Un intento de buscar la verdad
Ante la tradicional corrida de la Beneficencia -nombre impropio a estas alturas de nuestra historia- creo que debo expresarme no sólo como representante de la ya extinta Diputación Provincial de Madrid en el ámbito taurino, sino también, y sobre todo, como comunista. El PCE y yo mismo somos, por supuesto, españoles y es imposible serlo sin asumir la existencia de la fiesta, refrendada a lo largo de los siglos por la inquebrantable y continua manifestación de la voluntad popular. Los toros se siguen lidiando en los cosos públicos porque los ciudadanos, cualquiera que sea el criterio de las minorías, lo desean así. Se trata, por ende, de una tradición sólida, bien enraizada. Nadie, y menos un comunista, puede desestimar esta firmeza.Pero otras muchas cosas deben ser dichas, porque esa fiesta dista mucho de ser el reflejo glorioso de la arena, el valor, las luces y la gallardía. A lo largo del tiempo se acumularon miserias junto a sus grandezas, crecieron gramas impertinentes en los alberos, proliferaron los negocios impresentables cayeron las decisiones en manos de los caciques y se fue urdiendo un mundillo de trampas, ¡legalidades y olvidos. Desde la Administración, nadie hizo jamás nada serio por conseguir que la fiesta -eso también- transcurriera en el marco de la ley, con respeto a los aficionados y a todos los ciudadanos, porque a todos atañe que algo tan nuestro sea digno.
Durante muchos años, durante la dictadura, los toros fueron un instrumento más del paternalismo festivalero y, si acaso, fueron tenidos en cuenta como herramienta de manipulación que, además, se vigilaba, escrupulosamente desde criterios de "orden público" para evitar que el juego derivase hacia otra cosa, hacia una manifestación libre del corazón popular.
Como resultado de ese largo olvido, la fiesta es hoy poco ejemplar y, a pesar del esfuerzo de las instituciones democráticas más relacionadas con la realidad taurina, no es ocultable el aire general de desorden y, en algunos casos, de chanchullo. La fiesta se ha degradado. Priman en ella los intereses de pocos. No se cumple un reglamento que, por lo demás, es viejo y debiera, ser actualizado con tanto rigor como urgencia. El toro es adulterado por manos secretas. El público, llamado a engaño tantas veces, se rebela, o abandona los tendidos, aunque la afición honrada, de vez en vez, vuelva a ellos atraída por el buen cartel o las figuras de los matadores en verdad diestros, honrados y serios.
Reticencias del partido
Los comunistas, responsables de la política taurina de la Diputación de Madrid desde hace cuatro años largos, hemos tratado de superar las propias reticencias internas de nuestro partido y de desarrollar, desde la corporación, instrumentos responsables de organización que hicieran de los toros una realidad absolutamente respetable. Creemos, sin modestias vanas, que los logros han sido claros, aunque no totales como hubiese sido nuestro deseo. Es aún necesario que la fiesta, lejos de su aspecto consumista y espectacular, se conciba como manifestación cultural popular histórica. Creemos que la plaza de Las Ventas no puede ser explotada con criterios mercantiles, sino gestionada con criterios democráticos. Creemos que debe arbitrarse una verdadera política taurina estatal. Creemos que debe reformarse con todo vigor el reglamento. Creemos que la fiesta debe ser de verdad.
Con todo, la corrida de la Beneficencia va a empezar, para gozo de todos. Se ha confeccionado un cartel sobrio, interesante, difícil y honrado, para que el público vea toreros ciertos y toros dignos. Con pocas concesiones, pero con la ilusión de dar a los madrileños, al borde encantador del verano, una ocasión más para el festejo de nuestra costumbre más vieja y más misteriosa. Ojalá sea todo bueno
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