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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El callejón sin salida de Líbano

MAÑANA SE cumple un año de la invasión de Líbano por el Ejército israelí. El objetivo proclamado, con el nombre algo forzado de paz en Galilea, era garantizar a la población del norte de Israel una situación de tranquilidad mediante la destrucción de las bases palestinas próximas a la frontera. El objetivo real era obviamente más ambicioso: se trataba de someter a Líbano, país tradicionalmente dividido en diversas fracciones por motivos religiosos, raciales y políticos, a una especie de protectorado israelí, bien directamente por la presencia militar, bien indirectamente mediante personas totalmente sometidas a las directivas de Israel, como el comandante Haddad y otros.La campaña militar fue brillante. En pocos días los israelíes llegaron a la capital, Beirut, y la ocuparon en parte. Sin embargo, todo indica que la realidad de hoy no corresponde en absoluto a los planes iniciales del Gobierno de Beguin.

Sin duda, la parte sur de Líbano está ocupada por el Ejército israelí. Pero estas tropas, rodeadas de una población árabe claramente hostil, están más amenazadas que nunca por acciones de hostigamiento de comandos palestinos. Cada vez le resulta más incómodo permanecer en territorio libanés. Los factores de desmoralización actúan con fuerza. Es sintomático que el presidente Beguin haya pedido al Parlamento una especie de unión sagrada para lograr que el Ejército de Israel pueda retirarse de Líbano y volver al interior de sus fronteras.

Pero la llave de tal retirada la tiene hoy, en la práctica, Siria. Porque la invasión israelí del sur de Líbano ha consolidado la presencia de las tropas sirias en el norte y el este de dicho país. Y junto a los sirios, unidades palestinas relativamente importantes.

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El acuerdo firmado recientemente, después de una intervención directa del secretario de Estado de Estados Unidos, Shultz, para la retirada de las tropas israelíes de Líbano no entrará en vigor mientras no se retiren a su vez los sirios y los palestinos. Líbano es hoy un país descuartizado, no ya por fraccionamientos internos, sino por las diversas ocupaciones militares extranjeras a las que está sometido.

Es bastante obvio que Siria no está interesada hoy en la retirada de sus tropas. Pero tampoco parece que la actitud de los países árabes moderados sea presionarla para que realice cuanto antes esa retirada y facilite así, a la vez, una retirada israelí.

Aquí reside el punto más débil de la política norteamericana en la región. Shultz se ha comprometido a fondo en un acuerdo que concede a Israel, incluso cuando haya retirado sus tropas, una serie de privilegios. Los países árabes temen que ese acuerdo sirva como una cobertura para facilitar a Israel la continuación de su política hegemánica en la región; y, en particular, el proceso de colonización en Cisjordania. Es decir-, para obstaculizar, bloquear, toda posible solución del problema palestino. En particular, para Jordania, esto es motivo de grave preocupación.

De aquí la importancia del papel de la OLP, que ha logrado Ciolocarse como un amalgama entre las diversas posiciones existentes en el mundo árabe; las moderadas de Marruecos o Jordania, las más combativas de Argelia o Siria. Recientemente, a partir de actitudes intransigent es y extremistas, Libia ha venido manifestando su opo.síción radical a la política realizada por Yaser Arafat como dirigente máximo de la OLP. Por otra parte, no cabe desconocer que-la complejidad de la situación explica que puedan surgir en el seno de la resistencia palestina contradicciones y discrepancias.

Pero hay otro factor que no se debe olvidar: la actitud de las superpotencias. Estados Unidos siempre ha sido intransigente en su negativa a las relaciones, al reconocimiento de la OLP. La política oficial de la URSS ha sido siempre de solidaridad con la OLP; pero no ha escondido, sobre todo en los últimos tiempos, su preocupación ante eventuales progresos de una solución negociada que pudiese consolidar la actual marginación soviética en los problemas de Oriente Medio. Y es sintomático que los sectores palestinos más ligados a la URSS hayan manifestado crecientes críticas y oposición a Yaser Arafat. Para éste, el apoyo de la URSS es un factor indispensable, no ya para obtener ayuda militar, sino incluso para una política de negociación. De ahí que dedique los mayores esfuerzos para no perder ese apoyo.

Las discrepancias internas aparecidas en el seno de la OLP tienen pues raíces diversas, quizá contradictorias. Si lograsen desarticular lo que ha sido la obra de unificación paciente y trabajosamente lograda por Arafat, es muy probable que ello otorgaría mayores facilidades a Israel para imponer su hegemonía en esa zona del mundo.

En realidad, y a pesar de las resoluciones de la ONU, de numerosos planes de paz, de la actividad diplomática de las grandes potencias y últimamente sobre todo de Estados Unidos, la solución del conflicto de Oriente Medio parece lejana. Se reconoce la causa del pueblo palestino más bien como un valor moral; pero se hace poco para que sea base de una política efectiva.

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