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Tribuna
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Retrato del hombre libre

Ha sido nuestro siglo tan propenso a espectaculares conversiones como a no menos espectaculares deserciones. El catolicismo, el fascismo y, muy en particular, el marxismo fueron las muletas que sostuvieron en pie a no pocos pensadores, poetas, novelistas, pintores, cineastas... a través de cataclismos que sobrepasaron con mucho la medida del hombre. Un hombre que, a imagen y semejanza de Laocoonte encadenado por la fuerza brutal de la historia, se vio obligado a comulgar con dogmas para sobrevivir en un mar de confusiones donde quien en verdad naufragaba era la libertad. Una libertad invocada por todos y, a la hora de la verdad, traicionada por todos. De ahí que E. R. Curzius calificara a nuestra época como "el tiempo de la apostasía".Muchos fueron los huérfanos -la desilusión es la más amarga de las orfandades- y pocos los que supieron redescubrir la libertad en sí mismos. Una libertad, íntima, secreta, ajena por completo a los altavoces de la propaganda.

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Y de entre esta minoría se nos Fue apareciendo -en un aparecer de imágenes- la obra de Luis Buñuel. Nadie como él supo devolvemos la esperanza sin sermón alguno -al contrario: en un antisermón- a modo de espejo deformante donde no podíamos por menos de asumir nuestro absurdo en una gran carcajada de desafío que hizo temblar a los bienpensantes. No existe creador alguno de nuestro tiempo que haya sido anatematizado igual por el Vaticano que por el Kreman y, lo que aun es más revelador de su espíritu libertario, por idénticas razones.

Este Hombre (y lo singularizo con hache mayúscula porque así lo sentí desde que me otorgó el privilegio de su amistad) se me aparece libre desde su nacimiento, y no a la manera en que dicen que todos nacemos libres: él sintió esta libertad desde que depositó su mirada sobre el mundo e hizo trascender la realidad en superrealismo. Sus juegos infantiles así nos lo demuestran. Louis Aragon le llamó siempre le mystique, y no sin razón. La obra de Luis Buñuel está impregnada de un misticismo laico que origina una nueva poética aún no alzanzada por ningún otro artista hasta hoy, fecha de su muerte

de su resurrección.

Su encuentro con el superrealismo fue un auténtico reencuentro consigo mismo. Luis Buñuel no necesitó interpretar e interpretarse como superrealista. No hubo en él conversión alguna, esfuerzo alguno. ¡Y menudos esfuerzos hicieron no pocos de sus compañeros! Él siguió adelante, lúcido, tozudo, humano... hasta límites insospechados, contándonos parábolas que, de puro transparentes, sus exegetas se creyeron en la obligación de interpretarlas, inventándose símbolos donde no los había. ¿Te acuerdas, Luis, de cómo nos reíamos leyendo en alta voz algunos de los de los estudios que te dedicaron nuestros amigos de Cahiers du Cinéma? Y tú decías: "Si inventarse una película fuera tan complicado, no habría dios que rodara un plano". Odiaba que le llamasen genio. "Los genios", decía, "no existen". Y añadía: "Sólo es posible comprender en toda su verdad una obra humana si tenemos muy presente que quien la hizo caga, mea y se la menea, como cualquier mortal".

Sin ti, Luis, no seríamos hoy quienes somos. "Sólo la libertad", me decías en una carta, "puede' mantenernos vivos". No son éstas, pues, unas líneas de despedida. No lo pueden ser, querido Luis, porque seguimos vivos, gracias a ti.

Emilio Sanz de Soto escritor, fue amigo personal de Luis Buñuel.

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