Gerardo Delgado e Ignacio Tovar, dos pintores a la sombra artística de Sevilla
Dos pintores 'a la sombra de Sevilla', Gerardo Delgado e Ignacio Tovar, exponen sus obras en Madrid. Los dos forman parte del mundo pletórico de la creación andaluza. El primero tiene abierta su exposición en la Galería Egam hasta el próximo 5 de noviembre y el segundo muestra sus obras en la galería Aele hasta el mismo día. En ambos casos se aprecia el juego posvanguardista de forzar la unión de opuestos: límite-ilimitado, fondo-figura, expresión-cálculo, atmósfera -plano, unicidad-seriación... Las dos obras reflejan esa nueva actitud ante la pintura y ambas proceden de un mismo universo.
Desde Carmen Laffón y Luis Gordillo hasta los más jóvenes pintores que recientemente, se van incorporando a nuestra actualidad artística, Sevilla ha sido y sigue siendo un centro privilegiado, al menos como ambiente generador de talentos. Con uno u otro carácter, últimamente se han sucedido diversas exposiciones antológicas, que se han encargado de poner de manifiesto la vitalidad de los artistas relacionados con la capital andaluza, continúen o no residiendo en ella. De esta manera, junto a otras figuras ya consagradas, se han ido también haciendo populares fuera del ámbito local los nombres de Manuel Salinas, Juan Suárez, José María Bermejo, J. R. Sierra, Gerardo Delgado o Ignacio Tovar.
La instalación en Madrid de la galerista sevillana Juana de Aizpuru y la muestra simultánea que ahora mismo exhiben Delgado y Tovar en dos salas de nuestra ciudad -Egam y Aele- nos traen, pues, un retazo muy oportuno de este pujante panorama, meridional.
Gerardo Delgado (Olivares, Sevilla, 1942) no es, desde luego, un desconocido en el arte español de los últimos 20 años, a cuya vanguardia ha estado incorporado por su participación en el grupo de Nueva Generación o en las experiencias del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense. En Madrid, además, desde su exposición en Kreisler-2 el año 1978, goza de un merecido prestigio, que ha sabido mantener en posteriores apariciones. Toda esta amplia trayectoria de Gerardo Delgado, que ha sabido enriquecer con una bien meditada información de primera mano, se nota en su obra, mucho más pensada de lo que a simple vista pudiera parecer.
El reencuentro con la pintura-pintura
Por de pronto, su reencuentro con la pintura-pintura en la segunda mitad de los sesenta fue en él un resultado de un proceso más que el descubrimiento de una moda eventual, lo que le permitió adoptar unos esquemas menos envarados, más frescos y libremente sensuales. El dominio vistoso del color y la soltura de pincelada le dieron entonces una fragancia próxima a los abstractos americanos más influidos por la tradición francesa. Con esta fórmula, dadas las circunstancias de la abstracción española de entonces, no le resultó difícil deslumbrar.En realidad, pronto se vio que quizá el principal peligro que tendría que afrontar provenía precisamente de esa rotunda brillantez, amablemente contagiosa.
La exposición de Egam nos demuestra, sin embargo, que Gerardo Delgado no está dispuesto a dejarse llevar por esa corriente de encanto fácil. Antes al contrario, es una exposición llena de problemas, de búsquedas y complicaciones. Por ejemplo, se aprecia un esfuerzo por ahondar en la densidad misteriosa del color y en la relación fondo-figura. En los lienzos, donde se mezcla el óleo y el acrílico, una gama sorda y aplomada entierra capas sucesivas de colores, que resplandecen de forma subterránea.
El fondo es una atmósfera animada y cambiante que vibra con pinceladas a lo Jaspers Johns, pero en cuyo centro está inscrita una figura muy recortada y plena de saturación cromática, creándose un tenso contraste. Estas figuras de ahora no son ya meras excusas para superponer el valor más plano del color, sino que se revisten de una fuerza emblemática, más conectada con las huellas rituales de los expresionistas actuales del tipo de la Susan Rothenberg, superadores de la dicotomía clásica entre abstracción y figuración.
Un tenso contraste
Este trance experimental y meditativo, en el que se halla Gerardo Delgado y que da un tono compacto, cerrado y sombrío a algunos de sus cuadros, tiene su contrapunto más desenfadado en los papeles de estraza embadumados con óleo, un desahogo de la espontaneidad.Muy cerca siempre de Gerardo Delgado ha estado Ignacio Tovar (Castilleja de la Cuesta, Sevilla, 1947), y de hecho, sin las gamas turbias y agrisadas, de horizonte cromático encapotado que aquél ahora destila, se mueve en parecidos registros. Tomando como referencia una figura geométrica, cuyo esquematismo lineal está animado por una carga simbólica subrepticia, Tovar va desplegando el repertorio de variables visuales, sorprendiendo siluetas del color convertido en plano a contraluz. Todas las perspectivas resultantes repiten un mismo contraste: un fondo brumoso y delicuescente envolviendo la figura coagulada.
En este caso, como en el de Delgado, se aprecia el juego posvanguardista de forzar la unión de opuestos: límite-ilimitado, fondo-figura, expresión-cálculo, atmósfera-plano, unicidad-seriación... Sin el sobrio puritanismo de un Ryman, que descompone analíticamente, uno por uno, todos los elementos pictóricos, este proyecto de Tovar concilia el minimalismo, con Monet.
Lo mejor que puede dar de si este tour de force se refleja en el cuadro más sobrio de la exposición: ese de una sola silueta en visión frontal, cual negro espectro, que recorta su perfil erguido en medio de vapores grisáceos. Refinados y elegantes, estos coloristas sevillanos tienen que procurar, en todo caso, no perderse por las sendas encantadas de una lasitud, sensual o formalista, sin alma.
Babelia
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