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1983, año decisivo para la Alianza Atlántica

Por primera vez desde que existe la OTAN, Europa teme una guerra nuclear limitada a su territorio, con el acercamiento entre los arsenales nucleares de las dos superpotencias

En la crisis crónica que padece la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) desde su creación, hay algo en lo que todos los miembros coinciden: 1983 se ha convertido en el año más importante y decisivo para la Alianza Atlántica desde 1949. Para el ciudadano normal, esos 500 millones de europeos y norteamericanos que residen en los 16 países miembros de la organización defensiva, el conocimiento de esa importancia que se da al año en curso es muy relativo, acostumbrados como están a oír hablar continuamente de divisiones en el seno de la Alianza.

Tratar de explicar, como vía de divulgación, el estado actual de la Alianza, el porqué de los intensos debates que se llevan a cabo en las sociedades democráticas de Occidente (excluida todavía España) sobre el tema de los llamados euromisiles, las dificultades en la negociación con la Unión Soviética, la lucha interna entre las industrias de armamento, los movimientos pacifistas y los pronunciamientos de las iglesias, incluida la católica, sobre la guerra nuclear exige hacer un poco de historia sobre las dos acciones que han incidido sobre la OTAN desde el principio: la política y la militar.En el fondo de la cuestión yace, quizá, la pregunta que se formulaba recientemente uno de los directores del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, Dominique Moisi: ¿Es el plazo de vida de un sistema internacional, necesariamente limitado? El sistema instalado por Metternich a principios del siglo XIX, elogiado históricamente por su estabilidad, duró solo 33 años, hasta que fue eliminado por la corriente revolucionaria de 1848. El siguiente, de Bismark, duró ya mucho menos. ,

¿Puede el sistema de seguridad nacido después de la segunda guerra mundial, en 1945, resistir por más tiempo con la amenaza de destrucción nuclear? En otras palabras, ¿puede Europa seguir viviendo bajo la protección de un paraguas nuclear, en un medio internacional paralizado por la continua división sobre el precio a pagar por esa protección?

El precio de la protección nuclear

En la década de los cincuenta, La Alianza Atlántica estuvo mayoritariamente dominada por Estados Unidos, que ofrecían su protección nuclear y que eran los que daban todas las órdenes a través del cuartel general de la OTAN, entonces en París, para que el resto de los aliados las obedecieran.

Durante los sesenta, esa situación empieza a cambiar. La reconstrucción europea de la posguerra empieza a dar sus frutos en el terreno económico, las fuerzas armadas de los países democráticos empiezan a integrarse en el sistema común de defensa y los europeos se muestran cada vez más reacios a aceptar el liderazgo de Estados Unidos, sin cuestionarlo.

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En 1967 se adopta la política de la llamada respuesta flexible, cuando ya se empieza a sentir que el rearme convencional y nuclear soviético alcanza una paridad con el norteamericano, y los europeos de la OTAN no se sienten protegidos exclusivamente por el paraguas nuclear de Estados Unidos. La doctrina de la respuesta flexible significa el compromiso, o el aviso a Moscú, de que en caso de que un ataque con armas convencionales del Pacto de Varsovia sobre el Oeste no pueda ser repelido por los mismos métodos, la OTAN utilizará armas nucleares tácticas y estratégicas.

La doctrina causó el efecto buscado de disuasión (deterrence) y durante los años sesenta los americanos todavía aventajan a los soviéticos en armas nucleares tácticas -las de menor alcance y potencia, en comparación con las estratégicas, que son las intercontinentales-. Al mismo tiempo, es la década dorada del entendimiento Nixon-Breznev, con la firma del primer acuerdo SALT, en 1972, la Conferencia de Heisinki, en 1975, y los comienzos de la luego, fallida culminación de la SALT II, en época del presidente Carter.

Con la llegada a Washington de la Administración demócrata de Jimmy Carter, se produce una serie de reacciones en cadena que rompe, en el seno de la OTAN y en las relaciones Este-Oeste, esa especie de equilibrio desequilibrado que se había mantenido hasta entonces, incluso después del final de la guerra fría, en el tema del poderío militar entre los bloques. Para los gobernantes europeos y para el pueblo norteamericano, Carter fue el presidente idealista, pero iluso, que llevó a la Alianza a la crisis actual, al tiempo que sirvió de acicate al Kremlin para lanzarse a un rearme nuclear sin precedentes y al empleo de un 15 % de su producto nacional bruto en armamento.

El ex canciller alemán Helmut Schmidt decía la semana pasada en un seminario de la OTAN, en Mons (Bélgica), que el problema creado por la acción,de Carter de no incluir en las negociaciones SALT II los misiles de medio alcance, de los que ya la Unión Soviética empezaba a modernizar su arsenal, ha provocado que, en el lapsus de cuatro años, la amenaza soviética contra la Europa del Oeste haya crecido sin contrapartida en la protección nuclear norteamericana en este tipo de armas y es lo que ha llevado al presente debate de los euromisiles.

