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El fantasma de una nueva junta militar vuelve a sobrevolar Brasilia

Los rumores que provocó el alejamiento temporal del presidente, João Figueiredo, del poder para someterse a una operación quirúrgica de corazón en Cleveland (Estados Unidos), en la segunda quincena de este mes, han servido para rememorar lo que ocurrió durante los años 1969 y 1970, cuando el general Costa e Silva, enfermo, murió después de algunos meses de incapacidad física.

El hecho de que el presidente brasileño, João Figueiredo, deba someterse a una operación de cirugía cardiaca ha provocado que todos los líderes políticos de Brasil, tanto gubernamentalistas como de la oposición, se planteen el papel central y decisivo para la vida política del país que juega el actual general-presidente. Los militares, que se muestran muy respetuosos de la jerarquía castrense, consideran unánimemente que todo lo que el actual presidente decida será rigurosamente llevado a cabo.Dentro de esa perspectiva, Brasil puede enfrentarse a corto plazo con un cambio institucional que puede llevar al país a tener un presidente civil, a que se presente un candidato de la transmisión del poder a los civiles o, finalmente, a que se lleve a cabo una gran reforma constitucional a finales del gobierno de Figueiredo. Es posible, incluso, que se lleve a cabo una negociación entre el Gobierno y los sectores de la oposición más radical para pactar una salida que resuelva la crisis económica, social y política que sufre el país tras casi 20 años de dirección militar.

En el Gobierno de Figueiredo se produce ahora, por primera vez, la definición de dos grandes corrientes castrenses que sostienen al poder militar: los profesionales y los duros; estos últimos, que controlan el poderoso aparato de represión e información, disponen de muchos recursos y pueden actuar todavía sin cortapisas constitucionales o políticas.

Figueiredo se encuentra también ante un hecho nuevo en el ejercicio de la presidencia de la República: los tres ministros militares le son totalmente fieles, impidiendo de esta forma que se repita lo que se había convertido en una costumbre en las alternancias militares en la presidencia brasileña, cuando los presidentes militares no conseguían presentar candidatos de su preferencia personal como sucesores.

Prusianos e intelectuales

El primer presidente militar brasileño, nombrado en 1964, el general Castelo Branco, tuvo que aceptar la imposición de los duros encabezados por el general Costa e Silva. Cuando éste sufrió una trombosis cerebral, se indicó como sucesor, en un documento enviado a los cuarteles por los duros, al general Médici, el más refinado autócrata que ha producido en Brasil toda la intervención militar.

El general Médici, que ocupó la presidencia durante los años del falso milagro brasileño, tuvo que soportar que fuese nombrado como su sucesor el general Ernesto Geisel, que procedía del grupo de militares intelectuales y que coordinó el derrocamiento del ex presidente Joáo Goulart, en marzo de 1964. Geisel, un militar de formación prusiana, que gobernó Brasil desde 1974 hasta 1979 como un verdadero emperador, fue el único que indicó quién debía ser su sucesor, tomando así una decisión imperial. Geisel escogió a Figueiredo sin consultar a los militares o al partido que daba base política al Gobierno en el Congreso.

El ministro del Ejército, general Silvio Frota, se rebeló contra la decisión y fue destituido sin contemplaciones. Geisel, por su parte, llegó al poder por medio de su hermano, el general Orlando Geisel, ministro del ejército de Médici y considerado el último gran líder militar contemporáneo del país.

El antecedente del miedo

Los fantasmas de una junta militar volvieron a sobrevolar los cielos de Brasilia cuando se comentó el apartamiento temporal del poder de Figueiredo. Y este miedo tiene un antecedente, Los militares impidieron la toma de posesión del vicepresidente civil, Pedro Aleio, sumergiendo al país en las más negras noches dictatoriales de los últimos 50 años.

Pero después Brasil cambió, y cambiaron también las condiciones políticas de la sociedad brasileña. El sentimiento democrático se percibe hoy en todos los sectores sociales, incluso en la clase obrera, mucho más organizada y consecuente ahora que en 1964, y que junto con la Iglesia y empresarios liberales actúan como protagonistas de la petición de que regrese la democracia.

Actualmente no hay condiciones políticas y militares para un golpe en Brasil. Y si los sectores militares duros protagonizaran un intento de bloquear la apertura democrática, habría resistencia, según han afirmado ya los líderes políticos abiertamente. No sería muy distinto a lo que ocurrió en Chile en 1973 o en Argentina en 1976. Iba a correr mucha sangre.

El sobresalto cundió entre los brasileños cuando se empezó a discutir sobre lo que podría ocurrir con el alejamiento temporal de Figueiredo del poder.

Debido a los últimos contactos políticos del vicepresidente Aureliano Chaves con algunos de los principales gobernadores de la oposición, como Franco Montoro, de São Paulo, y Tancredo Neves, de Minas Gerais, los más importantes Estados del país a nivel político y económico -sin olvidar Río de Janeiro, el mayor centro político antimilitar del país-, irritaron profundamente a Figueiredo, que habría acusado a su vicepresidente de deslealtad.

Solución desechada

El general Figueiredo habría Hamado al ministro del Ejército, Valter Pires, diciéndole que él sería quien le sustituiría, y esta consulta, junto con la realizada a los otros dos ministros militares, el brigadier Delio Jardim de Matos y el almirante Maximiliano de la Fonseca, eliminó esa solución, desechada por el propio Pires.

La historia quedó más clara cuando, terminadas las conversaciones entre los ministros militares y Figueiredo, éstos garantizaron la toma de posesión de Aureliano Chaves, que fue inmediatamente llamado por el jefe de la Casa Civil de la Presidencia de la República, ministro Leitao de Abreu, comunicándole que el presidente deseaba hablarle y discutir la transmisión transitoria de los poderes, con la condición expresa de que, en el ejercicio de la presidencia, Chaves no podría hacer ningún cambio en la política económica o ministerial.

¿Qué se puede decir de un país que tiene 30 millones de analfabetos; más de 50 millones de personas ganando un sueldo mensual inferior a los 70 dólares; una nación donde la riqueza está concentrada en manos de menos del 5% de la población, que tiene una deuda externa de 100.000 millones de dólares y 25 millones de niños marginados o sin ningún tipo de asistencia escolar o sanitaria?. Esos y muchos otros datos hacen que los diplomáticos y funcionarios se muestren reticentes cuando se les pregunta cómo están las cosas en un país cuya situación hace recordar a la India.

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