar a una maestra y poetisa que, en plenos años veinte, usaba de su libertad de forma que resultaba escandalosa. No es una mujer brillante por su actitud, pero sí es los suficientemente vital como para entender apasionadamente al abogado y periodista con quien comparte su vida, y quien acabará asesinando al presidente de la república. Ella no interviene en los hechos, pero los secunda por amor y por una incipiente rebeldía que quiere traducirse en lo político. Aunque no haya logrado la directora brasileña, de origen japonés, que su personaje femenino comunique plenamente su ardor feminista, es un buen retrato de un insólito ser humano.
No tiene la profundidad de otro filme presentado en el festival, aunque fuera de concurso, El pez que fuma, del venezolano Román Chalbaud, de quien se han ofrecido dos películas para destacar su presencia en el jurado. El pez que fuma se sitúa en un prostíbulo regentado por una solitaria mujer que precisa de amor' en compañía. Su amante oficial será reemplazado por un jovencito trepador que se introduce en el prostíbulo como simple criado para todo. Ella, aceptará al nuevo jefe tanto por auténtico deseo como por miedo a la soledad. Chalbaud, el más importante director de cine venezolano, tiene una distanciada forma de narrar que no elimina su emoción, pero sin ofrecerla en primer plano. Inteligente y seguro, ama a los perdedores pero no los compadece.
Su segunda película de Huelva tiene un tratamiento mucho más cercano al cine negro americano pero responde, en última instancia, a las mismas premisas. En Cangrejo se trata de seguir el proceso de un policía que se ve imposibilitado de demostrar la culpabilidad de unos jóvenes asesinos porque sus ricos padres consiguen impedirlo. Corresponde la anécdota a un hecho real, nacido de un libro escrito por el auténtico protagonista, y ha tenido tal éxito en Venezuela y otros países, que se prepara ya Cangrejo 2 sobre otros casos similares vividos por el mismo policía.
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