Mercedes Milá
Mercedes Milá es medio fea, medio guapa, medio lista, medio catalana, tiene el encanto de la protagonista de Marty, ustedes no se acuerdan de aquella película, qué rayos se van a acordar, que luego fue la misma que hizo Calle Mayor, de Bardem.Mercedes Milá es buena lectura para la mañana/tarde del domingo, o sea, que en esto del periodismo hay que tenerlo todo muy pensado, aunque luego venga Otero Besteiro, con el corazón hecho una braga, y me diga que de periodista, nada, que lo mío son los libros, o sea que no sé. Mercedes Milá, marchosa, despistada y catalana, con un suéter encima de otro, coge a Óscar Alzaga, político sabio de la sabia derecha, lo mete en una movida televisual sobre el aborto y lo deja tieso. Este periódico matutino/manchego daba ayer la espantable crónica de cómo una mujer moría desangrada en Tánger en un aborto clandestino. He llamado a mi maestro Haro-Tecglen, que vivió mucho en Tánger (los hombres castos siempre hacen castidad en los sitios perversos, y Haro estaba en Tánger de duro, un poco como Bogart en Casablanca). Haro me echa el marciano/contestador y entonces decido hacer esta columna sin información, sin saber cómo se hacen los abortos de tribu (a los que ha de recurrir la española, gracias a don Marcelo) en Tánger. Parece que Mercedes Milá es una sirena del Mediterráneo industrial de Barcelona, tentadora de los Ulises de derechas, que, como el de Homero y el de Joyce, apenas se alejan de la puerta de su casa. (Lo que hizo aquel hombre griego que se parecía a Ulises no fue sino tomar un puente aéreo por agua, porque su nariz demasiado recta inquietaba a los fenicios de Itaca: no era una nariz fenicio/judía: su etopeya es racial, como la de Hitler.) Por lo que vi el otro día (y sin olvidar a Tom Wolfe: "El primer síntoma de decadencia de un columnista es glosar la tele"), varios millones de telespectadores comprobaron cómo el señor Alzaga enfrentaba sus briosas razones morales contra el aborto a las débiles científicas de los especialistas. A mí me parece que no hay como defender una causa perdida para conquistar la brillantez, pues que no hay en la existencia nada tan resplandeciente que el fracaso. En el mundo entero y en Tánger, el antiaborto es una causa perdida. El que fracasó triunfando con los claros clarines de sus razones, el que se llevó el botín de sombra del éxito -qué vergüenza, triunfar-, fue el doctor Vicente Navarro, de quien anoté esta frase:
-Eso de que la vida comienza en el momento de la concepción es un principio ideológico, pero no científico.
Mercedes Milá tiene sobre el ilustre político señor Alzaga y sobre el actualizado médico señor Navarro una humilde condición, la de ser mujer. Esto de decidir sobre las mujeres sin contar con ellas -miles de Giocondas en Madrid, ya se ha contado aquí- es como el decidir sobre los judíos (se les podía reciclar en jabón o mortadela, sin preguntarles si preferían el jabón o la mortadela), o como decidir sobre el obreraje, sin preguntarle tampoco, mayormente: el obreraj puede ser proletariat, según Marx, y podía ser "el productor", según Franco (aquellos Hogares del Productor, donde se jugaba tanto a las damas), también sin preguntarles a ellos lo que querían ser. Mercedes Milá, sin otra condición social, brillante, que su humilde condición de mujer -y de mujer adorablemente despistada-, convocó a unos cuantos hombres para hablar sobre el aborto, ante la telecosa, como los convoca a diario en cualquier tertulia, cena, reunión o invento. Y salió que los defensores de la mujer, dueña de su cuerpo/alma, se lo montaban mejor que los represores de la mujer portadora de valores eternos en su pierna quebrada de perfectas casadas de Fray Luis (lo cual que el Fray profano canta un amor de los amores más que sospechoso, y una sublime hembra no quebrada por parte alguna, salvo la inevitable). Kess me, Mercedes.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.