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Tribuna:Muerte y resurrección de Líbano / 1
Tribuna
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La economía libanesa empieza a recuperarse, pero la población sigue aún traumatizada

Más que establecer el balance de sus pérdidas, Líbano elabora ya "ambiciosos planes de reconstrucción y de reforma de su administración", según palabras de su presidente, Amin Gemayel, de 40 años de edad. No se encuentran en Beirut albañiles disponibles, cientos de peones camineros asfaltan las calzadas, de donde han sido previamente desactivadas las minas, y los comerciantes se disputan las cuarenta mil toneladas de cristales para ventanas recientemente desembarcadas en el puerto.Hasta Mitri Naminar, mohafez (principal administrador) de Beirut, ha vuelto a sacar de los cajones de su despacho un proyecto ideado hace cinco años de reconstrucción del centro histórico de la capital, abandonado por sus habitantes tras los primeros combates de la guerra civil en 1975, y en cuyas fachadas agujereadas por las balas o en el asfalto resquebrajado de sus calles ha crecido en ocho años una vegetación exhuberante. Algunos urbanistas extranjeros lo daban por perdido, los libaneses se empeñan en volverlo a habilitar.

Es como si, después de haber demostrado su capacidad de destrucción, los libaneses quisiesen ahora asombrar al mundo haciendo alarde de sus dotes para reconstruir.

Los daños causados por la guerra en Beirut han sido evaluados en 27.000 millones de dólares (3.429.000 millones de pesetas) por Mohamed Attalah, presidente del Consejo Libanés de Desarrollo y Construcción, cuyo coste será financiado mitad por el sector privado mitad por el sector público, ayudado económicamente por Estados Unidos y por los países del Golfo y técnicamente por Europa.

El presidente norteamericano, Ronald Reagan, tiene la intención de pedir al Congreso que autorice una ayuda económica a Líbano para su reconstrucción de 500 millones de dólares (63.500 millones de pesetas) 135 de los cuales (17.145 millones de pesetas) para la ayuda militar, pero los congresistas no estarían dispuestos a conceder más de 200 millones de dólares (25.400 millones de pesetas).

El rey Fahd de Arabia Saudí está ya, entre otras cosas, costeando de su propio bolsillo la reparación del alumbrado público de la capital y el magnate libano-saudí de Rafic Hariri ha pagado la limpieza de sus calles que los camiones de recogida de la basura no recorrieron durante tres meses.

Reactivación económica

Poco a poco, también, los negocios se reactivan. Una cadena hotelera internacional ha comprado el armazón calcinado del lujoso hotel Phenicia, en el barrio de los grandes hoteles, y el director del Summerland, el complejo turístico más lujoso de Beirut, gravemente dañado por la artillería de la Marina israelí, asegura que reabrirá dentro de ocho meses.

El dólar, divisa de referencia en un país en el que casi todo lo que se consume se importa y que se reevalúa constantemente ante las diversas monedas europeas, ha perdido desde agosto cerca de un 23% frente a la libra libanesa, hasta el punto de que el precio de los productos importados disminuye constantemente, lo que repercute positivamente sobre el nivel de vida de los libaneses.

El final de la guerra y la reanudación de las actividades bancarias ha originado la repatriación a Líbano de unos 20.000 millones de libras libanesas (626.400 millones de pesetas) pertenecientes a ciudadanos libaneses que las habían sacado por prudencia. Su reinversión en Líbano no hace más que preceder a los capitales del Golfo Pérsico que no deberían tardar en transitar nuevamente por Beirut.

La balanza de pagos libanesa volverá a ser este año altamente positiva, como lo fue siempre, excepto en 1976, e incluso en 1981 alcanzó un excedente récord de 6.500 millones de libras (203.500 millones de pesetas).

Esta rápida recuperación económica no tiene nada de sorprendente en un país acostumbrado a reconstruir sus casas, manufacturas y tiendas entre dos bombardeos y en el que en plena guerra civil fueron fundadas no menos de veinte editoriales.

La invasión económica

La principal sombra en el panorama económico a corto plazo es la invasión de productos israelíes, definitivamente consagrada el miércoles 17 de noviembre con el anuncio por Israel de la apertura oficial de la frontera líbano-israelí, abierta de facto desde los primeros días de la invasión en por lo menos tres pueblos fronterizos: Ras Nakoura, Rosh Hanikra y Metulla.

A falta de cifras oficiales, la revista económica libanesa An Nahar Arab Report and Memo evaluaba en noviembre el montante de las exportaciones israelíes a Líbano en 30.000 millones de dólares mensuales (3.810.000 millones de pesetas), el 10% del total de las importaciones libanesas y el 7% de las exportaciones del Estado hebreo.

