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Nacimiento de un ciudadano

"Pasos de peregrino son, errante..."

Góngora

He aquí que luego de 36 años de exilio, y a los 66 de mi edad, he nacido ciudadano de un país libre.

Con generosa sensibilidad a los males de toda diáspora, de la que a su turno el pueblo español fue víctima propiciatoria, el Gobierno socialista de la España democrática ha querido otorgar a este apátrida latinoamericano el título de naturalización. ¿Qué significa esto? Nada menos que naturalizar (la palabra lo dice) el título de ciudadano español. El derecho de integrarse plenamente a una patria, a una cultura, de las que de hecho los latinoamericanos somos descendientes y herederos. Por la sangre, por la historia, por la lengua. En otros términos, me han sido otorgados los derechos naturales del ciudadano de los que nunca disfruté. Sus vestigios -si restaba alguno- fueron borrados definitivamente por el brutal atropello del régimen liberticida que impera en mi país de origen.

Cuando en fecha reciente retorné con mí familia a Paraguay llevaba e¡ propósito de reintegrarme a la tierra natal, prefiriendo -como lo expresó José Bergamín en su momento crucial con amarga ironía- ser "un enterrado vivo y no un desterrado muerto"., Parábola cumplida.

Pensé que acaso jugaría a mi favor, por lo menos, el mismo derecho de entrada y permanencia que les está asegurado en Paraguay a notorios criminales de guerra en exilio (los Somoza, los Mengele y otros menos destacados, amén de potentados y traficantes de toda calaña).

En realidad no estoy hecho para las novelas ni para los dramas. En realidad estoy infectado de irrealidad. Siempre hacemos razón de lo que en nosotros hay de más oscuro. Llevaba el viejo sueño del retorno y nada más. El operativo policial, que desplegó sus gorilas pistola en mano aquella tarde de abril para ejecutar mi expulsión, junto con mi mujer y mi hijo pequeño, se aplicó en demostrar en pocos instantes, sin plazos molestos ni exhortaciones judiciales inútiles, que aquel anhelo de toda una vida no había sido más que una larga ensoñación. Incluso ese operativo de hombres armados y safludos que habían irrumpido en nuestro alojamiento con el voluntarioso talante de reducir a una banda entera de malhechores. Todo fue demasiado desproporcionado e irreal. ¿Qué era un escritor para esos policías dichosamente iletrados? Un fantasma. ¿Y esa mujer grávida a punto de parir y ese niño dormido entre los gorilas? Fantasmas. Fuera. rronterazo y sanseacabó. Para los desterrados que vuelven por su cuenta y riesgo, como para los enterrados vivos que luchan adentro por los subversivos derechos humanos y sociales y por la subversiva libertad de expresión en aquel país sometido a silencio -salvo, naturalmente, para los turiferacios adictos-, no rige, de toda evidencia, la prescripción treintenaría que el derecho (?) internacional acuerda hasta a los más execrables arcángeles exterininadores. Somoza, componente y último mohicano de una dinastía de tiranuelos sangrientos que devastó la tierra de Darío y Sandino, pudo vivir y morir en su ley y hasta con gloria en Paraguay, Mengele y los otros viven ocultos tras el halo del poder. Pero entonces, ¿debía yo concluir que sin nada espectacularmente malvado y siniestro que ofrecer como credencial de respetabilidad a los dueños del poder, sumamente selectivos, yo no era yo sino otro que no existía? del punto que mi supuesto nacimiento en Paraguay" formaba parte del viejo sueño secreto. ¿No era mi vida -puesto que uno es lo que hace, y conocer mi acción habría sido conocerme- sólo un delirio de las apariencias que acosan a los peregrinos sin causa haciéndoles dudar de su existencia real? Uno de los esbirros comentó cazurramente, en el furgón, como burlándose: "Parece que usted es muy conocido". Con irreprimible vergüenza y temor repuse que no, que de ninguna manera. "Voy siendo apenas", murmuré, "un desaparecido a medias".

Pero he aquí que de pronto nazco como un ciudadano libre de un país libre. Y, más que un pasaporte o más allá de los documentos de identidad, lo que realmente se me confiere es una identidad sin documentos formales, sin pactos ni compromisos basados en cálculos interesados ni oportunistas. A una edad en la que, por lo general, se está de regreso de las ambiciones malsanas, recibir una segunda patria comporta una responsabilidad y una dicha enormes. Es tomar obligación del destino en lo mejor de uno mismo con respecto a los demás. La identidad que se me ha otorgado no excluye la lealtad a la tierra natal, sino que la ratifica y la incluye en el contexto de una vasta comunidad de naciones conformadas por la unidad de origen, en el tejido de una coherente dimensión genealógica, en el ámbito de una de las más densas culturas del mundo. Era, pues, posible entender en términos reales, carnales, este complejo e indecible fenómeno posicional de la identidad humana. Lo difícil es ahora, para mí, expresar con palabras sencillas y en lenguaje de todos los días las verberaciones de sentido de este fenómeno de entrelazados sentimientos afectivos, espirituales y éticos que no se experimenta todos los días.

