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Tribuna
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Los misiles que apuntan hacia nuestras cabezas

La guerra de palabras está en su cenit. Militares y pacifistas acumulan multitud de estadísticas contradictorias que desmenuzan hasta en decimales el arsenal secreto de los soviéticos y las inversiones futurológicas americanas. Todos juran que el hijo del hijo de su hija tendrá los ojos azules.¿Cómo formarse una opinión? Muy sencillo: consulte su periódico habitual, sea cual sea su color, y déle la vuelta a sus razonamientos. Por ejemplo, si usted quiere evaluar sin prevención ni prejuicios el peligro de los SS-20 soviéticos que le están apuntando, ésta es mi receta:

1. Escuche Radio Moscú: esta fuente de información poco sospechosa de antisovietismo ha alcanzado la perfección al describir la amenaza que se cernerá sobre Moscú con los nuevos cohetes americanos.

2. Tenga presente que Pershing II = SS-20. La ecuación es admitida por ambos frentes, ya que la capacidad destructora de estos dos ingenios gemelos es idéntica.

3. Concluya que la justificada inquietud alegada por un soviético contra la instalación de los Pershing en Alemania Occidental no está más fundada que la de un europeo occidental cuando protesta, asustado, por los cohetes ya instalados en el Este.

En el fondo reina el acuerdo, pues cada uno explica que las armas del contrario son cualitativamente nuevas y presentan riesgos inéditos. Eventualidad de accidente: sólo seis minutos separan la ignición en Mannheim o Romerantin de la explosión en Leningrado (y lo mismo en sentido contrario). Tentación para el feliz propietario de creerse -como Pirro o Picropolo- invulnerable: estos cohetes móviles, cargados sobre camiones, escapan al fuego enemigo. Fantasma de la guerra-relámpago ("golpear siempre primero"): unos misiles de gran precisión, que no se desvían más allá de 500 metros, pueden acabar con los centros neurálgicos y estratégicos de un país sin arrasarlo del todo. Si no puede amenazar, a su vez, tendrá que capitular preventivamente. Las nuevas armas euroestratégicas cubren todo nuestro viejo mundo, pero no pueden franquear el Atlántico, con lo que nos vemos enfrentados a la posibilidad, en los próximos decenios, de una guerra nuclear limitada a Europa.

La situación es totalmente original. Anteriormente, los dos campos alineaban a lo largo del telón de acero toda una serie de ingenios ya nucleares de dos clases: las armas tácticas, de corto alcance, limitadas al campo de batalla, y las armas estratégicas, de destrucción masiva, que arrasaban cuanto encontraban a su paso (como los antiguos SS-4 y SS-5 soviéticos o los cohetes intercontinentales). Estos ingenios terroríficos para cada una de !:las partes han asegurado 20 años de equilibrio del terror, pues su vitilización hubiera significado una apocalíptica confrontación ruso-americana sin vencedores ni vencidos. Por el contrario, el campo del que ahora únicamente dispone la URSS con sus armas de la tercera generación, los misiles de alcance medio, le permite acariciar la esperanza de una victoria en una aventura nuclear limitada. Puede, por tanto, blandir su amenaza dando por supuesto que los europeos cederán, mientras los americanos se retiren.

Desde el año 1977, los SS-20 rusos reducen unilateralmente a siete minutos la distancia que media entre la vida y nuestra colectiva inexistancia. Esta preponderancia militar confiere un vertiginoso poder de intimidación, de la que la reciente gira europea de Andrei Gromiko es buena prueba. El jefe de la diplomacia soviética intervino, sin la menor vacilación, en la campaña electoral de nuestros vecinos alemanes. Con un talento innegable, ilustró el modo de empleo de su monopolio euroestratégico. La URSS no dudará en abandonar Yalta anunciando la pretensión, históricamente paradójica, de prohibir a los americanos desembarcar sus armas en la parte de Europa que sus soldados liberaron de Hitler en su momento. Y, sin embargo, en nombre de la misma distribución, efectuada en 1945, los rusos se permiten todas las formas de represión en su parcela de Europa. Salid de Yalta, sí, pero marcha atrás, parecen intimidar los cohetes de la paz apuntados sobre Berlín, París, Londres, Bruselas y Madrid.

