El desafío a Pinochet
VUELVEN A sonar las cacerolas golpeadas por las amas de casa en Santiago de Chile. Quizá sean las mismas que ensordecieron los últimos días del Gobierno de Allende. Las cacerolas están más vacías que hace 10 años y la libertad se ha perdido, junto con muchas vidas humanas, con las torturas, los campos de concentración, el exilio. Es una lección para los que esperan soluciones de la brutalidad de un Gobierno.El desafío de la población al general Pinochet crece; también la dureza de la respuesta: "Dentro de la más absoluta y completa normalidad" (Pinochet) la fuerza denomíiada "del orden" ha matado a dos muchachos, ha herido a otros y ha encarcelado a varios centenares.
Quedan definidos por el régimen, al igual que los millares de manifestantes que han repetido estos días lo que ya iniciaron en mayo, como "comunistas": es un viejo juego que no cesa. Franco consiguió, llamando comunistas a todos sus opositores, inflar la prestancia, la imagen y la eficacia de un partido que, luego, no resistiría la concurrencia de la libre opinión. Pero entró dentro de la gran magnitud mundial apoyada por Washington. Llamar comunista al otro, al disidente, al demócrata ofendido o al obrero que protesta, es algo que ha perdido ya todo su prestigio y su señal de ansiedad, y que ha creado una colección de fracasos históricos para el mundo de Occidente.
Lo que describen ahora las crónicas parece, sobre todo, una rotura del principio de autoridad establecido por el terror: cuando el pueblo pierde el miedo a autoridad no existe. Está sucediendo en Argentina, donde la huida del almirante Massera, las citaciones judiciales a dos generales-presidentes (Videla y Viola) y a un ministro del Interior (el general Harguindegui) parecen un adelantado, proceso de autodepuración del Ejército para designar unos cuantos culpables del régimen de los desaparecidos en un último extremo para limitar los daños producidos en sus filas por el tránsito a la democracia (moderándolo, también, por algunos pactos con fuerzas peronistas sindicales). En Chile se centra hoy, sobre todo, en el nombre mismo de Pinochet, que en estos 10 años de poder ha ido manipulando y adaptando su Junta a su propia medida, impidiendo todos los tránsitos que algunos de sus compañeros sugerían, y estructurando lo que se llama "la cúpula militar" de forma que no haya ningún posible sucesor inmediato. Aunque la respuesta es que cualquier sucesor podría ser mejor que el propio Pinochet, la realidad es que es todavía capaz de mantenerse por un fenómeno que aquí llamamos franquismo como si fuese algo genuino, cuando en realidad es algo que se repite con desgraciada frecuencia en la historia.
En Argentina se pudre el régimen, se consume a sí mismo. En Chile se erosiona. Los dos países se influyen mutuamente; es muy posible que los movimientos de Chile se hayan multiplicado por la fuerza de la protesta de Buenos Aires, que a su vez recibe estímulos de Santiago. Lo que suceda en los dos países puede influir en todo el Cono Sur, y puede no ser en absoluto indiferente para toda América. La sospecha de que detrás de todo ello están las consecuencias de una política funesta de los Estados Unidos comienza a tomar cuerpo en Washington. La política latinoamericana, volcada ahora sobre Centroamérica, pero en la que no hay que olvidarse del giro ocasionado cuando la guerra de las Malvinas, ha ocasionado ya disensiones tan importantes como la de
Thomas Enders, subsecretario para Asuntos Latinoamericanos, cuya larga trayectoria política es la de un conservador sin resquicios. Y es que la cuestión ahora no parece ya un problema de conservadurismo o liberalismo, sino de tozudez o de inteligencia. El encubrimiento anticomunista o la acusación global a la URSS (que ya quisiera tener tanta fuerza y tanta capacidad de influencia como le adjudican sus generosos enemigos) está falseando toda la política occidental en Latinoamérica y provocando falsas salidas en vez de verdaderas soluciones.
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