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Julio Iglesias recibió al 'todo París' en su 40º cumpleaños

Julio Iglesias, tras librar su batalla de París, salió ileso, y marchó hacia Estados Unidos. Durante las horas que pasó en la capital francesa, fue condecorado por el alcalde de la villa, Jacques Chirac; le fue entregado el trofeo Guiness Book of Records; cumplió 40 años, y festejó este acontecimiento hasta la madrugada de ayer con los 350 invitados que llegaron a París de rincones distintos del planeta.

Todo sucedió el lunes. La emisión radiofónica más célebre y más larga (tres horas) de la radio francesa, desde las seis horas anunció enfática: "A media mañana, seguro que vendrá a vernos, aunque sólo sea para saludarnos, Julio Iglesias". Así fue. Después, el segundo canal de televisión. Y otra vez la radio. Después, el alcalde de París, Chirac, que lo recibió en el Ayuntamiento de la villa para imponerle la medalla de honor de la misma villa.Artistas, cantantes y periodistas escucharon el discurso del primer edil parisiense que, de entrada, celebró "su gran talento y su celebridad en el mundo entero". Pero le pareció poco y añadió: "También en razón del carácter verdaderamente excepcional de su éxito, con todo lo que esto supone de dones naturales, pero también de voluntad, de perseverancia, de penas y de sufrimientos sublimados por la música y por el canto".

Ya todo París y toda la Francia radiofónica y televisiva sabían que Julio Iglesias, después de ser condecorado por Chirac, iba a festejar sus 40 años en el Bosque de Bolonia, en Le Près Catélan, donde manda Le Nótre, el mejor pastelero de París. Con él, Paul Bocusse, el cocinero número uno francés, y Verges, otro grande del mundo culinario, compusieron el menú de la noche parisiense de los 40 años de la voz más vendida del mundo según el Guiness Book of Records.

Mientras Julio Iglesias aún debía enderezar la pajarita en su hotel, ya todos le esperaban, o lo soñaban, o lo veían detrás de cada pliegue de la noche: Joaquín Calvo Sotelo, Mireille Mathieu, Roman Polansky, Ursula Andress, y la hija mayor de Giscard D'Estaing, Anne Valerie.

Y los fotógrafos. Cuando llegó el hombre, hubo guerra de flashes. Esto último ya no se acabaría nunca. Dalila, la pobre, entraba tranquila, plácidamente, pero la llegada de Julio Iglesias la volatizó. Los fotógrafos se olvidaron de todo. Para salir en los clichés había que colgarse de Julio. Y así fue. Así lo comprendió Dalila, como la Mathieu, como al Andress, como todas las desconocidas de la noche.

A las once de la noche se empezó a cenar, en vez de a las nueve, hora oficial. Mientras tanto, los fotógrafos, incontenibles, retrataron a Iglesias, besando a todas las mujeres, azotándolas, besando a todos los hombres, azotando a algunos, como a Polansky.

Julio Iglesias, sin moverse, o moviéndose, era siempre el mismo. Pero, porque cada cual quería comérselo a su manera, eran 1.000 Julios Iglesias diferentes. A Polansky le cantaba al oído: "Te gustan las mujeres como un loco". A un periodista que lo rastreaba anotando frases, lo fue a buscar a una esquina y le susurró: "No nos conocemos, pero tú me miras con cariño", y lo saludó. El periodista se quedó lelo.

Los apoderados luchaban contra los fotógrafos; a Julio Iglesias le atravesaban el rostro rayos de silencio solo, pero reaccionaba como un resorte: "Son formidables. Qué sería de mí sin ellos". Cuando se topó con los hispánicos besó, abrazó y azotó.

Hasta se cenó, con los fotógrafos sentados durante algunos momentos. Uno de ellos: "A mí no me gusta, pero lo que tiene Julio es contacto con el público y, sobre todo, con las mujeres. Yo lo he seguido por todo el mundo. Lo que vi en América Latina es indefinible". Una señorita francesa, de nombre Corinne: "Lo que tiene es mucho charme, y que gusta mucho, a las mujeres sobre todo".

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