Una conferencia a punto de concluir
EXISTE YA un acuerdo político en la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa; acuerdo en aprobar el documento presentado por los países neutrales y no alineados (RM-39 revisado) con las correcciones y complementos propuestos por Felipe González en el discurso que dirigió el 17 de junio a los jefes de delegación. Lo que queda por resolver son aspectos técnicos, como formular, en un anexo, la convocatoria de la reunión sobre contactos humanos prevista para1986 en Berna, y fijar la fecha de la reunión en Madrid de los ministros de Asuntos Exteriores para la firma solemne de la declaración aprobada. Es, pues, momento para hacer balance de una reunión que se prolonga desde hace casi tres años.Madrid es sede de la tercera conferencia de un proceso que se inició en Helsinki, en 1975, con la firma por los jefes de Gobierno de los países europeos (y asimismo de EE UU y Canadá) de una especie de carta de buena conducta para asegurar la paz en nuestro continente y fomentar la cooperación en los terrenos político, económico, tecnológico y cultural. Helsinki respondía a un doble objetivo: primero, afianzar las fronteras (incluida la división de Alemania) salidas de la segunda guerra mundial; segundo, establecer, en una Europa escindida por la existencia de dos bloques militares, una plataforma paneuropea en la que sea posible discutir y adoptar acuerdos válidos para el conjunto del continente.
Las esperanzas que suscitó la Carta de Helsinki pronto empezaron a desvanecerse; la segunda conferencia -Belgrado, 1978- fue un fracaso. Cuando en noviembre de 1980 se abrió la de Madrid parecía condenada a una suerte semejante o aún más lamentable. La situación internacional se había deteriorado: Afganistán, Polonia, América Central, Turquía, fueron motivos de acusaciones mutuas durante muchos meses, sobre todo en las sesiones plenarias y públicas. En su primera fase, la Conferencia de Madrid fue más que nada un teatro de confrontación, en gran medida propagandística, entre los dos bloques.
Esta fase se superó a principios de este año gracias a la iniciativa del grupo de países neutrales y no alineados, que presentó un texto que será la Declaración de Madrid, una vez haya sido firmado por los 35 ministros de Asuntos Exteriores. Se trata de un documento de suma importancia; su filosofía no consiste en repetir simplemente los principios de Helsinki, sino que concreta normas sobre respeto de la independencia de los países, sobre libertades y derechos humanos; incorpora una actitud común contra el terrorismo y sobre otros problemas nuevos, y establece un programa de reuniones en los próximos años que permitirá un seguimiento más preciso de los compromisos contraídos. El punto esencial es la convocatoria para enero de 1984, en Estocolmo, capital de un país neutral, de una conferencia sobre medidas de confianza y desarme.
Pero la conferencia ha tenido una tercera fase: el documento propuesto por los neutrales en marzo del presente año chocó al principio con fuertes oposiciones: la primera reacción, tanto de norteamericanos como de soviéticos, fue que no servía. Después, los occidentales presentaron una serie de enmiendas como condiciones irrenunciables para aceptarlo. Entonces, los soviéticos contestaron que aceptarían el documento, pero sin tocar ni una coma. De ese bloqueo, de esa amenaza de fracaso, la conferencia ha salido, según parece definitivamente, gracias a la iniciativa que tomó Felipe González, en su calidad de jefe del Gobierno del país anfitrión.
Pese al optimismo sobre la Conferencia de Madrid, sería absurdo suponer que estamos ante un mejoramiento del clima europeo e internacional. Precisamente lo contrario: dentro de pocos meses pueden empezar a ser colocados los euromisiles en varios países occidentales, surgiendo con ello momentos de fuertes tensiones. La misma gravedad con que se anuncia el próximo otoño aconseja probablemente, en un lado y en otro, dejar abierto ese puente que se empezó a levantar en Helsinki. Para qué servirá está aún por decidir, pero es evidente que la reunión de ministros que se prepara en Madrid para concluir con éxito la conferencia, la futura reunión sobre desarme en Estocolmo y los pasos ulteriores previstos pueden contribuir a fomentar una nueva dinámica de distensión entre los bloques.
En pocas ocasiones España ha desempeñado en la escena internacional un papel tan destacado, tan decisivo, como en esta última fase de la conferencia. Hace falta subrayar que ello ha sido posible porque, siendo miembro de la OTAN, no se ha limitado a ser una pieza más del bloque occidental, sino que ha sabido actuar con iniciativa y personalidad propias, cortando el nudo que bloqueaba la aprobación del documento. Sólo resta esperar que las cuestiones que quedan por resolver para la conclusión feliz de la conferencia confirmen lo que será un éxito importante del Gobierno español en la lucha por la paz.
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