Los SS-20, utilizados a partir de ahora como armas psicológicas, son capaces de provocar pánicos mentales evidentes. Deseando la instalación de los Pershing II, si los cohetes rusos no desaparecen, François Mitterrand osó, en Bonn, desafiar a Gromiko y a una buena parte de la opinión occidental y... socialista. Y ello no sin dar muestras de un valor físico notable, pues no ha de olvidarse que los responsables que han puesto obstáculos a la gran política soviética han corrido, como por azar, suertes poco envidiables: Sadat acabó asesinado, el Papa por poco desaparece...

Yuri Andropov empieza a jugar fuerte y se saca de la manga una de las figuras más clásicas del regateo nuclear: coloca a los occidentales ante una crisis cubana invertida.

Su objetivo está claro: mantener a Europa occidental al alcance de sus cohetes, pero sin admitir que ese territorio amenazado le pueda amenazar a su vez. ¿No es eso lo que Kennedy exigió y obtuvo de Castro y de los rusos? Ningún misil debe apuntar hacia Nueva York desde Cuba. ¿Y cuáles eran sus medios? No hizo la guerra, sino que provocó un enfrentamiento de voluntades, puso a prueba a los personajes intentando una batalla mental. Si, en 1962, la Marina americana impuso el bloqueo de la isla roja, hoy Andropov utiliza expertamente la gran marea angustiada de las opiniones públicas para aislar y bloquear la determinación ya vacilante de los Gobiernos.

Ésas son sus ambiciones: que los laureles de Kennedy coronen al primer secretario, convertido de golpe en figura indiscutible e irremplazable. Poder para el Kremlin, hegemonía euroasiática, prestigio mundial. ¿A qué más puede aspirar un jefe del KGB? Europa occidental ocupa actualmente: el segundo puesto en la economía planetaria; quien obtenga su cubanización, es decir, su neutralización estratégica y política, habrá dado el golpe de timón más decisivo desde 1945.

¿Qué hacer? ¿Ustedes no tienen miedo? Yo, sí. Sólo nos queda razonar nuestras angustias y elegir entre ellas. Tres son las únicas salidas:

1. Situación de monopolio: los mariscales soviéticos se asignan todos los poderes de policía continental y amenazan, ellos solos, a nuestra población con un castigo euroestratégico.

2. Disuasión bilateral: los militares del Este y del Oeste se hacen frente con medios equivalentes, esperando intimidarse recíprocamente.

3. Retorno al status quo anterior: los dos bandos se prohíben la utilización de estos misiles de alcance medio.

La primera solución consiste en apostar por la bondad de corazón y el humanitarismo de los dueños del goulag, que sólo cuentan sus víctimas por decenas de millones. La segunda apuesta por el terror compartido, del mismo modo que disuadimos a los niños revoltosos: no hagas aquello que no quieras que te hagan a ti. La tercera salida parece evidentemente la más pacífica: Mitterrand y Reagan la preconizan (ni S S-20 ni Pershing: opción cero), los pacifistas no se atreven a sostenerla, dicen que por realismo, pues están demasiado desesperados como para pensar que el Kremlin pueda mostrarse, si no pacífico, al menos razonable, y de golpe prefieren rendirse sin condiciones a las razones del más fuerte (con lo que volvemos a la solución l).

Hoy día existen en Europa dos tipos de movimientos pacifistas. El que con más frecuencia se cita tiene su epicentro en la República Federal. Allí se manifiestan 500.000 personas contra Haig o Reagan, 8.000 contra el difunto Breznev, cero contra Gromiko. En pocas palabras, la misma fórmula, con reticencia; es el eslogan mejor rojo que muerto el que rige los comportamientos y define las esperanzas de una fracción importante de la juventud y de la intelligentzia alemanas. De renuncia en renuncia, este pacifismo lleva implícita la sumisión a un imperio belicoso que nos hará soldados, rojos y muertos. Duramente castigado, el otro movimiento, el de los polacos, esboza en solitario la posibilidad de una Europa apacible: sólo la liberalización progresiva de los países del Este puede separar a los eventuales combatientes y crear una zona neutra entre los bloques. ¿Paz o libertad? Los hijos mimados de una Europa todavía opulenta se rompen la cabeza ante una falsa alternativa, como lo prueban las experiencias de los afganos, de los checos o de los boatpeople indochinos. No basta con perder la libertad para lograr la paz.

André Glucksmann, profesor agregado de Filosofía en la universidad de París, pertenece al grupo de los nuevos filósofos franceses. Es autor de El discurso de la guerra, La cocinera y el devorador de hombres, Los maestros pensadores y Cinismo y pasión.

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