La nueva política africana del Gobierno socialista
LOS VIAJES del presidente del Gobierno, Felipe González, a Marruecos y del vicepresidente, Alfonso Guerra, a Argelia representan una primera muestra de esa voluntad de acercamiento a la región del Magreb en su conjunto, por parte española. Suponen además el comienzo de un camino hacía la meta de acuerdos concretos en los terrenos económicos, (pesca, energía, obras públicas), culturales y de la cooperación en todos sus aspectos.Con estas visitas ha empezado la cuenta atrás y el calendario próximo aparece plagado de nuevas fechas propicias para tomar el pulso del progreso o de la parálisis de ese camino iniciado. Se espera de inmediato la venida a Madrid de los ministros marroquíes de Pesca y Transportes, la del primer ministro, Maati Buabib, y la eventual del rey Hassan II y, por parte argelina, van pasando los días para que se cumpla el plazo fijado en julio en el que debe concluirse el acuerdo sobre el gas natural. Unos días antes, el rey Juan Carlos será recibido en Argel.
Si el Gobierno del cambio encuentra espacio para llevar adelante su política de conjunto en el Magreb, en sustitución de aquella otra de equilibrio que ahora recibe todos los denuestos, no es sólo como resultado de una acción propia española que la haya hecho posible. Es la nueva dinámica, simbolizada en la cumbre Hassan-Chadly, la voluntad de entendimiento Marruecos-Argelia-Túnez, la que permite el nuevo diseño español. Es el factor libio, la incertidumbre que el régimen de Gadafi expande y el desasosiego que transmite a regímenes tan. diversos como el marroquí, el tunecino y más recientemente el argelino, el que actúa de catalizador para la nueva política regional que se anuncia.
Argelia se encuentra en un punto de inflexión respecto a sus propósitos revolucionarios. Aquel Bumedian, mitad imán, mitad soldado, ha dado paso al presidente Chadly, bajo cuya dirección Argelia despierta de algunos costosos sueños de liderazgo y de otros errados empeños por impulsar el desarrollo desde la industria pesada, mientras se ha degradado peligrosamente el nivel de autoabastecimiento agrícola del país.
El rey de Marruecos ha hecho olvidar, por el momento, con su protagonismo internacional en aras de, la solución palestina, la mala consideración que siempre le atribuyó la opinión mundial y la Internacional Socialista en particular. Ahora se apresta a convocar unas elecciones por dos veces aplazadas y busca, afanosamente, la caución moral de países democráticos. Ambos regímenes, marroquí y argelino, han cumplido un recorrido convergente y cobrado conciencia de una amenaza común en su costado oriental. En ese sentimiento les acompaña Túnez. La aprensión que suscita el renacer islámico de los hermanos musulmanes y de los fundamentalistas se añade como sumando, sobre todo después de las graves experiencias de Teherán y de Medina.
Son estas nuevas realidades las que abren. margen para esa política de conjunto que todavía es un futurible. Se dijo que España pensaba antes que la. hipótesis más conveniente a sus intereses era la del enfrentamiento entre los países de la región magrebí y que los fomentaba. La afirmación resulta desmesurada respecto a nuestras capacidades reales de acción exterior. La verdades que esos conflictos estaban ahí con independencia dio que pudieran convenir o perjudicar a España, y que el gobierno de Madrid trató siempre de buscar un equilibrio que no le comprometiera. Era la época de la presión argelina -micrófonos a Cubillo para intentar Ia segregación de Canarias, entrenamiento de etarras en la escuela de policía-; de la presión marroquí -marcha verde para engullir el Sáhara y reivindicación esporádica deCetita Y Melilla-; y de la presión del Frente Polisario -condescendiente con los pesqueros de otras banderas pero propenso al secuestro y ametrallamiento de los espatoles-. Todos exigían el alineamiento de España con sus posiciones particulares, perfectamente incompatibles entre sí. Toda cercanía hacia una parte era distancia para la otra; toda amistad hacia un país era hostilidad para el otro; y toda inhibición hacia el Polisario era imputada como culpable.
Marruecos y Argelia parecen avanzar ahora por la senda de la Organización para la Unidad Africana (OUA) en la resolución del asunto del S áli -ara. Lo cohe -rente, en consecuencia, es ensayar esa política de conjunto que repite Felipe González. España, según el presidente del Gobierno, está dispuesta a prestar la colaboración que se le solicite. Pensamos que nuestro país no debería autoexcluirse ni ignorar las responsabilidades que le incumben en -este asunto, hasta que se concluya el proceso de descolonización de manera satisfactoria. No crecería con la inhibición nuestra estatura internacional. Y, por otra parte, el gobierno socialista no puede dejar desamparado por completo al Polisario, sino buscar líneas de solución y ayuda en el nuevo marco de relaciones previcible, aunque abandone las antiguas, indiscriminadas y retóricas, declaraciones de apoyo incondicional.
A la luz de estos hechos los viajes de González y Guerra bien pueden considerarse un éxito. Pero un éxito que tiene que ser acompañado de otras acciones. No todo ha acabado aquí, sino que casi todo empieza. La ausencia de referencias oficiales al contencioso de Ceuta, Melílla puede ser un signo de la buena voluntad marroquí hasta en ese terreno. Pero el contencioso existe. Las recientes medidas aduaneras de Rabat, proteccionistas de los intereses marroquíes pueden ser entendidas por Madrid, pero es un hecho que han perjudicado seriamente a la economía de ceutíes y melillenses. Las conversaciones sobre el gas con Argelia se presentan prometedoras, pero es demasiado pronto para cantar victoria por nuestra parte. Las reacciones del Polisario pueden ser dramáticas si no se le ofrece al Frente una salida justa y digna. Hay motivos por todo ello para el optimismo, pero también para la cautela.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.