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Siria reitera su rechazo al acuerdo líbano-israelí a la espera de la ocasión para negociar

Desde que el pasado 17 de mayo Israel y Líbano firmaron, bajo los auspicios de Estados Unidos, una convención de seguridad que prevé la retirada del Ejército israelí del territorio libanés no ha transcurrido un sólo día sin qu el régimen sirio denuncie lo que su presidente, Hafez el Asad, calificó la semana pasada en Trípoli de"documento de obediencia, sumisión y capitulación impuesto a Beirut por la Administración norteamericana y el enemigo sionista".

Ayer, sin ir más lejos, la ministra siria de Cultura, Najah el Atar, reiteraba en el diario Techrine, de Damasco, el rechazo "irrevocable" del acuerdo para su Gobierno y su negativa a abrir negociaciones sobre el tema. "Aquellos que piensan que recibiremos al secretario de Estado George Shultz, después de haber rechazado a Philip Habib se hacen vanas ilusiones", escribía la ministra. La preocupación siria ante la convención líbano-israelí es primero de orden militar. El ex jefe del Estado Mayor sirio general Yusef Chakur recordaba la semana pasada que el acuerdo "establece una zona de seguridad en el sur de Líbano, que coloca a las fuerzas israelíes a 25 kilómetros de Damasco y prolonga al frente sirio-israelí a lo largo de más de 200 kilómetros".Contrapartidas

Pero el principal temor del régimen baasista sirio es de índole política. Siria, rodeada de países hostiles, como Irak y Jordania, teme ahora perder a Líbano de su esfera de influencia y desea conseguir, a cambio de una eventual retirada de sus fuerzas del país de los cedros, un acuerdo con ventajas similares a las obtenidas por Israel: compensaciones financieras -se baraja la cifra de 12.000 millones de dólares (1,6 billones de pesetas)- que correrían a cargo del reino saudí, el cese de la ayuda extranjera a su oposición integrista musulmana y la reapertura del informe del Golán sirio. Damasco es consciente de que la actual coyuntura regional le permite exigir mucho, porque la URSS, que desea reinsertarse en el escenario de Oriente Próximo, le apoya firmemente, mientras la Administración Reagan busca a toda costa un éxito diplomático de cara a la inminente campaña electoral. El Gobierno israelí, por último, cuyo Ejército sufre diariamente el acoso de los palestinos en el sur de Líbano, desea dar rápidamente una orden de retirada, por lo menos parcial. Además de la salida de sus tropas de Líbano, Asad va a tener acaso ahora una baza más valiosa que jugar en una eventual negociación que tarde o temprano acabará por abrirse: la suerte de la resistencia palestina, cada vez más dependiente de la voluntad siria.

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