Equívocos y anticultura para una incitación a la huída
El Teatro Nacional María Guerrero abre una vez más su generoso escenario a un grupo modesto -de medios, de calidades, aunque no de intenciones- como es la Compañía de Acción Teatral Política, o recurso, que produce equívocos.La teoría de abrir paso y dar oportunidades es encomiable. La práctica, no tanto. No favorece a quienes se ven sometidos así a un sistema de pesos y medidas que parece necesario en un Centro Dramático Nacional, cuya misión parece ser la de mantener por encima la calidad posible del teatro; por tanto, tampoco favorece al centro, que da así una sensación de liquidación, de cesión de resistencia ante la entropía que está deshaciendo el arte teatral.
Esta compañía da ahora una versión de La de San Quintín, una obra estrenada por Galdós en 1894. La lectura del texto original tiene interés histórico y sociológico: una época en la que se deshace la aristocracia, domina una nueva clase industrial y comercial cerrada, y aparece el proletariado. Galdós imaginaba una cierta unión natural entre la aristocracia y el pueblo, que no llegó nunca a darse en la práctica. Como el teatro es una casuística, y Galdós un novelista, el desarrollo de la trama es complejo, muchas veces melodramático, lleno de antecedentes relatados -la biografía anterior de los personajes-, y, como la época es tódavía la de Echegaray -y la de Sefiés, Leopoldo Cano, Feliú y Codina-, hay todavía una ímpregnación de lenguaje enfático y altisonante.
La de San Quintín,
de Benito Pérez Galdós (1894). Versión de Juan Antonio Hormigón. Intérpretes. Compañía de Acción Teatral. Raúl Freire, Fernando Delgado, Diana Pedersen, Aurora Pastor, Manuel Andrade. Santiago Alberquilla, Andrés, Resipio, Pilar Puchol, Fidel Abnansa, Rosa Vicente, Ana Isabel Hernando. Escenografía y figurines de Manuel Adrián. Música de Albéniz. Dirección de Juan Antonio Hormigón.Estreno, Teatro Nacional María Guerrero, 5 de abril de 1983.
En su época -y de ahí su éxito- parecía que rompía con el teatro de cartón-piedra, con la falsedad, y abría una ventana respiratoria en un escenario podrido; en la nuestra, es arcaico. El supuesto realismo de Galdós puede ser una aspiración de su autor, en, la realidad, la creación de símbolos, la fabricación de arquetipos, la inverosimilitud del argumento y la concesión al lenguaje teatral la alejan mucho de esa pretensión. Encajaba muy bien en su época, no en la nuestra. Queda claro que la lectura del original es interesante y forma parte de la cultura contemporánea; y también que su representación exacta es hoy imposible: no se resiste. Necesita, en el supuesto de que sea necesario representaría, una adaptación inteligente y delicada. No es el caso de esta adaptación.
El 'socialismo' de Galdós
Juan Antonio Hornligón, adaptador y director, ha hecho un trabajo de reducción por una parte, de superposición por otra. Lima lenguaje, escenas, longitudes; añade escenas propias -todo el principio del tercer acto-, aumenta las dimensiones de algún personaje -el notario Canseco-, precipita los acontecimientos. Inventa un decorado que considera impresionista pero que, aparte de su fcaldad intrínseca, no liga de ninguna ni era con la obra. Introduce algun ingenuismo -un barquito que cruza el escenario y una pianista que toca obras de Albéniz (ni el diálogo deja escuchar el piano, ni el piano al diálogo)- completamente despegado del contexto. Recalca el socialismo de Galdós. Lo restado del original no limpia la obra; lo superpuesto no tiene relación con ella.Resulta un producto teratológico. A lo que se añade la baja calidad de la interpretación. Fernando Delgado consigue colocar, con su oficio, alguna frase; Manuel Andrade, componer el tipo del patriarca; lo demás, o es insignificante o es malo (y esto es más notorio en la protagonista, representada por Rosa Vicente): el diálogo se aplana, los matices se pierden, las mtenciones se escapan.
Es muy lógico que Hormigón y sus compañeros crean en su capacidad y tengan el ánimo y el esfuerzo suficiente como para entrar en Galdós. Es menos I¿gico, y mucho más inquietante, que el Ministerio de Cultura patrocine esta producción y sea capaz de presentarla en el teatro María Guerrero. Ayuda a otro equívoco, fomenta una imagen del teatro que no responde a las necesidades actuales y que es contraproducente, y da como cultura lo que es anticultura. Inquieta pensar que ahora se sostendrá esta obra con la clásica campaña de escolares, y que los niños y jóvenes que vayan al teatro puedan creer que así fue Galdás, que aquello fue España, que esta es la cultura y que eso es el teatro. Huirán rápidamente hacia el cine y el rock.
Babelia
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