La polémica visita de Juan Pablo II a su Polonia natal abre un interrogante sobre el desarrollo futuro del país socialista
Los siete días de visita del papa Juan Pablo II a Polonia han supuesto una sacudida para toda las fuerzas sociales y estructuras del país, sin que se puedan predecir las repercusiones a largo plazo. Tadeusz Mazowiecki, el intelectual católico que asesoró al líder sindical Lech Walesa desde los primeros días de agosto de 1980 y luego fue director del semanario del sindicato independiente Solidaridad, no estaba muy animado las vísperas de la visita del Papa.
Mazowiecki, que fue de los últimos internados en salir a la calle, se sentía un poco marginado por la jerarquía católica polaca, que prefería mantenerse a distancia de un hombre tan significado en el movimiento de Solidaridad. El último día de la visita papal, en Nowa Huta, Mazowiecki estaba radiante. Para el director del semanario del sindicato prohibido, "la derrota moral de la sociedad polaca ha quedado superada con la visita del Papa".Wojtyla se presentó en Polonia como el personaje imprevisible del que habló el viceprimer ministro Mieczyslaw Rakowski, en vísperas del viaje papal. Viejos intelectuales próximos al primado polaco reconocían en Cracovia que el Papa había ido en sus intervenciones públicas mucho más allá de lo esperado. Durante su peregrinación de ocho días, Wojtyla no dejó escapar ni una sola ocasión de lanzar un ataque más o menos velado al régimen. Unas veces eran palabras de doble sentido, como hablar de Solidaridad en minúscula; otras el Papa se servía de las citas o las autocitas.
Wojtyla no dejaba de citar en sus discursos una serie de frases sobre la necesidad del diálogo y el consenso, pero, ante un público que deseaba escuchar acusaciones contra el régimen, lo más probable es que hayan pasado inadvertidas. Lo que los oyentes de Wojtyla percibieron en sus discursos fueron las acusaciones, que quedarán grabadas en la conciencia colectiva de la sociedad y tendrán un efecto a largo plazo.
La visita del Papa ha dejado casi aniquilada la figura y quizá la línea política del primado de Polonia, cardenal Jozef Glemp. Un intelectual católico comentaba que cuando estaban juntos el Papa y el cardenal Wyszynski había dudas sobre quién era la persona más importante, pero con Glemp...". El cardenal primado de Polonia, con su aspecto insignificante, su retórica escasa y su difícil línea política de entendimiento con el Estado era una triste figura al lado de la estrella Wojtyla, avasallador, brillante y adorado por las multitudes. Con sus palabras de condena, Wojtyla le ha dejado muy alto el listón a Glemp, a una altura infranqueable.
Desde ahora, el primado polaco pasará a ser medido y comparado con el rasero papal. Será difícil hacer comprender a los católicos polacos que el Papa marchó a Roma y Glemp tiene que quedarse en Varsovia, para hacer el trabajo sucio de cada día, ese permanente juego de entendimiento con el régimen, un tira y afloja duro y que se prolonga durante 365 días al año.
Wojtyla, con su intervención de una semana en cuatro años, lo tenía muy fácil. Ahora Glemp, el episcopado y la Iglesia polaca tendrán que reparar, suavizar y cerrar las brechas abiertas por Wojtyla, porque la Iglesia no puede permitirse en Polonia una confrontación abierta con el poder fáctico del régimen. Ante las bayonetas, el poder moral de la Iglesia tiene pocas posibilidades a corto plazo.
La visita del Papa permite al Partido Obrero Unificado Polaco (POUP, comunista) una doble interpretación, y esto abre también la posibilidad de una lucha de tendencias. Los incidentes durante la visita papal fueron menores de lo previsible. Hubo una enorme disciplina externa, sólo rota por algunas banderas de Solidaridad, que desaparecían rápidamente ante la intervención del servicio de orden de la Iglesia, y algunas manifestaciones al final de los actos con el Papa.
Interpretaciones
Una interpretación optimista para el régimen y sus vecinos sería la de que el sistema ha sido capaz de soportar sin sacudidas una movilización masiva de casi 10 millones de personas. Los desórdenes y los daños han sido aparentemente mínimos. Hace cuatro años, con ocasión de la primera visita papal, tampoco se apreció un efecto inmediato, pero después vino el agosto polaco, que duró 14 meses y concluyó con la declaración de ley marcial en Polonia. Si en el POUPse impone la interpretación optimista de que el régimen ha sabido digerir la visita, la ley marcial podría levantarse incluso el próximo 22 de julio, con ocasión de la fiesta nacional de Polonia.
La otra interpretación posible para el POUP sería la de que el efecto se producirá a largo plazo y la digestión será difícil. En este caso, los duros en el POUP aprovecharán las manifestaciones y las palabras del Papa para magnificarlas y demostrar que la línea moderada, que representa el general Jaruzelski y su equipo, ha fracasado. Se abriría la posibilidad de un cambio, quizá con el mismo Jaruzelski, pero con otra política.
La oposición organizada e institucionalizada bajo el símbolo de Solidaridad se mantuvo quieta durante la visita. La disciplina funcionó y no hubo situaciones embarazosas para el Pontífice, que incluso se sumé a los llamamientos para que el público conservase el orden.
Solidaridad vive en la memoria colectiva y Lech Walesa conserva todavía su valor de símbolo. El renacimiento de la organización, de la oposición organizada bajo el emblema de Solidaridad, parece problemático a corto plazo. Sobre todo, porque la otra parte habrá aprendido la lección de hace cuatro años y estará más inmunizada.
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