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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Feminismo lesbianismo y elegancia

Hay un feminismo determinado que entra en el lesbianismo; o un lesbianismo que adopta formas extremas del feminismo. El feminismo es una cosa; el lesbianismo, otra, y no hay ninguna obligatoriedad de que se conjunten; pero hay una facción que sí lo hace así, y tiene su doctrina, su filosofía, su concepto del mundo. No es función de una crítica dramática debatir ese tema; sí lo es dejar constancia de que una obra de teatro milita en él, en uso de un legítimo derecho. El teatro es un solar donde no sólo cabe todo, sino que todo debe estar, producir su debate social, permitir los juicios de valor público, afectado en favor o en contra de cualquier idea, muy especialmente si es contemporánea, y está bien que un teatro institucional le dé paso, a condición de una calidad teatral y literaria. La tiene María Estuardo, de Dacia Maraini. Una militante destacada de esa facción.La obra se dice escrita a partir de Schiller. Schiller es una sombra en esta dramatización; la sensación es la de que Maraini tomó de él la información histórica que la permite alejarse del verismo, de los datos reales. El artificio escénico que emplea es el de una sucesión de breves escenas en las que aparecen sucesivamente María Estuardo e Isabel de Inglaterra, en contraposición y, al mismo tiempo, en una especie de comunidad, o de pasión mutua. Son dos actrices: cada una hace simultáneamente su personaje y el segundo de la otra, lo cual produce el aumento de la ambigüedad buscada. Entre fragmentos históricos, que quizá se despegan del interés intrínseco de la obra, entra la doctrina. Podría verse que Isabel, la reina virgen, llega a la culminación precisamente por su virginidad: por negarse al hombre y al hijo, cerrarse en sí misma, gobernar por sí misma; y María Estuardo, esposa y madre, estuprada, víctima del amor por el hombre, de la esperanza final de ser salvada por un hombre, termina en el cadalso. La virgen da voz a los comunes en el Parlamento, alivia impuestos, lamenta la brutalidad de su tiempo; la esposa muere inútilmente. Hay historiadores que insisten en que Isabel fue ella misma brutal, que su virginidad es muy dudosa y que las reformas sociales le fueron impuestas contra su voluntad; los hay que están seguros de que María Estuardo mató personalmente a su marido, lord Darnley; pero hemos quedado en que la realidad histórica tiene poco que ver con la obra. No se hurta que Isabel dictó la sentencia de muerte contra María Estuardo; pero aquí aparece como una penosísima obligación impuesta por el pueblo. En realidad, todo hubiera podido resolverse si una de las dos hubiera sido un hombre y hubiera podido casarse con la otra; pero se ve claramente que, si hubiera sido hombre no hubiera podido ser mujer, y al no ser mujer se habría llegado a una pareja clásica -y, por tanto, desde ese punto de vista, errónea- que no habrá resuelto el problema. A menos que hubiese estado en lo posible el matrimonio entre dos mujeres, con lo cual se habrían unido Inglaterra y Escocia.

María Estuardo, de Dacia Maraini, a partir de Schiller, versión de Emilio Hernández

Intérpretes: Magüi Mira y Mercedes Sampietro. Movimiento: Sheila Falconer. Música: José Nieto. Escenografia, vestuario, iluminación: Cytrynowski. Dirección: Emilio Hernández. Estreno: teatro Español, 2-3-7983.

Más allá de esta casuística está la de la condición femenina, y una forma de verla: ni siendo reinas, ni con el poder en sus manos, las mujeres pueden escapar a la tiranía del hombre: le esperan humildemente en casa, mientras él va a burdeles o tabernas. Dictan, mandan. El hombre es el padre, el marido o amante; también el hijo, y dice Isabel a María Estuardo -en una escena que nunca tuvo lugar: no se encontraron jamás en la prisión de la Tudor-: "...tu sexo rubio, dispuesto a rajarse para dejar sacar la cabeza cualquier hijo rabioso, que después te dará una patada en el culo...'.

Es obra para dos buenas actrices: Magüi Mira y Mercedes Sampietro lo son, y aun dentro de la frialdad del texto y del montaje, dan la pasión, el matiz, la ficción, con seguridad y con categoría artística. Están, eso sí, algo teatrafizadas por el concepto de dirección, la primera que hace por sí mismo Emilio Hernández -con el concurso de Marina Saura como ayudante y de Sheila Falconer, ésta, de la Royal Shakespeare Company, para el movimiento- y queda acreditado como un buen director: es un gran principio. Podría decirse que se pasa, que va algo más allá de lo deseable; desgraciadamente no puede decirse que sea problema de iniciación, porque suele ser un vicio de grandes directores consagrados. Es decir, los movimientos son un poco más medidos, tecnificados, calculados, exagerados de lo necesario; el atrezzo, demasiado abundante -para segundas, terceras y acciones añadidas-, el buen gusto y la elegancia -la calidad de Citrinowsky en la escenograrla y los figurines está acreditada-, un poco más allá de lo necesario para ser realmente elegantes.

Todo esto puede llegar a distraer demasiado al público, a gustarle más que la obra, a no permitirle desentrañar el texto o apartarle de él: pueden ser precisamente valores para la atracción del espectador, valores añadidos: el figurinismo, el esteticismo. Lo que sí queda claro es que Emilio Hernández lo maneja con soltura; que ha hecho con la obra lo que ha querido hacer, que la ha dominado. Es un estilo determinado de teatro y lo sabe hacer.

Hubo abundantes aplausos: muy notablemente para las dos excelentes actrices, pero también para el texto, para Hernández y Citrinowsky, para sus auxiliares. Se premió justamente un espectáculo bello e interesante.

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