La desconfianza europea

Cabe preguntarse en este punto por qué los países europeos no siguieron la línea de progreso en el terreno del armamento nuclear para montar sus propias defensas en el teatro europeo como una forma de disuasión inmediata, y dejar a Estados Unidos sólo con su poderío estratégico, de misiles ICBM intercontinentales, para la disuasión entre las grandes potencias.

La razón hay que buscarla en las todavía latentes desconfianzas entre los pueblos en el seno de la vieja Europa, junto a la defensa, en algunos casos, de lo que los franceses llaman la fuerza de la bandera. Por ejemplo, el Reino Unido y Francia han mantenido desde los sesenta una fuerza nuclear independiente, que en el caso del primero está unida al dispositivo de defensa estratégico de Estados Unidos y que en el caso de Francia, que no pertenece al aparato militar y nuclear de la OTAN, es exclusivamente para su protección. En este contexto nacionalista, y como resultado de las acciones de Hitler, es impensable, que Alemania, que no puede fabricar armas nucleares, se deje proteger por el paraguas francés, o que el Reino Unido quiera cooperar con el programa nuclear galo. En conclusión, la protección atómica está todavía en manos de Estados Unidos.

E n este estado de cosas se llega a diciembre de 1979, cuando ya es evidente el desastre de la política Carter, y el entonces canciller Schmidt propone a la OTAN la aprobación de la llamada doble decisión sobre los euromisiles: Comenzando a finales de 1983, Washington instalará un total de 572 misiles de alcance intermedio, de dos tipos, que luego se explicarán, el de crucero y el Pershing II, en cinco países de la Alianza, para contrarrestar la amenaza de los SS-20, con los que la Unión Soviética lleva la delantera de su instalación en más de 350 ojivas y el triple de cabezas nucleares. Al mismo tiempo, se explorará entre Washington y Moscú la posibilidad de negociar una supresión o, en caso contrario, una reducción de euromisiles por parte soviética, que son los únicos que los tienen ya desplegados. Así se llega a la presidencia de Ronald Reagan, un hombre obsesionado por el demonio soviético, decidido a recuperar la carrera de armamento, abandonada por su antecesor, y que produce en los europeos una mezcla de sentimientos. Por una parte, satisface su preocupación por recuperar la paridad armamentista con la URSS, pero por otra, se teme su excesiva confrontación con Moscú. Y 1983, donde el debate adquiere ya la ¡inpronta de la inmediatez.

Presiones pacifistas

Las presiones pacifistas sobre los Gobiernos de la OTAN provocan la oferta Reagan de la opción cero, que nadie espera que sea aceptada por los soviéticos, quienes siguen defendiendo, de para a su electorado internacional, la inferioridad en la que se encuentran y esperan, como sueño eterno, conseguir algún día la división total entre los aliados europeos de la OTAN y Estados Unidos y la futura finlandización del continente.

Al menos dos corrientes de opinión, severamente criticadas por los norteamericanos, insisten hoy en Europa en adoptar, o bien la vía del neutralismo, que incluya todas las naciones del Continente, o bien la de que los europeos occidentales aumenten sus defensas y dependan menos del apoyo de Estados Unidos. Pero la obsesión por la seguridad de la Administración Reagan no deja mucho margen de maniobra a los europeos, en la necesidad de reforzar la triada de fuerzas: la convencional, la nuclear intermedia la nuclear estratégica.

Por su parte, no puede olvidarse que a los Gobiernos europeos la situación económica no les permite grandes derroches en gastos de defensa, y siempre será más barato para ellos que la carga nuclear corra por parte de Washington. De esa forma irán poco a poco modernizando el arsenal convencional, que, por otra parte, les permite sanear sus industrias de armamento. Aquí también juega la presión de la industria norteamericana, que a cambio del gasto nuclear desea tener una mayor tajada en las venta de material bélico convencional a los aliados.

La Europa aliada sigue debatiéndose entre los problemas de una inferioridad manifiesta frente a los potenciales enemigos del Pacto de Varsovia y los que plantea el convencimiento, cada vez mayor, de que el sistema montado después de la segunda guerra, mundial está tocando a su fin. Por una parte, los 50 millones de muertos que, costó esa conflagración aún no se han olvidado para la gran mayoría de losgobernantes que todavía mandan en Europa. Junto a ello, las nuevas generaciones, que no han conocido aquella época y la siguiente de la posguerra, creen que se exagera el peligro de ataque del otro bando y que se desaprovechan muchas oportunidades de mejora en las relaciones y en los negocios manteniendo esa política de enfrentamiento.

La batalla de la propaganda es, hoy por hoy, la más dura que se libra entre las dos orillas del Atlántico. Ni Estados Unidos, ni la mayoría de los aliados, y mucho menos la República Federal de Alemania, que es la más directamente amenazada en caso de ataque procedente del Este, quieren que triunfe la pax soviética de una Europa libre de todo peligro, siempre que se retiren de ella los norteamericanos. Frente a ello, el Oeste argumenta con los hechos del constante expansionismo de Rusia, desde la época de los zares, y la esclavitud a la que mantiene sometida a la Europa del Este.

