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Una Arcadia del fin de siglo

Lluís Bassets

La Arcadia de la Cataluña industrial se sitúa, en el final de siglo, en las comarcas de La Selva y del Baix Empordá o Empordanet. Mientras las cuencas fluviales se llenaban de crueles factorías textiles manchesterianas, en los llanos suaves que se abren entre las montañas de la La Selva y L'Empordá debió crecer una civilización de ensueño, donde la gente vivía próspera, los pueblos eran anchos y con paseos como en las grandes ciudades, la prensa florecía, las comunicaciones se multiplicaban y los obreros pertenecían a una raza refinada. Josep Pla es el notario excepcional de esta cultura. "La vida se convirtió en una especia de cucaña, que aun hoy se recuerda como algo legendario", escribió en El meu país. Los propietarios más bien miserables de los bosques de árboles torturados y rugosos, apenas aprovechados, del siglo XVIII, se convirtieron en acaudalados terratenientes (sus inmediatos sucesores en fortuna fueron los campesinos segundones con herencias lindantes con las playas). Los artesanos llegaron a ser obreros exigentes, que trabajaban a destajo, vestían como señores, eran republicanos y federales, masones o anarquistas muchas veces, lectores incansables, capaces de hacer fiesta cuando había buenos motivos -una excursión, la caza, la pesca o las setas- y de recuperar el dinero trabajando las horas que fuera preciso. "El negocio de la comarca, -dice Pla- junto con las oscilaciones de la economía europea y mundial, creó un hombre que vivió de cara a las palpitaciones de la época, liberal, abierto a todas las ideas, moderno, tolerante".Un obrero culto y esforzado, que pagaba con tapones de su cesto la lectura en voz alta del periódico que hacía un compañero. Una industria que convertía cada hogar en una pequeña estructura productiva. Un comercio -casi toda la producción iba al exterior- que proporcionaba posibilidades de viajar, a Extremadura para comprar, a Francia para vender. Un mundo y una cultura, en definitiva, a escala humana, como no se había producido jamás en la historia de la península y tampoco de Cataluña. Casi todas las ventajas de la sociedad tradicional se combinaban con una mentalidad y una idiosincrasia progresistas.

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Amenaza para la industria corchera española

Todo esto empezó a hundirse a partir de 1910. La mecanización hizo desaparecer este obrero manufacturero tan envidiable. El proteccionismo de los países importadores estrangulé el comercio. La concentración industrial y la entrada de capitales extranjeros terminó con muchas pequeñas industrias. Y más tarde la ausencia de una política forestal y los incendios -también el descenso en la pluviosidad, según Josep Pla-, terminaron con la frondosidad de los encinares. Los alcornoques crecen carcomidos y tísicos, más dispuestos al chisporroteo de la llama que a la herida sabia del descorche, casi sin piel que ofrecer a la cuchilla.

Esa industria que ahora se encuentra en el enésimo peldaño de su decadencia es una sombra de la Arcadia que fue un día. Aún quedan gentes que recuerdan la edad de oro.

Algunos,, pocos, imprimen unos movimientos fantásticos a los tapones cuando los toman entre sus dedos, mientras explican historias de aquel mundo perdido: son también restos de una aristocracia. El perfume del encinar, el olor de corcho quemado o cocido, los tapones prietos -imprescindibles para un buen vino o un buen champán-, la prosa llena de poesía y de sabiduría del escritor de Llofriu, una visión momentánea de un retazo de paisaje que conserva una vibración de luz o una pureza difícil, la añoranza de un museo que lo recuerde todo las cuchillas de la manufactura, las primeras máquinas, los tapones de las distintas eras-, todo evoca una Arcadia que quizás fue sólo un sueño de una Cataluña distinta "neta i noble, culta, rica, llítire, desvetllada i feliç".

Et in Arcadia ego.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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