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Reportaje:

Margaret Thatcher, una imagen de mujer fuerte que fascina a los británicos

La reelección de la 'dama de hierro' parece asegurada en las elecciones del mes próximo

Soledad Gallego-Díaz

El periódico Daily Mirror la calificó un día de doncella de hierro, y el apodo, algo modificado para hacerlo más digno de una primera ministra (The Iron Lady), ha hecho fortuna. Se dice que ella se siente muy satisfecha de esta imagen y que se rió con ganas cuando el presidente norteamericano, Ronald Reagan, dijo públicamente que Maggie era "el mejor hombre de Europa". Claro que Valéry Giscard d'Estaing, cuya única compensación por haber perdido la presidencia de la República Francesa es no tener que discutir con ella cuatro veces al año, dijo también un día: "La señora Thatcher no me gusta ni como hombre ni como mujer".Las anécdotas reflejan una realidad. La primera mujer que ha alcanzado la presidencia del Gobierno en un país de Europa occidental no es, en absoluto, una militante feminista. "¿Qué han hecho los movimientos de liberación de la mujer por mí?", afirmó en una entrevista con una revista norteamericana. "Algunas mujeres nos habíamos liberado antes de que a ellas se les hubiera ocurrido pensar en ello".

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Margaret Thatcher se liberó, dicen las malas lenguas, gracias a un marido rico. A ella le gusta decir que es hija "de un tendero", pero lo cierto es que su padre, Alfred Roberts, no era únicamente el propietario de una tienda de comestibles, sino también un político local con suficiente dinero como para pagarle un colegio privado, aunque no para: sufragar una carrera, y menos las ambiciones políticas de su hija.

Maggie -que suele mencionar con cariño a su padre, mientras que hace pocas alusiones a su madre, Beatrice, o a su hermana mayor, Muriel- recuerda que su padre le pagó unas clases particulares de latín cuando decidió solicitar una beca para Oxford. Su profesora se negó a respaldarla, por considerar que era imposible que una joven dedicada a las ciencias aprendiera suficiente latín en tan poco tiempo como para ser admitida en la superclasista Universidad.

Cuando muchos años después volvió a su colegio para participar en el homenaje que le ofrecían sus antiguos compañeros, la primera ministra aprovechó para tomar una pequeña revancha: corrigió públicamente a su antigua profesora una cita equivocada en latín.

Un encuentro decisivo

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En Oxford, la joven Roberts estudió Natural Sciences (química) y se sacudió un poco "el pelo de la dehesa". Hasta entonces, la estricta formación metodista de sus padres le había impedido ir a bailar los domingos (de pequeña, ella y su hermana no podían ni jugar en el día del Señor") y frecuentar a jóvenes del sexo opuesto. La Universidad le permitió perder el aire de jovencita de provincias algo anticuada y, más aún, encarriló su vida futura.

Maggie ingresó en la Asociación Conservadora de Oxford y conoció a quien sería su mentor político, Keith Joseph, un tory que confió siempre en ella. Algo debía tener la estudiante de Química, porque sus compañeros recuerdan que un profesor dijo: "No sé adónde va esta jovencita, pero sin duda llegará".

A los 23 años se presentó como candidata a un escaño conservador. No fue elegida, pero había batido una marca: era la candidata más joven de los tories. Compatibilizar política y trabajo y estudiar leyes al mismo tiempo, como le sugirió Joseph, era algo complicado para una mujer joven sin recursos económicos holgados. Afortunadamente conoció a un hombre 11 años mayor que ella, Denis Thatcher, rico industrial, con el que se casé y que puso a su disposición dinero suficiente como para pagar secretaria y criadas y sufragar su carrera política.

El viaje de novios del nuevo matrimonio (París, Portugal y Madeira) fue el primer viaje al extranjero de la futura primera ministra. El dato es poco conocido, pero Denis Thatcher había estado ya, casado con anterioridad. Se dice que los hijos de Margaret Thatcher no supieron que su padre estaba divorciado hasta bien mayores, porque su madre se lo ocultó.

Shirley Williams, dirigente del Partido Socialdemócrata, dice que Margaret Thatcher parece "una segunda reina rodeada de sus cortesanos". Antiguos miembros de su Gabinete cuentan que es difícil romper su aislamiento, y que resulta peligroso llevarle la contraria en los consejos de ministros, por que ella siempre se las arregla para presentar sus propias propuestas como las únicas morales, de forma que las de su contrario, por oposición, quedan relegadas a la categoría de inmorales.

Fuera los moderados

La primera ministra odia a los wets (moderados de su partido) y lo pasa mal en las reuniones semanales del Gabinete. Prefiere convocar a los ministros uno a uno o en pequeños grupos. Al parecer, la culpa no es sólo suya. Los ministros, todos hombres, procedentes de buenos colegios y de universidades de elite, están poco, acostumbrados a que les mande una mujer, y cuando se reúnen en torno a. una mesa prodigan las bromas y los chistes de mal gusto, del género "¿Qué hay de verdad en el rumor de que el primer ministro es una mujer?", que se le atribuye precisamente a un ex ministro.

