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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La preagónica Conferencia de Madrid

LA CONFERENCIA de Seguridad y Cooperación en Europa -Conferencia de Madrid- entra hoy en un nuevo período de reuniones. Tiene un carácter preagónico. Desde que comenzó la fase de Madrid, en 1981, los escollos son siempre los mismos; se centran en el proyecto de documento llamado de los neutrales -en la jerga del Palacio de Congresos, el RM-39-, que, aun repetidas veces enmendado y corregido, no consigue traspasar la defensa de Estados Unidos. La clave de ese documento, en el momento en que se reanuda la conversación, es la propuesta de una conferencia sobre medidas creadoras de confianza y desarme, con participación de todos los países de la Conferencia, que se iniciaría el 15 de noviembre en Estocolmo. Es decir, con tiempo -casi justo- para poder ser utilizada como tribuna contra la instalación de los euromisiles, en caso de que la conferencia bilateral de Ginebra no llegue a ningún acuerdo básico. La URSS favorece ese plan o, por lo menos, lo acepta. Entra en su política por dos razones, aún contradictorias. Si la conferencia paneuropea se acepta, tiene una posibilidad de encontrar una audiencia amplia y unos testigos de sus discusiones con Estados Unidos; si no se acepta, porque Estados Unidos destruya su posibilidad, encontraría al mismo tiempo el sobresalto de los pacifistas y una nueva rotura entre Reagan y sus aliados europeos. La opinión de Europa, matizadamente expuesta -por no abrir demasiado la brecha- es, en principio, la de que el teatro europeo debe apaciguarse por todos los medios posibles, y que todos los países deban opinar y votar en cuanto se refiere a su seguridad. Es, en suma, la razón misma de esta conferencia, fundada sobre el Acta de Helsinki, cuya gran innovación era la de reunir países del Este y países del Oeste y dar a cada uno la misma personalidad y el mismo voto.No parece que Reagan esté dispuesto a hacer ninguna cesión en el asunto de la instalación de los euromisiles. En los círculos militares y políticos de Europa se les da por instalados, y la posibilidad de que las fuerzas políticas de Estados Unidos consigan en el Congreso una congelación de las armas nucleares es muy remota. Es posible que este esfuerzo político-militar le cueste a Reagan, en 1984, la presidencia: pero siempre será un año más tarde de la fecha de instalación de los cohetes de medio alcance en Europa, y su sucesor, sea cual sea (de su partido o del Demócrata), tendrá que actuar en política internacional condicionado por esta situación. La postura actual de Reagan es la de que la coexistencia es indivisible, como la tensión, y que el teatro europeo no podrá ser nunca considerado como un hecho aislado, sino como parte de una negociación global. Las sucesivas urgencias de los políticos europeos para que se produzca esa negociación global no van adelante.

Hay, al parecer, un plazo de un mes para que esta conferencia llegue a un acuerdo de compromiso -del que difícilmente puede excluirse la fecha del 15 de noviembre para la conferencia propuesta por Estocolmo sobre medidas de desarme. Se ha dicho que, si el proyecto presentado por los países neutrales y no alineados quedase bloqueado por el rechazo de la delegación norteamericana, la delegación española podría presentar, desde una posición mediadora, un proyecto de comunicado final que permita poner fin a la Conferencia. Estos rumores tienen un aspecto preocupante. Qué España haga los mayores esfuerzos para que la Conferencia termine en las mejores condiciones es natural y encomiable. En ese orden, el proyecto de los neutrales ofrece, sobre todo, un programa de trabajo para los próximos años que permitiría a la Conferencia de Madrid quedar como un piso más positivo que la anterior de Belgrado. Ese proyecto puede requerir aun correcciones para lograr una aprobación más general; y esperamos que la delegación española haga lo posible para contribuir a ese resultado. Si, en cambio, se tratase de enterrar la Conferencia, de reducir a la nada el serio esfuerzo realizado por los neutrales y no alineados por elaborar los puntos comunes posibles, evidentemente eso no podría corresponder a la delegación española. Que carguen con la responsabilidad los que no estén dispuestos a aceptar unas propuestas que han logrado ya, de mayor o menor grado, un consenso muy amplio.

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