Buena revisión
Vivir sin aliento.
Director. Jim McBride. Guión: L. M. Kit Carson y Jim McBride, sobre la película de Jean Luc Godard A bout de souffle. Argumento: François Truffaut. Fotografía: Richard H. Kline. Intérpretes: Richard Gere, Valerie Kaprisky. Aventuras. Norteamericana, 1983.
Locales de estreno: Amaya, Pompeya, Gayarre, Sainz de Baranda.
Veintitrés años después de que Godard sorprendiera al mundo del cine con A bout de souffle (Al final de la escapada), que aportó una sustancial reforma a los códigos narrativos tradicionales, el norte americano Jim McBride ha decidido repetir su argumento en una crónica que respete más la normativa al uso aunque sin olvidar tampoco la necesidad de utilizar esos elementos con nervio y con habilidad profesionales: se puede discutir el lenguaje del cine clásico, pero no ignorarlo.
Indirectamente, se repite en Vivir sin aliento la desesperación que latía en el personaje original, impedido de vivir una apasionada historia de amor fou por la persecución a la que le someten las fuerzas de la justicia, pero en esta versión la angustia generacional de Godard queda más ahogada por la peripecia.
El héroe, o el antiliéroe si se quiere, es ahora un hombre nacido en circunstancias distintas, y McBride no ha ahondado suficientemente en ellas, permitiéndose un medio camino que rinde homenaje a Godard a la vez que nos habla de nuestro presente. Hay, pues, que limpiar al personaje de connotaciones literarias para aceptarle en su estado de pura marginación.
La actuación de Richard Gere
No es difícil lograrlo gracias a Richard Gere, el actor protagonista, que matiza su desarraigo con evidente talento. ¡Lástima que no se haya respetado la versión sonora original en la que, con mayor sensibilidad que en el doblaje, cantaba, más que decía, sus divertidos parlamentos!
El director ha puesto la película a su servicio porque en el trabajo del actor reside la posibilidad de aclarar todos los extremos del filme. Jean Luc Godard había hecho lo propio con Jean Paul Belmondo, pero sin olvidar tampoco el tributo que esta historia rinde al cine negro y, consecuentemente, la pasión por mantener vivo el pulso narrativo del filme. Jim McBride lo consigue utilizando a Richard Gere, ahora en pleno éxito, incluso en sus aspectos eróticos (las relaciones que mantiene con la dudibativa muchacha que le enamora tienen un carácter pasional que Godard había eludido con cierta misoginia; la chica vuelve a traicionar al hombre, pero sufre con ello), aplicando sabiamente su dominio del oficio.
McBride insinúa, sin verse obligado a remachar su información con la evidente falta de fe en la imagen de sus últimos compañeros de industria, maneja todos los elementos del filme, y, muy especialmente, el de la música, con una meta única, sin dispersiones estilísticas; mueve la cámara con tanta precisión como generosidad, pero sin esforzarse en sorprender con filigránas inútiles.
Cabe preguntarse, no obstante, si no hubiera precisado de un mayor acercamiento a las específicas condiciones que mueven hoy la vital conducta del personaje. Las justificaciones nacen de su propio carácter (y de ahí el peso fundamental de la interpretación), lo que aísla en cierto modo su tragedia de la de tantos otros marginados. Puede que, como ya era costumbre en el viejo Hollywood, se deba abstraer su caso para que coincida con el de espectadores de medio mundo. Pero ésa sería una mala herencia.
Babelia
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