Los negros de Miami
LA REVUELTA negra de Miami es una más en una ya larguísima lista de estallidos broncos en las grandes zonas urbanas de Estados Unidos. No revela nada nuevo, y precisamente es esa falta de novedad, esa continuidad de un estado de racismo que no se alivia. La estadística de ahora mismo indica que la población negra constituye entre el 8% y el 10% de la total de Estados Unidos, y que sobre ella pesa entre el 30% y el 35% de la pobreza absoluta del país (ingresos por debajo del mínimo vital), de la cual se desprende un rosario de desigualdades y desproporciones equivalentes: el mayor número de obreros en paro, de abortos ¡legales, de partos en mujeres menores, de analfabetismo, de delitos de todas clases, de desescolarización... Son datos sabidos, son imágenes conocidas. Aún el sábado pasado, un telefilme pasado en España (Mama blanca, Bette Davis) explicaba cómo el sistema producía la tragedia y era incapaz de restañarla. Una de las más desconcertantes paradojas de Estados Unidos es la de que su expresión artística, intelectual y cultural denuncia continuamente esta y otras situaciones de injusticia con una capacidad crítica y de conciencia que raras veces alcanzan otros países, los políticos las absorben y asumen y, sin embargo, las acusaciones no logran nunca modificar la realidad. Apenas han conseguido nada las abundantes leyes de derechos civiles ni la gama de reacciones de los propios negros, desde la mansedumbre rezante de Martin Luther King -asesinado- a la revolución de Malcom X (asesinado).No es fácil decir que la situación de los negros sea mejor hoy de lo que era al terminar la guerra de Secesión, cuando el antiesclavismo triunfante produjo una serie de reacciones favorables que muy poco después se secaban. Por el contrario, hay un agravamiento como consecuencia de otra desproporción: el aumento creciente de la población negra con respecto a la blanca, principalmente por una ley muy conocida que hace que sean las capas más pobres de la población -o los países más pobres del mundo- los que produzcan un mayor aumento de la natalidad, que sobrepasa en mucho al de mortalidad (aunque también el índice de mortalidad sea mucho más elevado entre los negros que entre los blancos de Estados Unidos). El tímido blanqueamiento producido por las uniones mixtas se resuelve siempre en favor de lo adverso: la gota de sangre negra sigue siendo suficiente para nutrir el gueto. El aumento de población negra no sólo aumenta la densidad de la miseria -más personas para repartirse el mismo mínimo-, sino el miedo de los blancos puros -los wasp, o blancos anglosajones protestantes- ante la posible pérdida futura de la mayoría; y ese miedo aumenta la represión.
Con la minoría negra, otras se reparten la situación de miseria y explotación, principalmente las gentes de idioma español y, dentro de ellas, los extensos grupos de puertorriqueños y chicanos. Forman una colonización interior, una colonización a domicilio, con su característica fundamental de la explotación de mano de obra barata y fácilmente distinguible como una casta sin salida (las escasas muestras de ascenso en las carreras oficiales o los engañosos triunfos en campos muy delimitados, como la música o el boxeo, no disfrazan la realidad). Quizá esta explotación sea cada vez menos rentable: el inmenso mecanismo de la represión, la productividad reducida de estas clases en un mundo donde el brazo se sustituye cada vez más con la técnica, han ido convirtiendo la situación en antieconómica. Pero queda el racismo, el prejuicio, el cierre de la sociedad.
Esta formación de la sociedad como una pirámide con capas que son estancas, donde la permeabilización es casi imposible, este desmentido diario de la vieja leyenda de vendedor de periódicos a millonario, es una de las grandes desgracias del mundo actual, que se ha quedado sin modelos: el del capitalismo liberal a la antigua usanza, tal como se practica en Estados Unidos, está produciendo este desaliento. Roosevelt fue un intento dramático y profundo de salir de ese ciclo fatal, que había producido ya la desgracia de la crisis de 1929; desde entonces, el sector anti-Roosevelt no ha cesado en sus intentos de volver al antiguo mundo roto, y probablemente Reagan supone el triunfo mayor de esa política de regreso; quizá también un último intento si no consigue salir adelante.
Los disturbios de Miami, ocasionados por un tema aparentemente accidental, son en sí mismos un solo episodio; pero son la demostración inmediata de que las soluciones no han progresado, y el núcleo de la protesta se sigue centrando en la única salida de la violencia.
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