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Las polémicas sobre el Festival de Sevilla hacen augurar un futuro difícil al certamen

Hoy termina la tercera edición, en medio de fuertes críticas

ENVIADO ESPECIALHoy se clausura el III Festival de Cine de Sevilla en un ambiente tan polémico que hace difícil augurar un futuro relajado para esta convocatoria en los próximos años. La Prensa local mantiene un constante ataque contra la organización del festival: mientras que periódicos de gran tirada han ignorado su celebración, otros diarios destacan en grandes titulares los aspectos más discutibles de la gestión de su director, José G. Maesso, a quien definitivamente niegan el pan y la sal.

Esta situación llega hasta el punto que los cortometrajistas premiados en el conflictivo concurso de Cine Andaluz señalaron expresamente que sus críticas no se dirigían a la Diputación Provincial o al ayuntamiento sino sólo a la dirección del festival, matiz que sor prende a los foráneos toda vez que es desde la Diputación sevillana de donde surge la organización de esta larga semana cinematográfica, incluido, naturalmente, el nombramientro del director.Titulares que destacan el disgusto de los traductores (que, por su parte, han señalado a EL PAIS justificando su ausencia de algunas proyecciones, que ellos reciben "órdenes directas de la organización acerca de las películas que han de ser interpretadas y, por tanto no se nos puede atribuir responsabilidad alguna" en el sentido que un comentario nuestro anterior lo hacía), la procedencia madrileña del director y del subdirector del festival ("que se vuelvan a Madrid"), la ausencia de las estrellas previstas ("con Franco Nero viviríamos mejor") dan cuenta de una postura en la que se ha dejad de valorar la calidad media de las películas presentadas para reemplazarla fundamentalmente por adjetivos sobre la muy deficiente organización de todo el festival.

Tres años de búsqueda

En Sevilla se llevan ya tres años intentado encontrar un camino para esta semana. Ninguna de las gestiones precedentes alcanzaron tampoco el éxito necesario. Es previsible, pues, que con mucha dificultad lo logrará en su posible cuarta convocatoria sino se precisan con claridad los objetivos que la ciudad desea.

Opiniones contrapuestas fluyen en los vestíbulos del festival sin que pueda establecerse con ellos una línea definida.

Los mayores defensores de la gestión de Maesso hacen constar que las películas anunciadas en la sección oficial se han visto tal como el programa preveía, y que en su conjunto han marcado una línea de gran interés cinematográfico, inusual en las anteriores convocatorias. Es cierto.

Los dos últimos títulos de Win Wenders, El estado de las cosas, premiada con el León de Oro del Festival de Venecia, y Hammet, el hombre de Chinatown, exhibida este año, sin premios, en Cannes, se han visto acompañadas estos días de Moonlighting, la película que Jerzy Skolimovski ha rodado en Londres sobre la crisis de Polonia, su país natal, de Kamikaze, 1989, de Wolf Grem, frustrada evocación del cine de misterio que cuenta con una insólita aunque también fracasada interpretación de Rainer Werner Fassbinder; de La trampa de la muerte versión cinematográfica de la comedia de Ira Lewin, trampa mortal en la que su director, Sidney Lumet intenta alcanzar la brillantez lograda por Mankiewicz en su adaptación de La huella, pero aunque también el actor Michaell Caine aparezca en su reparto, el resultado está lejos de ser similar...

En realidad. lo que puede decirse es que en Sevilla se han programado demasiadas películas, que se han anunciado confusamente y que no se han establecido los estímulos necesarios para que el público acuda a conocerlas. También, por supuesto, que la Prensa no ha ayudado de forma especial. Es justo criticar la desorganización porque ha sido excesiva pero arriesgado excederse en ello si el festival quiere continuar vivo durante los próximos años.

Discusión sobre invitados

Se discute incluso sobre la conveniencia de haber invitado a determinadas figuras del cine español. Algunas de ellas han intervenido en los coloquios celebrados por la mañana sobre las relaciones entre el cine y la televisión que no contaron con una suficiente presencia de público. Tampoco de representantes de la Televisión Española, cuya opinión hubiera sido fundamental.

La experiencia de la RAI que produce el 83% de lo que emiten sus tres canales (sólo el 56% si se eliminan los programas informativos) o la de la televisión francesa que coprodujo, en 1980, 133 títulos con empresas privadas, o la de los cineastas mexicanos que ingresan más beneficios con la explotación de sus películas en Estados Unidos que en su propio país, son datos que deberían comprometer a los nuevos responsables de Televisión Española. Dentro siempre, como oportunamente señala José María Forqué, de una visión global que atienda ya las inmediatas y sustanciales reformas que los nuevos satélites multinacionales van a obligar en los países europeos.

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