Reflexiones sobre el verrido de residuos radiactivos
Desde 1967, siete países europeos -Reino Unido, Suiza, Bélgica, Holanda, Francia, República Federal de Alemania y Suecia- llevan depositadas en la fosa atlántica, frente a las costas de Galicia, más de 96.000 toneladas de residuos radiactivos. Sólo tres países siguen vertiendo en la actualidad (Reino Unido, Suiza y Bélgica). Los británicos han tenido que aplazar sus vertidos, previstos para el mes de julio, debido a la oposición y boicoteo a los mismos. Queda atrás una oposición popular generalizada, en Galicia, y una toma de conciencia solidaria en amplios sectores del resto del Estado y de Europa, así como la aprobación por mayoría no vinculante de una propuesta de moratoria por dos años -presentada por la delegación española en la reunión de la convención de Londres-, el pasado mes de febrero, aquí ofrecida como un éxito diplomático extraordinario.Atrás queda, también, la protesta -ejemplar en su eficacia- del autobús de Adega en el Reino Unido y otras múltiples manifestaciones de protesta en el resto del Estado. No se trata, en todo caso, de insistir en los argumentos contra los vertidos, ya repetidos en muchas ocasiones y que nuestra opinión pública no necesita, sino más bien de conducir la reflexión a aspectos que, estando relacionados con los vertidos radiactivos, pretenden ampliar el sentido de la oposición a los mismos al ámbito más amplio de la oposición antinuclear.
Primera reflexión: la convención de Londres
Tras la convención de Londres de febrero se puede comprobar que todo el triunfalismo que rodeó a la aprobación de la propuesta española no estaba justificado, y que no cabía hablar de éxito. Por nuestra parte razonábamos, ya entoinces, que aquello no permitiría acabar con los vertidos, y, lo que es más grave, se evidenció el voto en contra de la resolución por países que en este momento no están haciendo vertidos en el mar, pero que demostraban así su intención de hacerlos. Además de que la propuesta de moratoria por dos años para hacer un estudio sobre si existe o no peligro de contaminación en la fosa atlántica es, sencillamente, una mala propuesta. Porque en dos años no se puede hacer un estudio serio y completo que permita tener en cuenta todas las variables -son muchas- que condicionarán las conclusiones del informe. Un estudió serio necesita un mínimo de 10 años para realizarse (1).
Por si fuera poco, la oceanografía científica está dominada por americanos, japoneses y holandeses, países todos ellos partidarios de los vertidos, por lo que perfectamente podrían llegar a unas conclusiones favorables a sus intereses, como reconocía el propio representante científico de la delegación española en la convención, señor Ros. Los últimos acontecimientos han demostrado que sólo la oposición de la opinión pública y la solidaridad internacional, propiciada por los grupos ecologistas, sindicatos y partidos, ha conseguido paralizar momentáneamente los vertidos.
Segunda reflexión: el ciclo nuclear
Todo el proceso de la industria nuclear genera residuos radiactivos en grandes cantidades. La preparación del combustible que necesita anualmente una central nuclear de 1.000 megavatios supone la producción de 50.000 metros cúbicos de residuos radiactivos. Por su parte, la central nuclear produce anualmente alrededor de 500 metros cúbicos de residuos de explotación y de 25 a 30 toneladas de residuos altamente radiactivos de combustible irradiado. A éstos habría que añadir los producidos en las plantas de retratamiento.
Entre estos residuos se encuentran sustancias terriblemente peligrosas que conservan su actividad nociva durante períodos enormes de tiempo que superan las decenas de miles e, incluso, el millón de años, según el elemento de que se trate. ¿Qué hacer con estos residuos? Sencillamente, no se sabe. Los enormes períodos de tiempo durante los que permanecen activos y su gran nocividad plantean graves problemas técnicos, económicos y sociales. Los problemas técnicos son de gran envergadura, pues hay que asegurar durante, por lo menos, cientos de miles de años que la radiactividad almacenada no va a tener acceso a la biosfera, por lo que hay que garantizar la estabilidad geológica del emplazamiento, la ausencia de agua, la imposibilidad de acceso fortuito a las instalaciones, etcétera. Las dificultades de la empresa son tan considerables que explican que no se hayan encontrado soluciones hasta hoy.
