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LA LIDIA / FERIA DE OTOÑO

Torrentes de torería

Los aficionados salían de la plaza con chirivitas en los ojos por los torrentes de torería que habían podido contemplar. Doña Consuelo, que a la sazón volvía del supermercado, preguntaba: "¿Qué les pasa a éstos? ¿Se les ha aparecido la Virgen?". Don Mariano, que es el aficionado que mejor sabe repetir los pases, corría a una mano, por la explanada de Las Ventas.Correr a una mano se había visto en la tarde, hasta eso. Lo hizo Esplá en su primer toro, después de un quite por verónicas, y la plaza se encendía de júbilo. Dicen taurinos que esa y otras habilidades de Esplá son cosas sin importancia, y cabría responderles por qué no las hacen los demás; será que casi ninguno es torero.

Plaza de Las Ventas

17 de septiembre. Cuarta corrida de la feria de otoño.Cinco toros de Nicolás Fraile, que dieron buen juego, y sexto sobrero de Gabriel Hernández, flojo y sin clase. Manolo Vázquez. Ovación y salida al tercio. Cogido en el cuarto; vuelta al ruedo que da la cuadrilla. Curro Vázquez. Silencio. Silencio. Oreja. Luis Francisco Esplá. Oreja. Ovación. Parte facultativo. Manolo Vázquez sufre varetazo, en cresta ilíaca, de pronóstico menos grave

Sin embargo ayer había toreros, y entre ellos estaba Manolo Vázquez, que se despedía de la afición madrileña con la grandeza propia de quien ha convertido en religión su oficio. Y después de dar la réplica con apretadas chicuelinas, puso el toro en suerte a una mano también. No pisaba el maestro con la firmeza de Esplá -pues le temblequeaban las canillas-, pero rezumaba aroma torero, y la plaza era un clamor.

Veníamos de la enjundiosa faena del maestro en el primero, donde desgranó el toreo de su marca, inconfundiblemente clásico pero impregnado de una frescura que renueva los añejos cánones; a la vez recio y pinturero. Pensamos que no sería posible más torería. Sin embargo Esplá lidió al tercero con rigor de corrida-concurso que no excluía gran espectáculo. Manuel Cid picó de maravilla. Rápido y alegre fue el tercio de banderillas. Y valiente, medida, técnicamente irreprochable la faena de muleta. El toreo en plenitud alborozaba a la afición.

El cuarto se colaba por el pitón derecho, con evidente peligro, y Manolo Vázquez lo embarcó con exquisitez al natural en el mismísimo platillo. Al cambiar para el de pecho, le alcanzó un hachazo terrible, que no le levantó los pies del suelo, pero le dejó sin respiración. Cayó desvanecido en brazos de Esplá y se lo llevaron a la enfermería en medio de gran consternación. Arrastrado el toro, un peón recogió la montera y tuvo la sensibilidad de echar sobre ella puñaditos de albero. La emoción alcanzaba entonces su cima.

Curro Vázquez -recibido con cariño en su reaparición- había pasado malos tragos para liquidar ese toro del compañero, y el suyo propio, mas le compensó con creces el almíbar que tenía el quinto.

De nuevo el toreo iba a producirse en su versión más bella. El redondo surgía arrebatador de hondura y arte, antológico, distinto cada vez; y al interpretarlo de frente, lo dedicó al maestro Manolo Vázquez, señalando con el dedo a la enfermería. Los aplausos de Esplá se unieron a los del tendido, que vibraba de entusiasmo.

Volvió a ser Esplá, en el sexto, el torero bullidor de toda la tarde, que se la pasó en un trajín, e igual corría al quite que cruzaba el ruedo para recoger capotes del suelo. Hasta al toro que devolvieron al corral le hizo entrar en chiqueros. Vale lo mismo para un roto que para un descosido. Si sigue así, el día menos pensado le encontramos de taquillero. A muchos les indigna esta frenética actividad. La gente está tan acostumbrada a que los toreros no hagan nada, salvo pegar derechazos, que cuando alguno hace algo le asombra, y cuando lo hace todo, le coje manía. Pero esta incontinencia de Esplá es sólo anécdota. Importa más la categoría de sus conocimientos del toro, que lidia con precisión; el dominio de querencias y terrenos en banderillas; el amplio repertorio de suertes; la sólida técnica muletera. Todo ello lo exhibió en el sexto, de media arrancada, con peligro sordo, y le pisaba el terreno, consentía, obligaba.

Fue una tarde memorable, ya desde la ovación de gala a Manolo Vázquez tras el paseíllo. Fue un torrente de torería. Ese torrente yo lo vi mágico, salpicando estrellas, cuando el viejo maestro echó las manos abajo en aquel quite por verónicas. También me hacían chirivitas los ojos. Don Mariano intentaba repetir esas verónicas, pero no le salían, y por la explanada de Las Ventas se quedó, ya de madrugada, más solo que la una.

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