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Triste versión catalana del 'Cyrano' de Edmond Rostand

El Teatre del Confetti no se rinde. En verano presentó, en la programación del Teatre Grec, su Cyrano de Bergerac, una adaptación libre catalana de Joan Borrás y Damiá Barbany. Era un espectáculo mal ligado, con un reparto desigual y una versión que no estaba a la altura, del original francés.También había en aquel Cyrano sus aciertos, aciertos básicamente logrados en la dirección, y, por lo general, el personaje del romántico espadachín, interpretado por Joan Borrás, quedaba bastante digno.

Ahora, en el Teatro Carpa de Montjuïc, de los quince intérpretes sólo quedan nueve. Se ha recortado el texto, de por sí ya reducido, de la versión que vimos en el Grec. El Cyrano de la Carpa es un Cyrano pobre, pobre de solemnidad. Los personajes carecen de espacio; el texto, el movimiento, rico, brillante, que genera el texto, no tiene donde respirar. Desde la butaca resulta difícil ver determinadas escenas: los actores, a falta de espacio, se tapan entre sí. La escena en que Cristián trepa hasta el balcón de Roxana permanece a oscuras. El espectáculo da una sensación de incomodidad, de pobreza, de miseria. Incluso el propio Joan Borrás está flojísimo. Pero no es de extrañar que esto suceda así, pues la inconsistencia de la versión, la estrechez del escenario y la miseria de personajes condicionan negativamente todo el espectáculo.

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