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El cambio que no llegó al acueducto

Cuando los socialistas llegaron al poder, al menos dos cosas parecían claras: que su margen de maniobra en las grandes cuestiones, especialmente las derivadas de la crisis económica, era escaso y que, como consecuencia, en la letra pequeña del cambio se iba a ser inflexible. Para entendernos: si los grandes objetivos de una política auténticamente socialista eran, dadas las circunstancias, inalcanzables o desaconsejables, en otras cuestiones -consideradas menores, pero de gran capacidad ejemplarizadora en un sentido progresista- íbamos netamente a avanzar. Hay que decir, de paso, que una parte importante de los 10 millones y pico de votos conseguidos por el PSOE lo fueron por este segundo apartado, ya que, evidentemente, la credibilidad en los milagros hace tiempo que pasó a mejor vida.Nada sustancial hay que objetar, por el momento, a las grandes líneas de gobernación socialista. A trancas y barrancas, la modernización del Estado parece estar en marcha. Nada más, pero tampoco nada menos. Las líneas maestras del cambio, con las correcciones fácticas de todos conocidas, están en el telar. Nadie ha pedido lo imposible. Así que casi conformes, aunque no acríticos, con el ineludible posibilismo.

Lo malo es cuando se desciende de nivel. La eclosión de valores específicos de una izquierda -moderada, pero izquierda- en el poder no se ven con la nitidez que fuera de desear. Más bien al contrario: existe como un deseo de poner en el candelero o de resucitar valores de épocas que algunos, sin duda en nuestra ingenuidad, creíamos que no había que olvidar, pero sí, al menos, que presentar de manera algo menos aséptica. Alguien debería explicar el sentido que tiene que en los medios de comunicación del Estado, y concretamente en Televisión Española, se programen simultáneamente los panfletos antidivorcistas de Martínez Soria y las inefables españoladas de Imperio Argentina. O que a uno de los programas de más audiencia informativa de RNE, con un sentido del humor que lamento por mi edad no compartir, se le bautice como el parte. Se trata, al parecer, de practicar el exorcismo. Pues qué bien. A lo mejor, lo que se pretende es dejar a Alianza Popular sin programación si alguna vez -las urnas no lo quieran- ésta llega al poder.

Pero, en fin, más graves son otras cosas por lo que pueden tener de significativas en cuanto a un indebido respeto a derechos adquiridos en circunstancias como mínimo discutibles. Como, por ejemplo, en Segovia, al lado de cuyo acueducto (uno de los tres monumentos, según la Unesco, existentes en España de los 100 más importantes de la historia de la Humanidad) está surgiendo un edificio moderno (con todas las licencias en orden, eso sí) que, por decirlo finamente, se carga un paraje ciudadano único y singular. Y de un valor objetivo que trasciende, con mucho, los legítimos intereses particulares que pretenden vender pisos y locales comerciales con vistas exclusivas sobre las seculares piedras romanas. Ya fue demolido un conjunto de casas que prestaban, con su humilde arquitectura popular, su personalidad al paraje. Ahora se hace éste irreconocible y se taponan, con volúmenes desmesurados, algunas de las perspectivas más bellas. Pero, también en el cambio, la ganancia y los derechos adquiridos son intocables.

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La cosa, evidentemente, tiene sus antecedentes. Desde un plan de ordenación hecho en 1973 y aprobado en 1976 por el mismo arquitecto que ahora, obtenida la licencia de Bellas Artes y del anterior ayuntamiento, realiza la obra. Por su parte, los socialistas, cuando estaban en la oposición, perdieron el tiempo en debates internos y no se opusieron con la firmeza debida a un proyecto que, según se va realizando, les ha llenado de estupor, lo mismo que a media Europa. Y que llenará al resto cuando se termine. Por su parte, el actual director de Bellas Artes estaba en la comisión que autorizó el proyecto. De modo que es muy difícil que ahora reconsidere su postura y reconozca el error. A menos que diga que estaba durmiendo cuando fueron autorizados los volúmenes que, día a día, se alzan amenazando con la muerte paisajística al acueducto.

Pero, en fin, aquí lo importante es que todo es legal, que las licencias otrora concedidas están en orden Y que el Ayuntamiento de Segovia, hoy en manos de los socialistas, con la total inhibición del Ministerio de Cultura, no puede paralizar nada más allá de dos meses, porque la empresa constructora no ha abierto una calle que taponó con la obra, si no es con una indemnización que desborda, con mucho, las posibilidades del municipio. Una indemnización que, a buen seguro, no será tan importante como lo que cuesta organizar una exposición, pero que, evidentemente, daría menos prestigio y caché.

Así están las cosas. El cambio no llegará al acueducto segoviano. Hay que respetarlo todo, incluso la primacía de los derechos privados sobre los de la comunidad. Estamos tan ocupados con las grandes cuestiones que estas menudencias no tienen importancia. La depredación de un paisaje, el deterioro irreparable de una morfología urbana única, la falta de respeto al legado histórico, destrozar un entorno venerable, es sólo letra menuda. El cambio resucita la españolada y no puede hacer nada para que no encierren el acueducto de Segovia. A mí, y a más de 10 millones de votantes más, que nos lo expliquen.

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