Los novios
Las cosas le van tan bien al Gobierno que ya tiene hasta lo que no hubiera sido capaz de programar: un idilio, un romance, un ligue, seguramente "a nivel" de rumorología, pero, por lo mismo, más excitante y lubricante de la opinión de la calle. Entre el roneo de todos, quisiéramos hacer realidad lo que no es más que un rumor, y los rumores, según el Libro de Estilo de este periódico, "no son noticia". El otro día, almorzando, se lo he dicho a Gerardo Iglesias, que es joven y está en la edad:-No te preocupes por tu fama de ligón. En este país machista, eso todavía es bueno para un político.
Los novios, los novios. Estos inexistentes novios (la gente siempre pone nombre y apellido a lo inexistente), le dan ya un halo como romántico a "la peste" socialista, como los novios de Manzoni. Y tengo escrito aquí repetidamente que el psocialismo es un romanticismo -el que ahora nos tocaba, como en todo fin o comienzo de siglo- corregido por el regeneracionismo de Costa, Mallada, Cellorigo, Picavea y Jovellanos. Antes, cuando el Régimen, estos noviazgos eran lóbregos en la opinión pública y nadie osaba escribir sobre ellos, como el señorito, en cambio, lo hace aquí mismo, el domingo pasado. Eran locuras de amor entre una mujer / antorcha de los éxitos y un ministro de papel biblia. O entre un virrey litoral y una alta dama de la comedia baja (que ahora cena, embarnecida, con aquellos ojos verdes de 1950, en Anselmo). Eran cosas de la represión y el estraperlo sentimental. Hoy, en cambio, las primeras coplas sin letra que le saca la basca (ya todos los columnistas escriben "lo cual que", mientras abjuran del cheli: soy un incomprendido) a unos novios entre imaginarios e imaginativos, son la lubricación de lirismo necesaria a tanto impuesto, tanta incompatibilidad, tanta industria y tanto comercio. Me lo dice repetidamente Fernández Ordóñez: -Verás, Umbral, a esto de la hacienda y la fiscalidad hay que inventarle algo bonito, porque la gente, si no, se va a aburrir mucho.
Bueno, Pacordófiez, pues ya está. Estos chicos infra de la generación anterior a la nuestra, oyes, es como si lo tuvieran todo programado, y lo que no se les ocurre a ellos se le ocurre al contexto: no hay nada como propiciar un contexto imaginativo para que la imaginación, o paloma general de vuelo popular (Nicolás Guillén), eche a volar. Desde el romance de la reina Mercedes no había corrido por las bocas de nuestro pueblo (bocas abiertas que pinta Goya, con perla de saliva de luz en la lengua, como la sal en los ángeles de William Blake) tan romanceado cantable en prosa. Hay que decir que sí, que es verdad, y no por lengua anabolena, sino por ponerle luna guirnalda de melancolía", como hubiese hecho el eterno y afedericado Federico, al cuadro macroeconómico. Escribo esta crónica caediza entre la conjuntivitis persistente y la olivética / lettera 52 que me regaló don Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate, poco antes de morir. Y he sacado esta máquina, de entre la división acorazada de las mías, tanto por homenaje al viejo maestro (la máquina es blanca y el luto es blanco en Oriente), como a la joven pareja inexistente y blanco / novia. Me ha parecido, no sé, mi máquina más nupcial para esas nupcias de la esbeltez y el número, mayormente si no hay tal, pues que así me salvo de la condenación que nuestro Libro de Estilo hace al rumor, al tiempo que incurro en condenación por literatura nefanda (la literatura, en nuestro tiempo cibernetizado, entre Warhol y Lichtenstein, sólo subsiste como peste romántica de Manzoni, Ortega, Baudelaire y otros nefandos del nuevo periodismo). Viva la novia.
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