La importancia de llamarse Elgar
Obras de Ginastera Beethoven y Elgar.
Orquesta Nacional. Director: A. Krieger. Pianista: J. Colom.
Teatro Real, 25, 26 y 2 7 de febrero.
El programa que ha dirigido a la Nacional el argentino Armando Krieger (Buenos Aires, 1940) incluía dos páginas de infrecuente programación: las danzas de Estancia, de Ginastera (maestro de Krieger), y la Primera sinfonía de Edward Elgar (1857-1934). Entre ellas, una actuación -que resultó honda, lúcida, personalísima y atractiva- del Pianista Josep Colom (Barcelona, 1947) como solista del cuarto concierto beethoveniano.El éxito acompañó a todos los intérpretes, de modo particular al pianista catalán, que, sobre sus méritos, portaba los pentagramas del concierto en sol, favoritos de todos los públicos.
Estancia data de 1941; o sea, del Ginastera de veinticinco años, dominador de la orquesta, pero. fiel servidor del nacionalismo musical que, como una prolongación del europeo, se divulga y circula por América durante unas décadas.
Nacionalismo y ballet aparecen aliados, trátese de Rusia, España o Latinoamérica; y, así, la obra juvenil de Alberto Evaristo Ginastera está presidida por dos obras de este género: Panambi, una leyenda coreográfica sobre argumento de Félix Errico, y Estancia, basado en escenas de la Argentina rural. Precedidas por unas evocadoras Impresiones de la Puna para orquesta, representan la primera etapa del inteligente compositor bonaerense, que debía evolucionar hasta el pensamiento y el lenguaje actualista, característico de sus posteriores producciones, siempre dentro de un amplio eclecticismo.
La versión de Krieger con la Orquesta Nacional de la suite Estancia resultó deslumbrante por el equilibrio de los diversos planos, la feria de colores. y amplio juego dinámico y el exacto entendimiento y transmisión de los ritmos populares, trátese del malambo o del zapateo.
Con más de tres cuartos de siglo de retraso conoció Madrid la primera sinfonía de Edward Elgar, autor tan favorito de Pablo Casals y del que están particularmente divulgadas las Variaciones Enigma, bastante más interesantes que la Sinfonía en La bemol, a la vez simple y glorificante, excesiva en sus estructuras -dada la general liviandad de pensamiento- y toda ella tocada involuntariamente de una especie de complejo: "la importancia de llamarse Elgar".
El agudo sir Thomas Beecham (que no dejaba de interpretar a su compatriota) hacía en cierta ocasión este comentario: "¿La música inglesa? No existirá del todo hasta que no convengamos en que Elgar, no era un gran músico".
Con todo, en su momento, el sinfonismo de sir Edward devolvió a los ingleses una cierta confianza en su poder creador musical, en crisis después de un pasado glorioso.
Bien está la escucha por una vez de obras como esta sinfonía, sobre todo si se obtiene una versión más que viva, revitalizadora, que así fue la dirigida por Krieger. Pero no le veo un puesto seguro en el repertorio y, plbr otra parte, sentiría que lo tuviera cuando falta tanta música por descubrir y redescubrir.
Babelia
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