Se investiga en alternativas como las minas de sal, las arcillas, los macizos graníticos o los fondos oceánicos. Las minas de sal, de las que algún tiempo se pensó que serían la solución definitiva, ya fueron abandonadas en Estados Unidos por los problemas que planteaban, y actualmente sólo son utilizadas en Alemania.
A los problemas técnicos hay que unir los económicos, pues la preparación de las instalaciones para almacenar los residuos es costosísima (habría que preguntarles a los apologistas de la energía nuclear si incluyen estos gastos en los costos del kilovatio/hora nuclear).
Por otra parte, se plantean graves problemas de tipo social, debido a la desconfianza de la opinión pública en los técnicos nucleares y sus garantías de seguridad. Por ejemplo, citaremos la ciudad sueca de Kynnefjall, donde los vecinos llevan tres años manteniendo ocupado un monte en el que se pretendía construir un depósito permanente de residuos de alta radiactividad (2). Ante una situación tan conflictiva, el mar se convierte en un escape perfecto para el problema. Resulta mucho más barato fletar un barco que tire su carga radiactiva en alta mar que hacer unas costosas instalaciones en tierra. Además, se evita la presión de su opinión pública en las cercanías de los cementerios atómicos que, con su protesta, tomaría con toda seguridad una mayor conciencia del peligro nuclear.
Por último, añadir que la contaminación radiactiva en los océanos puede aparecer a cientos de kilómetros de la zona de vertido, y se manifiesta de tal forma que es muy dificil establecer una relación causa-efecto. Toda una maravillosa alternativa que, afortunadamente, está empezando a caerse hecha pedazos.
Tercera reflexión: el mar como basurero
No es necesario insistir en los criterios que obligan a rechazar la utilización del mar como basurero radiactivo, pero es preciso recalcar dos aspectos. El primero de ellos es que mientras se sigan produciendo residuos radiactivos la tendencia a usar el mar por parte de los países nucleares va a seguir siendo muy fuerte, por las razones ya antes apuntadas. Sólo así se entienden las pretensiones japonesas de abrir una nueva zona de vertidos en el Pacífico, las italianas de volver a utilizar la fosa atlántica (3), o la sibilina intención de Estados Unidos de convertir la interpretación de la legislación internacional en un problema de léxico, de modo que estaría prohibida la descarga de residuos radiactivos en el mar (dumping), pero no su depósito (disposal) en los fondos oceánicos. Ésta es la disculpa norteamericana para intentar clavar sus bidones en forma de torpedo, cargados de residuos altamente radiactivos, en los sedimentos oceánicos.
El segundo aspecto al que antes se hacía referencia consiste en que, aunque se dejase de verter en el mar, el problema de los residuos no estaría en absoluto resuelto. Estamos diciendo que el mar es la peor solución posible para deshacerse de los residuos, no que el resto de las soluciones lo sean realmente. Sencillamente, la presión de la opinión pública antinuclear se trasladará de escenario: del océano a los lugares previstos para el emplazamiento de los depósitos terrestres. Y ante las seguridades garantizadas de los apologistas sobre las "bajas dosis de radiación", por supuesto "inferiores al mínimo permitido", habrá que recordarles en qué se basa el criterio de dosis mínimas permitidas. La Comisión de Biología Radiológica de la Academia de las Ciencias de EE UU, cuando fijó los mínimos de radiación autorizados, dijo que esa dosis provocaría 6.000 muertos adicionales por cáncer al año, como equilibrio entre la seguridad individual y las necesidades sociales. Cabría citar también un informe de la ONU, del pasado 1982, al que se le dio muy poca publicidad, que calculaba en más de un millón el número de cánceres que provocará la radiactividad liberada a la atmósfera por las pruebas nucleares francesas en el atolón de Mururoa (4).