Los productos israelíes, señalaba la revista, se comercializaban en Líbano a un precio hasta tres o cuatro veces inferior a su precio de venta en Israel, por lo que son preferidos a sus rivales libaneses, que, además, no siempre logran ponerse a la venta en ese tercio de Líbano ocupado por Israel. El pollo israelí, por ejemplo, vendido a 1.125 pesetas kilógramo en su país de origen, sólo cuesta 250 pesetas en Líbano.

Pero Israel no exporta. tanto carne sino frutas y verduras, que compiten directamente con los productos similares cultivados por los agricultores libaneses de la llanura de Bekaa, gravemente perjudicados por estas importaciones del Estado hebreo, y que las autoridades israelíes se encargaron de promocionar organizando en octubre una feria comercial a escasos kilómetros de la frontera.

Más por razones económicas que por razones políticas, el Gobierno libanés lanzó ese mismo mes un llamamiento al boicoteo de las importaciones israelíes, que "perjudican a la economía nacional", y el primer ministro Chafic Wazzan amenazó a todos aquellos que colaboran con el invasor -cientos de comerciantes que venden productos made in Israel y 3.000 libaneses que se han ido de turismo al país invasor- con privarles de su nacionalidad. Hasta ahora, sin embargo, no se ha anunciado ninguna sanción.

Normalidad ciudadana

En tan sólo tres meses, desde que los 13.500 fedayin palestinos evacuaron Beirut, la vida ciudadana ha recobrado prácticamente su ritmo normal, en donde el orden impera algo más que durante los ocho años de administración palestino-izquierdista que convirtieron a la capital de Líbano en un poblado del Lejano Oeste americano, sólo que de cemento. "Beirut es ahora mas segura que Zurich o Berna", repiten aliviados sus habitantes.

Los automovilistas respetan nuevamente las direcciones prohibidas e incluso la grúa ha hecho su aparición en las calles del centro de la ciudad, donde un público nutrido disfruta del sol templado del otoño en las terrazas de los bares

Por la noche, hasta pasadas las doce, los clientes se apiñan en el restaurante Rélais de Normandie en el barrio de Hamra, o en el Yaldzlar, en el costero barrio de Rauche, y en el Maryland o en el After Eight algunas parejas se estrechan al ritmo de una música lánguida, recordando, sin duda, el Beirut fastuoso de los años sesenta, cuando la ciudad entonces próspera y pacífica era la capital cultural y comercial de Oriente Próximo y también el Monte Carlo del mundo árabe, adónde acudían los magnates árabes y extranjeros a gastarse su fortuna en sus casinos y hoteles de superlujo.

Un pueblo traumatizado

Si la paz se consolida, la economía libanesa se recuperará definitivamente, pero, ¿y los hombres? ¿Cuanto tiempo seguirán padeciendo los habitantes de Beirut las secuelas de la guerra? Angustias, enfermedades psicosomáticas, abuso de calmantes, son sintomáticos del estado de ánimo de una población que ha estado ocho años sometida a un diluvio ininterrumpido de fuego y metralla.

"O bien viven en un estado de ansiedad permanente y depresivo o bien sufren trastornos cardiovasculares y neurológicos de origen psicosomático, como anginas de pecho, infarto de miocardio, taquicardia, hipertensión, hemorragias, etcétera", afirma el psiquiatra Fuad Antun cuando describe a los pacientes que acuden a su consulta del hospital Americano de Beirut.

Los mas traumatizados son, sin embargo, los niños de entre 8 y 13 años, hijos frecuentemente no deseados, carentes de cariño materno y cuya figura paterna se ha disuelto en las largas horas pasadas en los refugios antibombas, mientras su comportamiento empezaba a trastornarse, hasta convertirles frecuentemente en autistas.

Están en el umbral de la adolescencia y con doce años siguen en muchos casos rechazando toda comida que no sea el biberón, cuando no sufren de bulimia, de diabetes o de obesidad, enfermedades, sin embargo, más graves que las que padecen sus hermanos mayores, de entre 13 y 18 años, víctimas de delirio pronunciado de persecución o falta de motivación.

Son las generaciones de la guerra, que, a pesar de poder distinguir en el cielo a un avión Phantoin de un Mig 21 o el disparo de un caflón del de una batería de katiuskas, tienen un cociente medio de inteligencia que, según las encuestas, se sitúa un 27% por debajo de los niños occidentales.

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