Godard recibe el León de Oro por 'Prénom Carmen', por decisión de un jurado que le reconoce como maestro
El León de Oro de la XL Mostra de Cine de Venecia ha sido adjudicado al director de origen suizo Jean Luc Godard, por su filme Prénom Carmen. Para una buena parte de los miembros del jurado, Jean Luc Godard es una figura que está a medio camino entre el padre y el maestro. Era lógico que Bertolucci, Varda, Tanner, Handke y Oschima -por sólo citar algunos de los miembros del jurado- no dejaran pasar la ocasión de reconocerle públicamente sus méritos al cineasta que está en el origen de la libertad creadora surgida con los años sesenta.
OCTAVI MARTÍ, ENVIADO ESPECIAL, Venecia
ENVIADO ESPECIAL
Sin Godard no existiría Primma della rivoluzione, ni Cleo de 5 a 7, ni Noche y niebla en el Japón, ni La salamandre, ni... Además Venecia se autocalifica como el festival de los autores, y si alguien contribuyó a aplicar la palabra al cine y a valorar el papel del director, ese alguien es el Godard de los Cahiers de cinema.Prénom Carmen, que se ha llevado también el premio especial a los valores técnicos, es una recreación más de la historia de amor que narró Merimée, aunque nada tiene que ver con su primer creador. Según su director, en ella juegan Beethoven y el océano, y no Bizet y el Mediterráneo. El propio Godard desempeña un papel, el de un director de cine arruinado y en crisis, porque se jugó el sueldo de sus trabajadores a la ruleta.
El resto de los premios también son lógicos, aunque sorprende la ausencia de Resnais y Kluge, pero está claro que el fallo no pretende contentar a todo el mundo, sino ser una suerte de declaración de principios. Quizá el premio especial del jurado, concedido a Biquefarre de Georges Rouquier, sea precisamente la única concesión que responde a criterios distintos que el propio criterio estético del jurado. Rouquier ha retomado los personajes y el lugar que en 1946 le inspiraron su obra maestra, Farrebique.
Los premios de interpretación a los actores de Streamers de Robert Altman, para la interpretación masculina, y a Darling Legitimus por su actuación en Rue Cases Negres, para la femenina son indiscutibles. Sabe mal, sin embargo, el olvido que se ha hecho de Sabine Azema por su trabajo en La vie est un roman. El premio a la mejor opera prima, si se imponía el buen sentido -tal y como ha sucedido-, sólo podía estar entre la vencedora Rue Cases Negres y Poussière Xempire, ya que era ¡lógico considerar debutante al excelente Carroll Ballard.
En Rue Cases Negres el martiniqués Euzhan Palcy se erige en cronista de su país con una tranquila y triste historia del miserable mundo de los negros, de unos habitantes que viven en barracas mientras, con 600 kilómetros de océano de por medio, los parisienses celebran su exposición internacional. La película está impregnada de melancolía y no sufre de los tradicionales defectos de las primeras películas, excesos mitómanos y obsesión por explicarlo todo.
El premio a los valores técnicos, otorgado al director de fotografía y al técnico de sonido de Prénom Carmen, Raoul Coutard y François Musy, respectivamente, también estaba cantado. Cabe destacar que Godard exigió que su película se proyectara en versión original sin subtítulos, ya que no quería que las letras distrajeran al espectador del trabajo de virtuosos llevado a cabo por Coutard y Musy.
La ley de la competitividad
Al margen del palmarés, lo que interesa es comprobar cómo la idea de la competitividad ha impuesto su ley. Cuando la Mostra dejó de entregar premios, su prestigio internacional se vino abajo. Podía satisfacer a los estudiosos, a un público muy especializado, pero no a los medios de comunicación más poderosos, que precisan de nombres conocidos y del concurso como hilo argumental con happy-end para hablar de los demás, de esas películas que luego difícilmente encontrarán un lugar al sol en el tinglado comercial.
La competencia es connatural al hecho de ver cinco o seis filmes diarios, a la necesidad de emitir juicios rápidos a partir de comparaciones inevitables. Si las películas se amontonan, si nos tropezamos con ellas, si las vemos una junto a otra, es lógica dicha comparación, primer paso para la institucionaliz ación de ganadores y trofeos. El filme que gana no siempre es el mejor, pero casi siempre sí es el más adecuado para el festival. Un corredor de 3.000 metros lisos no le gana a un sprinter al disputar los 100 metros, y eso no significa que sea un mal atleta. De la misma manera, no siempre una película es festivalera, y menos aún si establecemos diferencias entre festivales.
En Venecia se habla más de autores que de películas. Crackers, de Luis Malle, no ha participado porque, según dicen, su director ha creído que una comedia cómica no sería entendida en Venecia en un marco en el que filmes como El retorno del Jedi o Trueno azul ven cómo una buena parte de su público abandona la proyección a la mitad. Son reacciones normales que sirven para ilustrar lo dicho y relativizar tanto el valor de los premios como el de las apreciaciones de los críticos -incluidas, claro está, las de este cronista-, muy a menudo alérgicas a los gustos e intereses de un público mayoritario, porque también ellas se dejan llevar por la lógica del festival.
Inmediatamente antes de los fastos de clausura, las proyecciones de La ville des pirates, de Raúl Ruiz, y Milano 83, de Ermanno Olmi, han dejado buen sabor de boca. La primera es una fascinante, aunque un tanto presuntuosa, divagación sobre las posibilidades de la imagen para sugerir historias, cuanto más enloquecidas mejor. Milano 83 no es otra cosa que la captación de los gestos de una gran ciudad. Sin palabras -tan sólo los nombres de algunos de los milaneses que ha fotografiado la cámara- y con constante música de fondo, Ermanno Olmi compone su obra sobre los milaneses. Todos los rituales sociales desfilan por la pantalla, ritmados por el fondo sanoro y un montaje prodigioso. Con ambos filmes el festival ha terminado con buen pie.
Babelia
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