El caso de Namibia
CINCO AÑOS de comedia acaban de concluirse en Namibia. La política intentada por el Gobierno de Africa del Sur para dar una apariencia democrática a la ocupación militar de ese país del suroeste de Africa, antigua colonia alemana hasta la primera guerra mundial, ha terminado con un fracaso total. El propio Gobierno de Pretoria ha destituido al primer ministro Dirk Mudge, jefe del partido Alianza Democrática de Turnhalle, simple muñeco de las autoridades surafricanas. Pocos días después ha disuelto el Parlamento, elegido en 1978, en unas elecciones cuya legitimidad ningún Estado ni organismo internacional había reconocido. En la práctica, todo eso era un tinglado montado por Africa del Sur para prolongar su ocupación militar y la dominación de la minoría blanca, menos del 7% de la población de Namibia. Ese tinglado era utilizado para sabotear e impedir que se aplicasen las reiteradas resoluciones de la ONU, que estipulan: retirada de Africa del Sur, establecimiento de cascos azules, elecciones auténticamente libres y posibilidad para la población de Namibia de obtener la independencia y de gobernarse a sí misma.A lo largo de 1982, todas las negociaciones para llegar a una solución, en el sentido de lo acordado por la ONU, han sido inútiles. Con la desaparición del Gobierno pelele de Dirk Mudge, ¿se van a clarificar las cosas?
Es difícil tener muchas ilusiones. Porque el Gobierno de Africa del Sur ha extendido las zonas conflictivas, incluso en el interior de las fronteras de sus vecinos, como ocurre en Mozambique. En la frontera de Namibia con Angola, el Ejército surafricano realiza frecuentes operaciones agresivas y ocupa una franja del territorio angoleño.
Ante el cierre de las posibilidades de una solución política en el marco de la ONU, el movimiento de resistencia de la población negra (y mulata) de Namibia, el South West Africa People's Organisation (SWAPO) intensifica su actividad y sus preparativos para extender la lucha armada. Su principal jefe, Sam Nujoma, está realizando un viaje a China y ha declarado, en Beijing, que este país va a suministrar a su movimiento armamento y otros materiales. Este viaje representa un cambio neto de la política seguida en los últimos años por China, que ha apoyado principalmente a fuerzas proccidentales; en cambio, el SWAPO ha contado hasta ahora, sobre todo, con ayudas de la URSS y de sus aliados.
Una de las evoluciones posibles en Africa austral, a la luz de los acontecimientos de estas últimas semanas, es una agravación de las luchas armadas, lo que podría tener consecuencias, en un plano internacional más general, difíciles de prever.
Pero el problema de Namibia tiene una particularidad: es un caso, poco frecuente, en el que no sólo la Asamblea de la ONU ha votado resoluciones unánimes, sino que, incluso en el Consejo de Seguridad de la ONU, las principales potencias del mundo, incluidas EE UU, Unión Soviética, China, Francia, etcétera, también se han mostrado de acuerdo y han votado resoluciones comunes.
Aunque, luego, la actuación práctica de algunos Gobiernos ha tendido más bien a dar largas, a aplazar la creación de una Namibia realmente independiente.
Un problema, al que la Administración Reagan ha sido particularmente sensible, ha sido el de la presencia de tropas cubanas en Angola; se formuló la teoría del linkage (del vínculo), en virtud de la cual la independencia de Namibia debería supeditarse a la salida de las tropas cubanas. Pero las agresiones surafricanas al sur de Angola han reforzado el argumento del Gobierno angoleño de que no puede debilitarse militarmente mientras su territorio es objeto de una agresión. Se llega a un verdadero círculo vicioso.
Parece que en ese aspecto hay algunos signos favorables. El Gobierno de Angola, con el presidente Dos Santos, y después de haber superado algunos conflictos en el partido gobernante, MPLA, ha decidido realizar nuevos esfuerzos en busca de soluciones políticas, y se han iniciado en Cabo Verde negociaciones entre delegaciones de Angola y Africa del Sur. Asimismo, se ha anunciado la llegada a Luanda de una delegación de EE UU para discutir las relaciones con Angola.
En cualquier caso, es muy difícil concebir una disminución, al menos, de las zonas de conflicto armado en Africa austral si no se logra encaminar el problema de Namibia hacia una aplicación de las resoluciones de la ONU. Y esto exige una actitud mucho más clara de EE UU y de los países de Europa occidental que se han mostrado más reticentes hasta ahora en llevar a la práctica lo votado por la ONU. El viaje que está a punto de emprender el secretario general de la ONU, Javier Pérez de Cuéllar, a Africa, y durante el cual tendrá que considerar en lugar prioritario el problema de Namibia, va a permitir, sin duda, un relanzamiento de los esfuerzos internacionales. Si esto no se logra, el deterioro que va a sufrir la ONU será muy grave. Porque es muy largo ya el camino de veleidades e impotencias recorrido en esta cuestión.
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