Tortosa, frente a Els Ports
Entre montañas inexpugnables y gargantas inverosímiles nace esta comarca de leyendas guerreras y hermosos paisajes
A la sombra del monte Caro, inaugurando las tierras llanas cultivadas y ricas que acompañan al Ebro hasta Amposta, poniendo fin -ella misma en las faldas de una colina- a la sierra del Coll de l'Alba, Tortosa se desliza desde la Suda, el gran castillo moro, hasta las aguas del río. Frente por frente se alzan, inexpugnables, las montañas que se conocen como Els Ports, los puertos de Tortosa y Beceite, de formas retorcidas, gargantas inverosímiles, arroyos que se harán ríos, farallones grises, mulla entre tierras catalanas y aragonesas, comienzo, esta vez hacia el sur y en lo más incógnito del mundo castellonense, de esa comarca de leyendas guerreras y paisajes hermosísimos que es el Maestrazgo.Al llegar a Móra d'Ebre, el río da un quiebro y se dirige sin vacilación hacia el sur. Como si se tratara de un pacto convenido de antemano, las tierras se estrechan en torno suyo; apenas queda espacio para las huertas, y las orillas se van haciendo laderas montañosas entre las que transcurre, amplio, inmóvil, verdísimo, el Ebro. Es, sin duda, la vía de comunicación más accesible en estas tierras y, en consecuencia, la más vulnerable. Esta sería la razón por la que, en los tiempos de los caballeros y las conquistas, sus aguas estuvieran flanqueadas por poderosos castillos, hoy ya en ruinas. Móra d'Ebre, Ascó y Flix -unos kilómetros remontando el río- contaron con fortalezas, dominio todas ellas de los templarios, esa orden de resonancias mistéricas y hechos políticos que tanto poder tuvo en estas tierras. A ellos perteneció también, y parece que fue su último baluarte en Cataluña, el castillo de Miravet, para mí el más hermoso de El Baix Ebre.
La Suda, en Tortosa, es, sin duda, la más notable de esta cadena de fortalezas, y, desde luego, en su conjunto la más antigua. En el siglo III antes de Cristo levantaron los romanos, fundadores de la ciudad, las primeras murallas. Los árabes, aprovechando la estructura heredada, las reforzaron y construyeron en el recinto amurallado el castillo de la Suda en tiempos de Abderramán III, a mediados del siglo X. Reconquistada la ciudad por las tropas cristianas en 1178, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV transformó el castillo en sede de la señoría, destinado al mismo tiempo a dos fines tan diversos como cárcel y residencia real. Como las fortalezas vecinas, pasó más tarde a pertenecer a la omnipotente Orden del Temple.
Pero en Tortosa hay mucho más que ver. Siempre desde el castillo de la Suda, acondicionado hoy como parador, y más exactamente desde las murallas posteriores que lo cierran en su parte más alta. Desde ese mirador perfecto, la catedral, una magnífica obra del gótico catalán, aparece justo bajo la vista, poniendo al descubierto contrafuertes y arbotantes. Escribió en una ocasión Josep Pla que la catedral de Tortosa, una verdadera maravilla, tiene el único inconveniente de no contar con el espacio adecuado para ser contemplada, cerrada como está por todos sus frentes por las callejas de la ciudad vieja. Precisamente el solo punto abierto es el que da al cielo, el que se observa desde lo alto del castillo. También, como en un plano gigantesco, se podrán localizar los restantes monumentos de Tortosa: el convento de Santa Clara, del siglo XIII; los reales colegios renacentistas; la iglesia de Santo Domingo, con hermosa fachada del XVI; la lonja, gótica, y, encerrado entre calles estrechas, el palacio episcopal, también gótico. Tan sólo un poco más allá, separando la ciudad vieja de la nueva, recordando en su quietud su próxima muerte, la curva del Ebro.
Els Ports
De Roquetes, al otro lado del río y a tan sólo ocho kilómetros de Tortosa, nace la carretera comarcal que llega, convertida en pista, al monte Caro, la altura más elevada de los puertos de Tortosa y Beceite. El recorrido transcurre entre curvas pronunciadas y subidas no menos espectaculares. Pero durante todo el tiempo el panorama merece la pena. En unos 40 kilómetros se salvan más de 1.400 metros de desnivel: profundas simas, abismos continuados, gargantas estrechas, paredes de rigurosa vertical que acaban en formas erizadas, imitando a los fantasmas; bosques de pino forman uno de los paisajes más agrestes e insólitos de la Península. Desde el monte Caro, el mundo entero parece una montaña continuada, una superficie mil veces rota, grisácea y verde. Estos escondidos parajes declarados reserva nacional se han convertido en uno de los refugios más importantes de nuestra fauna. Aquí se encuentran ejemplares de la cabra montés ibérica, la selvarge, abundantes jabalíes, nutrias y ardillas.Desde Roquetes también, y bordeando la sierra por su lado este, se alcanzan las tierras de Castellón. Nada más entrar en ellas se encuentra la desviación que lleva a la Tinanga de Benifassar, al sur mismo de Els Ports, uno de los rincones más incógnitos, menos accesibles también, de la Comunidad Valenciana. Puebla de Benifassar, Fredes (el más alto), Boxar, Corachar; todos estos pueblos, casi abandonados hoy, tuvieron tiempos de prosperidad cuando el monasterio de Santa María se la daba. Dueños poderosos, sus monjes se vieron divididos durante las guerras carlistas, y el edificio, abandonado a las ruinas. Desde hace algo más de 20 años, el monasterio, debidamente restaurado por la diputación, acoge a una corta comunidad de monjas cartujas que habitan esa enorme construcción, suma de dependencias adjuntas que se extiende al pie de los puertos.
Los alfareros que quedan
Poco queda de este oficio que se remonta, en algún lugar de estas tierras, a tiempos de la dominación romana. En Tivenys, a unos 12 montañosos y duros kilómetros de Tortosa remontando el Ebro, la más antigua localidad alfarera de la zona, la pasada actividad se ha reducido a un solo taller, la Terriseria Picurt, que tiene, sin embargo, una gran producción. Lo más característico son los picos, recipientes para el agua.Más distancia retorcida y curvada por las elevaciones continuadas de la sierra de Cardó (de Rasquera sale la desviación que lleva al balneario) para llegar a Ginestar, donde los hermanos Convalia siguen realizando pitxells (botijos), macetas o cántaros decorados según la tradición ibérica, con las características líneas de óxido de manganeso.
Miravet, finalmente, es el más importante centro alfarero de El Baix Ebre. Y lo fue desde tiempo atrás. Cincuenta cantareríes o alfares trabajaban en el barrio de Terriseries a principios de siglo. Como en tantos otros lugares, la producción ha ido a menos, pero en absoluto ha desaparecido. Nueve se encuentran funcionando en el mismo lugar de siempre, manteniendo vivo el oficio. Josep Jornet, Josep Papasseit, entre otros, siguen preparando su propia arcilla y realizando las piezas tradicionales.
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