Un gran estreno Xenakis en Lisboa
El músico Xenakis ha protagonizado en la Fundación Gulbenkian de Lisboa un estreno sensacional, que precede a la presentación de su obra en París. Se trata de su creación Maurice, que se cataloga entre las más importantes de su larga biografía musical. Un testigo presencial de este estreno cuenta las circunstancias en que éste se produjo y la importancia que tiene para entender la evolución del polémico creador.
Por una vez, y sin que sirva de precedente, paso del artículo a la crónica: era yo el único músico español presente en la gran sala de la Fundación Gulbenkian de Lisboa para oír, antes que en París, el estreno de Maurice, de Xenakis, obra realmente sensacional. Hay -mejor dicho, ha habido- una serie de realidades hechas prejuicios que formaban barrera para el buen conocimiento de este compositor, joven en Grecia y madurado en París.La barrera se tramaba porque Xenakis aparecía como prisionero -gustoso prisionero- de matemáticas, de estructuralismo al máximo, de superordenadores, de comunidad con una arquitectura rabiosamente funonal, etcétera; y para evitar lo de la deshumanización queríamos subir desde tanta cuación y figura a la piagórica "música de las esferas".
Ya señalé hace años la chirriante, pero directa, hermosura de la obra para violonchelo que Víctor Ullate incorporó genialmente al ballet, pero lo de Maurice, en esa línea de comunicación tan necesaria, tan ansiada, es una auténtica cumbre. Sólo con una voz que vocaliza, y sobre un piano riquísimo, pero no experimental, Xenakis va más allá de la palabra, que siempre es común, que se da hecha, y, situándose en lo más hondo de la sensibilidad, va y viene del suspiro al grito, pero creando toda una intensísima antología de lo que hace de la música mundo aparte: amor, cuerpo transfigurado, erotismo radical y la misma muerte. Aquello de Marcuse -"Sed realistas: buscad lo imposible"-, y que se busca en la mayor y mejor aventura del nuevo figurativismo -que lo abstracto pueda ser retrato-, lo debe realizar en su mundo la nueva música y se cumple en obras como ésta de Xenakis.."Que cada uno sea griego a su manera", clamaba Hölderlin, y yo, recién llegado de Grecia, me iba desde la hermosa sala de la Gulbenkian a ese Delfos donde quien quiere oye esas voces que Xenakis transfigura.
El éxito de este estreno en Lisboa -¿cuándo llegará a París y a Madrid?- fue rotundamente apoteósico. Fueron intérpretes quienes la crearon junto a Xenakis: Jorge Chaminé y Marie-Françoise Bucquet. Jorge Chaminé, discípulo en París y en Madrid de Lola Rodríguez Aragón, es un cantante extraordinario. A la obra de Xenakis, cuya dificultad inmensa estriba en hacer del virtuosismo humanidad incandescente, se llegó tras un largo y difícilisimo programa que yo llamaría de lied dramático, es decir, cuando la música parece romper las paredes del salón para querer sacudir, soliviantar y hasta crucificar, de modo que el oyente se hace protagonista porque se le alborotan las entrañas del corazón. Chaminé llegó a Xenakis a través de Mahler, de Wolf, del Chaikovski más ruso, e hizo de cada canción un mundo, creando un silencio más alto porque su técnica unpresionante sube siempre como inspiración personal. Al piano, nada menos que Marie-Françoise Bucquet. Señalo los conciertos de este dúo como verdadero acontecimiento, con la misma pasión con que escribí hace años ante los primeros conciertos de Teresa Berganza, y, hasta con la justa pedantería de mis años juveniles, me atrevo a decir que estoy seguro de no equivocarme señalando un futuro radiante.
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