The Lords of the New Church, el camelo de lo siniestro
Los Señores de la Nueva Iglesia llegaron con sus prédicas aureolados de una fama discreta y bastante oscura. Parecía que iban a evitar entre el punk y la sicodelia. Lo que vimos en Rock-Ola la noche del viernes, a pesar de lo negrísimo del decorado, estaba bastante claro. Un camelo.Con o sin tripi, la oferta de estos señores con su iglesia prêt á porter, vieja o nueva, no pasa de ser una ristra de cancioncillas absolutamente idénticas y entropía de marketing cutre. Stiv Bators, que así se llama el oficiante mayor, carece del carisma necesario para convencer a cualquier persona sensata de la necesidad de ingresar en su feligresía. Consciente de ello, sus homilías iban encaminadas exclusivamente a precisar si sus canciones estaban en el single o en el elepé.
The Lords of the New Church
Concierto Rock. 1 de julio.Sala Rock-Ola, Madrid.
Cumplidos estos trámites autopromocionales, el señor Bators, en plan mesías de barraca, se lanzó a gritar: Apocalipsis. Y esto fue lo más auténtico de todo el concierto porque este señor tan, tan punk se había olvidado el micrófono en el suelo y un ágil espectador, al quite, contestó a los llamados del apocalipsis con un gran palabrotón de la familia de las galfináceas fálicas.
A partir de ese momento, el espectáculo continuó según los cánones circenses. Todo estaba preparado, controlado. Claro que con una imaginación bastante torpe que delataba el minutado de las pasadas siempre dentro de un orden. Por supuesto. En fin que los Señores de la Nueva Iglesia ni siquiera conocen los ritos habituales de la cristiandad. Viendo a estos seudopunks que quisieron hacérselo de siniestros, uno se acordaba de los empalados de la Vera y Aoraba la Procesión del Silencio. Y es que venir a la cuna de la Inquisición a contarnos simplezas de cruces y calaveras aburre por entero al coro de forzados penitentes.
Claro que siempre hay alguien dispuesto a bailarle el agua al espabiladillo de turno y a hacer el oso con él. Y en el fin de tan infausta fiesta, se trepó al escenario una monaguillería de punkitos que entre sandeces varias se echaron al mesías al hombro. La pena es que, faltos de carácter, se les pasó darle el manteo y nos quedamos sin final goyesco.
Visto que lo religioso siniestro era pura quincalla, hubiera sido mucho más saludable haber acudido a la fiesta del PCE a ver a Eddie Grant. Disfrutar un poco con reggae de consumo pero bien hecho y disparar el túnel del tiempo hasta los años del pop.
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