Cuarta reflexión: el poder de las multinacionales y la industria militar
Ante tal cúmulo de problemas planteados habrá que preguntarse qué es lo que permite mantenerse a la energía nuclear. Es evidente que una parte de la respuesta está en el enorme poder de las multinacíonales del sector, norteamericanas en su mayoría, en su influencia sobre los Gobiernos, en su necesidad de rentabilizar las inversiones hechas en esta tecnología, que se manifiesta en la competencia por los mercados de los países dependientes y que está llevando a una rapidísima intern acion aliz ación nuclear.
La otra explicación es evidente para sectores cada vez más amplios de la opinión pública. Estriba en la vinculación de la energía nuclear con la industria militar, con la carrera de armamentos y con las armas nucleares. Así, el plan riuclear norteamericano, que en época de Carter tuvo que ser paralizado -dada la cantidad de problemas planteados a partir de Harrisburg (el 50% de las centrales nucleares norteamericanas llegó a estar paralizado por revisión o averías)-, ha sido relanzado por Reagan, porque necesita su producción de plutonio para misiles como los MX, los Pershing-2 y los Cruise (5).
Hasta tal punto la industria nuclear está vinculada a los proyectos militares que la nueva generación de reactores, llamados regeneradores, tiene como principal característica el hecho de producir, plutonio 239 muy puro, idóneo para la fabricación de los explosivos de las cabezas nucleares. Ya está a punto el primero de la serie, llamado Superphoenix y construido en Francia con participación de capital alemán, italiano y belga. Otro aspecto de esta vinculación es la proliferación nuclear. Países con sobradas fuentes naturales de energía, incluso excedentarios, como Brasil o Irak, están construyendo centrales nucleares, lo que sólo se explica por su intención de poseer la bomba.
Lo ilusorio de la división entre industria nuclear civil y militar explica la llegada de los grupos ecologistas a la lucha por la paz que, evidentemente, no es sólo una obsesión ecologísta. La vinculación entre ambas ha sido denunciada por prestigiosos científicos nucleares, incluyendo asesores presidenciales norteamericanos nada sospechosos de antimilitarismo (6).
Pese a todo, gracias al impresionante ambiente de movilización popular que está despertando la lucha contra los vertidos radíactivos, especialmente en Galicia, estamos en condiciones de conseguir una victoria que pare la contaminación radiactiva de los océanos. Y, desde luego, esta victoria puede ser mucho más importante si conseguimos evidenciar la relación de los residuos radiactivos con la industria nuclear y la carrera de armamentos. Partiendo de la sensíbilización pública ante la contamínación radiactiva, debemos explicar que la paralización de los proyectos de nuclearización del mundo es fundamental en unos momentos de relanzamiento de la carrera armamentista en los que empieza a imperar una psicología de guerra.
Quinta reflexión: la actitud del Gobierno
Por todo, la actitud del Gobierno socialista resulta preocupante. Porque ya sabemos que oponerse formalmente a los vertidos radiactivos es imprescindible para obtener votos. Pero cuando esta oposición formal coincide con tímidas protestas diplomáticas ante los países responsables, cuando coincide con su poca propensión a promover debates públicos de clarificación y apoyo de las movilizaciones ciudadanas y con su actitud ante las centrales nucleares de Lemóniz, de Ascó, de Almaraz, de Cofrentes..., cuando Felipe González se manifiesta a favor de la instalación de los euromisiles, nos inclinamos a pensar que existen menos similitudes con los que nos declaramos antinucleares que con las concepciones que del asunto nuclear tienen los Gobiernos británico, belga y suizo, que nos regalan su basura radíactiva.
Una última reflexión
Los problemas ecológicos reproducen la desigualdad mundial. Los países desarrollados quieren las materias primas, quieren el aluminio, quieren el cemento, quieren la energía, pero no quieren la contaminación y destrucción ecológica que su obtención conlleva: éstas quedan para el Tercer Mundo. Los países desarrollados quieren las ventajas -para perpetuar su dominación- que implica la pertenencia al club nuclear, pero no quieren sus desperdicios. Japón se los va a endosar a Nauru, a Kiribati, a las islas del Pacífico. El Reino Unido, Suiza, Bélgica, vierten en la fosa atlántica. Galicia exporta energía, materias primas, mano de obra. Galicia no tiene centrales nucleares, pero está en condiciones de tener contaminación radiactiva y, con ella, toda la Península.
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