Para Alberti, Bergamín fue "escritor peregrino y laberíntico" y amigo
Al recordar los balbuceos literarios de José Bergamín, y más concretamente la publicación de su primer volumen de aforismos, El cohete y la estrella, en la editorial Índice, que dirigía Juan Ramón Jiménez, le calíficó Rafael Alberti del "uno de los más peregrinos y laberínticos escritores de mi generación". El poeta de El Puerto del Santa María, que se encuentra estos días ausente de su residencia habitual, por lo que no pudo ser localizado, evoca en diferentes pasajes de su libro de memorias La arboleda perdida (Buenos Aires, 1959) algunos momentos de la amístad entrañable que unió a ambos personajes, y su participación en las tareas y las preocupaciones decisivas de la generación del 27.
Recuerda Alberti a Bergamín, uno de los ininumerables vástagos de un ilustre, gracioso abogado malagueño, político de la monarquía", en un almuerzo familiar -el mismo año que recibiera el Premio Nacional de Literatura por su Marinero en tierra-, con Carlos Arniches y sus hijas Rosario, con la que se casaría más tarde Bergamín, y Pilar. Escribe que de Francisco Bergamín había heredado José, "entre otras cosas, dos que sobre todas iban a señalarlo como la mejor rama de la estirpe paterna: su muy extraña y personal antibelleza, su divertido y aún más enrevesado, ingenio, temible, a veces, como rayo de navaja andaluza tirado al bajo vientre, la peor puñalada que se conoce".
"Hijo de la selva de los Siglos de Oro"
"Leal a su pensamiento, a sus amistades, hasta la más extremada exageración, como se debe ser", añade Alberti. "Católico especial, de esos que nuestra Santa Inquisición hubiera condenado, en otro tiempo y varias veces, a las llamas purificadoras de la hoguera; enemigo de la dictadura reinante, zaherida por él en puntiagudos aforismos, en raras piezas teatrales, imposibles de representar. Su relojería del idioma era ya tan complicada, o más, que la de Quevedo. Su pasión, igualable a la de Unamuno, con quién mantenía una ardiente amistad ( ... ) Poeta él conceptuoso, dificil, nuevo e inextricable hijo de la selva de los Siglos de Oro, enzarzaba sonetos, dignos, sobre todo algunos de los publicados ya en su doloroso destierro, de un lugar preferente en la más rigurosa antología. Su devoción por Juan Ramón Jiménez era tan sólo comparable a la que el entonces extraordinario y maligno poeta moguereño también a él profesaba".Junto a este retrato de trazos enérgicos, Alberti recuerda a Bergamín como crítico de sus libros (Marinero en tierra y Cal y canto, título este último que le sugirió el propio Bergamín, en sustitución del inicial, Pasión y forma); miembro de la comisión que se encargó de organizar el sonado homenaje nacional a Luis de Góngora, con motivo de su centenario, para el cual solicitó sin éxito el concurso de Juan Ramón Jíménez; amigo de Ignacio Sánchez Mejía, cuya veneración compartieron los dos con Federico García Lorca y, finalmente, editor, ya en su exilio de México, del libro es este último, Poeta en Nueva York.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.