En cualquier caso, Margaret Thatcher limpió casi de Wets su Gabinete en julio de 1981, después de los disturbios de Bristol, Liverpool y Manchester. Algunos miembros del Gobierno creyeron que la revuelta de los barrios pobres era una señal de que había que dar marcha atrás y suavizar la política económica. Thatcher no admitió las críticas. "No hay otra alternativa", "no tiene usted en absoluto razón" y "el honorable diputado debería saber. .." son sus tres frases favoritas. Margaret Thatcher tiene una voz preciosa, cálida, fuerte, capaz de dominar sin estridencias cualquier tumulto o griterío. Es un arma importante, porque en el Parlamento británico no se autoriza la entrada de cámaras de televisión, de forma que los ciudadanos tienen que seguir los debates por la radio. "Cuando acudo a la Cámara de los Comunes y oigo la primera pregunta, me digo: Maggie, ahí vienen. Nadie puede ayudarte. Estas sola. Y me gusta", le contó a un comentarista político.

A la primera ministra le gusta estar "sola ante el peligro", y los británicos adoran saberlo. "Margaret Thatcher encarna el enfoque decidido de los problemas", "la mujer que no duda en poner en práctica sus ideas y sus valores", la primera miinistra que sabe decir no sin matices". La Prensa popular pule cada día la imagen de la dama de hierro como una persona confiada, valiente y resuelta, casi autosuficiente. Ella también cuida todos los detalles que pueden favorecer el cliché de mujer que sabe infundir respeto.

Tal vez por esa imagen, que según ella le permite mantener una privilegiada relación con la opinión pública, sus relaciones con la rema no són buenas. Isabel II recibe todas las semanas a la primera ministra en el palacio de Buckingham, qué es su casa, y lo hace en un tono doméstico que no le va a la personalidad de Margaret Thatcher. Uno se la imagina dificilmente tomando té, relajada, hablando, de caballos o de pintura con la reina. De hecho, los británicos se quedaión algo fríos cuando el hijo de la dama de hierro, Mark, se perdió en el Sáhura y su madre apareció sollozando ante las cámaras de televisión.

La auténtica 'Maggie

'Ésa no es su Maggie. La auténtica es la que escucha a su oponente con la cabeza algo ladeada y sus bonitos ojos azules medio entornados, para lanzarse después como un águila, con las garras por delante, sobre su pieza. La auténtica es la que hace callar sin remilgos a su ministro de Asuntos Exteriores (se dice que Francis Pym está desesperadoy que perderá su cartera si el Partido Conservador vuelve a ganar las elecciones) o la que discute sin complejos con los expertos del Banco de Inglaterra hasta imponerles su criterio. De sus relaciones con la reina se cuenta una anécdota, posiblemente falsa, que refleja la tensión entre las dos mujeres, ambas de la misma edad. Un día, la primera ministra acudió a un acto, oficial con un traje del mismo color que el que llevaba Isabel Il. A la mañana siguiente, el secretario de Downing .Street pidió al palacio de Buckingham que informara con antelación del vestido de la reina para evitar futuras coincidencias. La respuesta fue real: "La reina nunca se fija en el color del vestido de sus invitados".

Algunos de los enemigos de Margaret Thatcher, que son muchos, incluso dentro de su propio partido, dicen que se ve a sí misma como una heroína con una misión que cumplir: luchar contra la intervención del Estado, devolver la brillantez a la iniciativa privada, garantizar la defensa de Occidente y, sobre todo, devolver la confianza a sus compatriotas.

La renta de las Malvinas

Cuando los argentinos tuvieron la desgraciada idea de invadir las islas, Margaret Thatcher se encontraba en un momento pésimo: su popularidad había bajado varios enteros, el partido había perdido unas elecciones parciales y sus compañeros empezaban a conspirar para desbaricarla antes de las nuevas elecciones. La guerra ( nunca se sabrá si Margaret Thatcher ordenó hundir el crucero argentino General Belgrano para impedir cualquier arreglo negociado) constituyó un auténtico éxito personal para la primera ministra.

"Vamos a comprobar ahora de verdad de qué metal está hecha", dijo en los Comunes el diputado ultraderechista Enoch Powell. Maggie no dejó lugar a dudas: se comportó como si estuviera hecha de acero, decidiendo personalmente qué hácer y cuándo hacerlo, y celebrando reuniones de guerra con generales y almirantes.

Los británicos recompensaron ampliamente el riesgo que había corrido y le devolvieron su apoyo. Margaret Thatcher les dejó en la boca el buen sabor del trabajo bien hecho. El Reino Unido no era sólo un país que demostraba su eficacia organizando a la perfección bodas y entierros reales (el periódico norteamericano Boston Globe dijo que la boda del príncipe Carlos se había celebrado con la misma precisión con la que los comandos israelíes realizan sus mejores operaciones), sino una potencia Capaz de llegar al fin del mundo y de imponer su fuerza.

De la guerra de las Malvinas, Margaret Thatcher ha conservado un cierto gusto por las expresiones militares: "Un general no abandona el campo de batalla cuando la lucha llega a su punto culminante", dijo para explicar su ausencia de la cumbre europea de Stuttgart, prevista para 48 horas antes de las elecciones. Las encuestas afirman que ganará esta batalla con tanta facilidad como la guerra. Los británicos aún están fascinados por su imagen de mujer fuerte: de la Biblia. "Cuando quieras que alguien diga algo, pídeselo a un hombre. Pero si quieres que alguien haga algo, pídeselo a una mujer". La frase es de Margaret Thatcher.

Más información en la página 60

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