El debate nuclear ha interesado en los últimos años a un sector importante de las jóvenes generaciones en los países europeos, y con la inminencia de la instalación de las armas nucleares en Europa crece también el convencimiento de que Estados Unidos están dispuestos a lanzar y ganar una guerra nuclear limitada. A los movimientos pacifistas se ha unido también el peso de las iglesias cristianas, y en especial la católica, que en sus recientes manifestaciones públicas en América y en Alemania se ha acercado al pensamiento de la juventud con una condena de la guerra nuclear.

El equilibrio militar

Desde un punto de vista de preparación convencional, la estrategia de la OTAN para repeler un ataque de este tipo del Pacto de Varsovia se dirige, no hacia la concentración de más tropas en Alemania, sino a la existencia de escalones posteriores en hombres y armas que puedan destruir con éxito la estrategia soviética. Las fuerzas del Pacto de Varsovia, que en hombres y material superan a las de la OTAN, como luego veremos, tienen planeada una táctica de ataque en fases, con el despliegue de divisiones espaciadas convenientemente. Para la OTAN la primera línea de fuego tiene que ser contenida por las fuerzas estacionadas en Alemania, pero inmediatamente los otros efectivos más retrasados tienen que procurar, aislar la primera oleada invasora de los siguientes escalones, dentro ya del territorio del Este.

La modernización convencional en los diferentes comandos aliados pasa por una mayor armonización del tipo de armamento, la coordinación en comunicaciones y apoyo de reservistas. Dentro de ello, una mejora en la capacidad electrónica y destructiva de las armas y una mayor movilidad en las unidades de despliegue rápido. Para conseguir todo esto, el general Bernard Rogers, comandante supremo de las fuerzas aliadas en Europa, decía recientemente que los presupuestos de defensa de los miembros deberían aumentar de un 3% a un 4% desde ahora hasta 1988. (Sobre el estado de los arsenales convencionales de la OTAN y del Pacto de Varsovia, ver cuadro en esta misma página).

En el terreno de las armas atómicas, la doctrina aún vigente es que la "última y definitiva garantía de seguridad para la OTAN descansa en las armas nucleares de largo alcance (ICBM-MIRV), instaladas en Estados Unidos". El postulado siguiente, aceptado por los europeos, es que "sólo una adecuada presencia de fuerzas norteamericanas en Europa, tanto convencionales como nucleares, puede proveer el lazo de unión entre esa defensa europea y la fuerza disuasoria estratégica de Estados Unidos".

Mientras la OTAN contó con unos proyectiles atómicos, llamados tácticos, instalados en el Reino Unido y en algunos otros puntos de Europa central, los Pershing I, los soviéticos desplegaron unos similares en potencia, del tipo SS-4 y SS-5. Sólo en la década de los setenta Moscú decidió aumentar la potencia de esos misiles tácticos, con tres cabezas nucleares y un alcance de 5.000 kilómetros, que rompieron el equilibrio de antes. Otra particularidad es que mientras los Pershing son de lanzamiento fijo desde tierra, los SS-20 son móviles.

Por eso en 1979 la OTAN decidió modernizar sus misiles de medio alcance, y los norteamericanos presentaron dos tipos de proyectiles, unos móviles, que pueden lanzarse desde tierra o desde el aire los misiles de crucero (Tomahawk) y la segunda generación de los Pershing, que son balísticos (fijos) y con un alcance de 1.800 kilómetros. Estos últimos serán instalados sólo en Alemania Federal, pero con un alcance suficiente para tocar los emplazamientos soviéticos de los S S-20, mientras que los de crucero se desplegarán, en Italia y el Reino Unido y posteriormente en Bélgica y Holanda.

La estabilidad de la crisis

El objetivo inmediato de la implatación de estos misiles y de las negociaciones paralelas con los soviéticos está en conseguir lo que el informe de la comisión presidencial norteamericana, dirigida por Brent Scowcroft, denominó, en abril de este año, la estabilidad de la crisis. El documento, que representa un análisis de las necesidades futuras del armamento nuclear, considera que con el doble objetivo de la modernización del arsenal y las conversaciones para el control, de las armas con la Unión Soviética se puede conseguir que ninguna de las partes goce de ventajas para la agresión que se reduzca. el riesgo de guerra por accidente o equivocación de los líderes.

Los aliados europeos parecen haber aceptado las conclusiones del informe Scowcroft, en el que también han trabajado conocidos expertos como Kissinger, Brown, Haig y Schlesinger. Otra de las conclusiones más importantes de la comisión, y que aventura lo que será el futuro de los misiles, medios y de largo alcance, es el de, simplificar, si cabe la expresión, a una sola cabeza nuclear por ojiva, todos los proyectiles nucleares en los dos arsenales, soviético y norteamericano. El nuevo mandatario soviético, Yuri Andropov, ha enviado ya una señal de aceptación a Occidente, y parece dispuesto a hablar en el futuro de cabezas nucleares en lugar de ojivas.

La idea detrás de las otras negociaciones -las START- sobre misiles intercontinentales es sustituir en el futuro la capacidad mirv, que son las siglas de proyectil col múltiples cabezas nucleares y capacidad de tocar blancos diferertes, por misilés con una sola cabeza nuclear (los ICBM-Minuteman tienen hasta 10).

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