El badajo
Siempre que vuelvo a la capital desde cualquier orilla del país, tengo la misma sensación. España está hueca por dentro como una campana y uno se ve forzado a atravesar un largo espacio de silencio antes de hallar en medio de la soledad ese badajo o pendejo que es Madrid.El viajero abandona el litoral hacia el interior en busca tal vez de las esencias, pero, a los pocos kilómetros, en lugar de categorías patrióticas sólo encuentra cornejas, barbechos, pollinos todavía cabalgados, corralizas, pueblos con historia ya deshabitada y algún tractor.
Los automovilistas cruzan velozmente este solar con la alucinación de astronautas en dirección a un espejismo de cemento que exhala el desierto. La patria exhibe en el centro un alma de humo cuyo poder de atracción se mide en pólizas, en decretos y telegramas a los gobernadores civiles, o sea, en corrientes de papel, no en ríos navegables con gabarras que estructuren el territorio naturalmente en un nudo interno.
En cambio, la periferia está abarrotada de gente. Allí hay fábricas, turistas, pimientos, tejidos, verduras, genios locales, vacas lecheras, melones de invernadero y seres indígenes que hablan otras lenguas desde hace 1.000 años. ¿Cuándo se darán cuenta de una cosa tan simple?
En España existen cuatro idiomas: el castellano, el catalán, el gallego y el euskera, aparte del inglés de Torrejón. Esos patriotas fervientes que tanto cotorrean acerca de la unidad deberían empezar sabiendo hablar perfectamente los cuatro. Un español culto tiene la obligación de estar bien imbuido de nuestras cuatro culturas antes de lamer con su cháchara el nombre de España. El resto es flato, o sea Madrid agitándose como un pendejo en el vacío o 100 subsecretarios percutiendo como un badajo la parte sólida de la periferia.
Yo soy un español mediocre. Sólo sé catalán y castellano. Pero los hay peores. Por ejemplo, ese intelectual idiota que el otro día me corrigió un catalanismo en el artículo. Tuve que decirle:
-En todo caso, hablo y escribo mejor el castellano que usted el catalán.
Aunque él era un patriota y yo no estoy en Madrid, felizmente, más que de paso.
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