Profetas en su tierra: la 18ª Caracolá de Lebrija
La 18ª Caracolá de Lebrija fue una fiesta. Después de unos años en que el festival, uno de los que más solera tienen en Andalucía, iba como agotándose irremediablemente, de pronto, el pasado-sábado 3.000 personas o más llenaron el recinto.Y comenzó el cante sin mayores sobresaltos. En el cartel estaban los lebrijanos, naturalmente. Uno de ellos, Montaraz, dijo sus cosas, recibió los aplausos legítimamente ganados y se fue. Dejó sitio al gaditano Juanito Villar, quien en el Sur gusta mucho, y gustó en Lebrija, aunque su voz acusaba el esfuerzo de la noche anterior en Sevilla. Luis de Córdoba estuvo mejor que en otras ocasiones, porque supo administrar el torrente de voz que le sobra.
Cuando los acompañantes de Manuela Carrasco empezaron el cante y el toque por seguidillas, y en seguida empuñaron los bastones para hacer el son de las tomás, sin música alguna, sólo la voz y el golpe de los palos sobre la tarima, el tablado fue súbitamente invadido por el drama de la liturgia flamenca. La bailaora, que tiene estampa y sentido de lo jondo, es la oficiante mayor de este rito. Manuela Carrasco está en el secreto y además es una gran bailaora, sobre todo de pies.
Otro lebrijano, Curro Malena, puso la noche al rojo. Curro es un cantaor seguro que no suele defraudar. En su pueblo, y con su público, estuvo ciertamente espléndido.
Y otro lebrijano, éste, el que lleva ese nombre por el ancho mundo del flamenco: Juan Peña. Con la espina de su desastre personal en el maratón de Sevilla, salió a cantar rabioso. Dijo el primer ¡ay! por mineras, y ya sabíamos que iba a pasar lo que pasó. Lo que pasó fue memorable. Nunca he oído cantar a Juan Peña Lebrijano como cantó en su pueblo.
Babelia
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