Los españoles del exilio lo supieron y lo expresaron con su vida y con su obra, con su pensamiento y su trabajo sobre la vertiente latinoamericana del éxodo. Éxodo que generó en aquellos países empresas perdurables, fecundas corrientes intelectuales y literarias que enriquecieron y renovaron la vida cultural americana.

Los españoles que "adoptaron el dolor paraguayo" desde comienzos del siglo, como Rafael Barret, Viriato Díaz Pérez y como lo sigue haciendo Josefina Pla, con admirable renunciamiento y abnegación, también supieron y sintieron que esta adopción no comportaba una deserción ni una conversión. La vivieron, la viven, como una verdad de mancomunión que surge de su espíritu en combustión con el medio humano.

Ellos enseñaron a muchas generaciones de paraguayos a orientarse en medio de "la obnubilación en marcha que es su historia" (Cioran). Les enseñaron a descubrir la fuerza desconocida y salvadora que surge de la extrema debilidad y desamparo. Me cuento entre esos discípulos. Pero ahora es España misma, al hacerme suyo, la que me enseña desde dentro y como cosa propia la plenitud de ser alguien.

De este modo, adoptar la patria española en la buena tradición de la doble nacionalidad, o, mejor aún, de la nacionalidad conjunta española-paraguaya, no significa mutarse uno en otro yo desacostumbrado. Es obligarse a ser más uno mismo. A ver con claridad meridiana a ese desconocido que llevamos dentro y

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Nacimiento de un ciudadano

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que no es un artificio de la memoria ni el embeleco de lo posible, sino una, amalgama de ambos que lo revela cuando las circunstancias te son propicias.

En mi reconocimiento al Gobierno español, por mediación del ministro de Cultura, Javier Solana, pude expresar esto: "Agradezco vivamente y asumo con entera responsabilidad este alto honor que me incorpora como un ciudadano más a ese querido y respetado país, a la vida y a la cultura del pueblo español. Uno así, en mi vida y en mi obra, la devoción y fidelidad a mí patria natal, Paraguay, y a mi patria adoptiva, madre común de nuestros pueblos latinoamericanos".

Este evento cojistituye para mí un acontecimiento trascendental. El más importante de mi vida. El hombre ignora su comienzo y su fin: su vida no es más que la fluctuante unidad de esta efimera pulsación ontológica que chispea un instante en la noche de lo universal por sus dos polos de vida y muerte. Pero de pronto, alguien habituado ya al áspero olor de la intemperie en la travesía interminable bajo cielos y noches siempre diferentes, de pronto, digo, ese alguien nace con la conciencia de haber nacido en plenitud y asiste por vez primera a su nacimiento como al desenlace de una riqueza que llevó siempre consigo sin saberlo o sin atreverse a recurrir a ella.

Con fuerza de ley, de una ley natural imprescriptible, le es designado y asignado un lugar en el espacio de una patria que es la suya originaria desde el comienzo de los tiempos. ¿No es éste, acaso, el verdadero nacimiento de un hombre que se recibe de ciudadano de una patria libre sintiendo que late en su corazón su patria encadenada? Nacimiento que puede dar constancia de sus verdaderas señas de identidad, de sus convicciones y lealtades más genuinas. Nacimiento e identidad que no abjuran de nada sino que, por el contrario, reúnen y condensan su fidelidad esencial hacia la tierra natal y hacia la tierra elegida, que, a su vez, lo adopta: este hogar arcaico, anterior, incluso, al hogar histórico. Conjunción que le brinda el rico patrimonio común que trasciende los pactos y las fórmulas convencionales, puesto que emana de la sangre y del espíritu, de la profunda y última patria del hombre que es la lengua.

Mi agradecimiento al Gobierno español está, por ello, comprometido con lo más íntimo de mi ser en libertad y responsabilidad, en desinterés, en orgullo, en esperanza. Y la expresión de esta gratitud no puede olvidar, porque sería retacearla, mi gratitud hacia los Gobiernos de Francia, Alemania Federal, Suecia, México y Venezuela, a las instituciones culturales, a los científicos e intelectuales, a los colegas escritores y periodistas de todo el mundo, a mis amigos de Paraguay y Argentina, que ofrecieron su apoyo y adhesión al escritor perseguido y arrojado de su pais, honrando en él, con este gesto, a todos los perseguidos de América Latina, a sus exiliados de dentro y de fuera. Desde lo hondo de este sentimiento de unidad que religa a los hombres de nuestra cultura latinoamericana envío un abrazo fraterno de adhesión al colega y compatriota Alcibiades González Delvalle, preso nuevamente en la cárcel de Asunción por su coraje profesional y moral puesto en su insobornable lucha por la libertad de expresión en Paraguay.

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