Un baile excelente y un cante desigual en una noche histórica
En la Primera Maratón de Flamenco celebrado el pasado fin de semana en Sevilla volvimos a escuchar a María La Perrata. Ese son antiguo, que viene ni se sabe de dónde, pero seguro que es de los principios, de cuando el flamenco era patrimonio y privilegio de unos pocos seres que no encontraban un sitio bajo el sol. Yo no he oído cantar a nadie como canta la madre de Lebrijano. Hace unas cosas con la voz, unos quiebros, unos melismas, que parecen imposibles.María me decía que eso es suyo, que no lo aprendió de nadie, pero esa voz oscura y sin brillo tiene, sin embargo, una fuerza de siglos, que nos lleva fácilmente al trance de la máxima tensión jonda, y una tal carga de dramatismo, que incluso en el aire festero de las bulerías pasa una y otra vez, sin transición, del tercio jocundo al treno más desolado y patético.
La familia de La Perrata fue, en cierto modo, más protagonista del Primer Maratán Flamenco de Sevilla, que organizó el Centro Pro vincial de Cultura y Desarrollo Villela or Chibé para promover obras sociales y culturales en favo de los gitanos de la provincia. Pedro Peña, el otro hijo de María que habitualmente actúa como guitarrista, lo hizo aquí cerrando el festejo de 10 horas de duración como cantaor unas seguiriyas de sabor muy puro, y unas bulerías en que alternó el cante con su madre Y ya día claro, rodeados- de gitanos, se fueron los dos por el cés ped del estadio Benito Villamarín haciendo palmas y cantando Ya se van los gitanos, un aire por caravanas que viene a ser un rito. Juan Peña El Lebrijano, en cam bio, tuvo una de esas noches ingra tas en que no acabó de centrarse, y quedó inédito el cante grande que él sabe hacer. ¿Habrá que hablar también de noches negras de Juan, como las tuvo aquel otro gitano inmortal que fue Manuel Torre?
Yo no los conté, pero calculo que cerca de un centenar de artistas flamencos -Y la mayoría gitanos, aunque no faltó la solidaridad de unos pocos payos- pasaron por ese escenario del crepúsculo al alba.
La 'estrella' fue el baile
Si quisiéramos generalizar diríamos que la estrella fue el baile, porque todos los que actuaron lo hicieron formidablemente bien. Abrió el fuego Antonio El Farruco, con un grupo de sus alumnos; no diré que estos chicos vayan a romper los moldes, pero cuando el propio Farruco pegó un alto en el aire y comenzó a trenzar y destrenzar una breve, pero fulgurante teoría de baile jondo, quienes allí estábamos diricilmente podríamos explicar nada con palabras, pero sentimos de pronto que aquello sí era auténtico, que aquel gitano nos estaba transmitiendo con la magia de su baile lo mismo que quisieron decir a sus contemporáneos todos los gitanos que bailaron así durante siglos y siglos.
Pepa Montes puso el contrapunto del baile payo. Por supuesto que es otra cosa, mucho más meditada y elaborada, pero qué maravilla. Pepa hizo un baile por bamberas y romances original, exquisito y hermoso. Todo el baile flamenco está ahí, desde lo más delicado hasta lo definitivamente valiente y duro, con una riqueza imaginativa que asombra. Atrás, el buen cante siempre de Curro de Triana, el buen toque de Ricardo Miño y dos flautas.
Manuel Carrasco se mantuvo dentro del mejor clasicismo flamenco con unas soleares llenas de majestad. El solemne compás, llevado con rigor por cantaores, guitarristas y palmeros, permitió a esta mujer desarrollar una y otra vez, siempre igual, pero siempre distinto, el juego fascinante de uno de los palos fundamentales del flamenco.
Citemos también a Angelita Vargas, su marido, El Biencasao, y el hijo de ambos, Joselito; bailaron muy bien, como ellos saben hacerlo, aunque deba señalar que siempre hacen exactamente el mismo repertorio, lo que, inevitablemente, se traduce en monotonía para el espectador que les ve con cierta frecuencia.
Los Montoya, por último, también repitieron su actuación habitual, en la que destaca la tremenda fuerza del baile, primario y elemental si se quiere, de Carmelilla.
En el cante hubo de todo
El cante y el toque fueron mu-. cho más irregulares. En un festival. de tan larga duración, si el espectáculo no tiene un niveírealmente considerable, los baches son inevitables. En el Primer Maratán Flamenco de Sevilla los hubo, por supuesto.
Como pormenorizar el comentario a tan largo número de artistas podría ser enojoso, prefiero mencionar sólo aquello que me parece más digno de recuerdo.
Por ejemplo, la jondura de Camarón, siempre con una fabulosa capacidad de conexión con el público; unas alegrías llenas de sabor y pureza del magnífico Chano Lobato; el acento gaditanísimo de Juanito Villar, o de Ráncapino, quien, sin embargo, tuvo una actuación poco afoitunada; el buen hacer de Ricardo Losada El Yunge y de Vicente Soto, los dos cantando con muchas ganas; de Curro Malena, de Pansequito, de Miguel Vargas, de Calixto S ánchez y de El Boquerón, en una noche espléndida; las soleares, siempre las soleares, de Fernanda de Utrera.
Y el enigma de El Cabrero, quien me dicen es, quizá, el cantaor más contratado actualmente en Andalucía y que para mí es un fandanguero más bien mediocre.
En cualquier caso, una noche para la historia.
Babelia
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